Hace poco descubrí una de las tradiciones más insólitas de cuantas he tenido conocimiento hasta ahora. Por lo visto, a principios del siglo pasado, cuando una joven cordobesa perdía a su novio acudía a la iglesia de la Magdalena en busca de un relieve muy concreto: un descendimiento tallado en piedra que se hallaba en el interior de una hornacina. En el mismo aparecían María Magdalena y la Virgen bajando al Nazareno de la cruz, en compañía de José de Arimatea y Nicodemo, también conocidos como los «Santos Varones». Y dirigiéndose a estos últimos, debía formular la siguiente pregunta: «¿Cómo va a regresar mi amado?».

A continuación tendría que volver a su domicilio mirando al suelo e ignorando las conversaciones de las personas que se cruzara por el camino. Y al llegar a la puerta de su casa, debía prestar especial atención a la primera palabra que escuchara, porque esta contendría la clave de su respuesta. De la misma tenía que tomar la primera letra, y buscar otro vocablo que empezara por esa misma letra. Esta nueva palabra, que ella podía elegir libremente, es la manera en la que supuestamente los Santos Varones harían retornar a su añorado novio. Es decir, si lo primero que alguien le decía después de abrir la puerta de su casa era «¡Cierra!», la muchacha podía buscar un verbo que comenzara por «C», como por ejemplo «Corriendo». Y así, se consolaba pensando que José y Nicodemo intermediarían para que su amor regresara «corriendo» hasta sus brazos.

Parece ser que se trataba de una práctica bastante extendida en nuestra ciudad, y con fama de ofrecer una alta efectividad a quienes seguían correctamente todos los pasos. Aunque había casos tan complicados que ni siquiera estos dos antecesores de Carlos Sobera los podían arreglar. A esos se les cantaba la siguiente coplilla: «Fue tan mala la partida que me jugó esa serrana, que ni los Santos Varones me devuelven a su ventana».

La cuestión ahora es ineludible, ¿de dónde proviene una tradición tan singular? Contaba el poeta Antonio Arévalo -que tiene una calle dedicada en Cañero- en un número de Córdoba: Revista Ilustrada» de 1933 que Doña Beatriz de Almodóvar era una hermosa vecina de la calle Crucifijo, acostumbrada a ser el foco de las miradas de todos los hombres. De todos menos de uno, Don Diego de la Cueva, un joven y apuesto galán por el que ella suspiraba en secreto. Despechada por no ser capaz de captar su atención, comenzó a manchar su honor difundiendo falsos rumores sobre su hombría. Y el mancebo, sin saber de dónde provenían las calumnias que estaban en boca de todo el barrio, decidió quitarse del medio un tiempo marchándose a la guerra. A partir del momento en el que conoció la noticia, Doña Beatriz comenzó a acudir todas las noches a la iglesia de la Magdalena para rezar y suplicar ante la hornacina del descendimiento: «¡Haced que vuelva, por Cristo, haced que vuelva!». La leyenda piadosa asegura que una de esas noches la mujer se encontraba orando como de costumbre, y de repente, un rayo de luz procedente de los Santos Varones iluminó su rostro. El fenómeno vino acompañado de un zumbido ensordecedor, y fue tal el susto que se llevó, que de ahí en adelante quedó muda.

Pasados dos años, Don Diego regresó a Córdoba sano y salvo. Condecorado como héroe de guerra, todo cuanto se contaba sobre él antes de su partida se olvidó, y ahora los vecinos tan sólo destacaban sus gestas en el campo de batalla. Un día una amiga de Doña Beatriz le confesó lo sucedido, y conmovido por su extraña enfermedad, decidió ir a verla a su casa. Sorprendida por la visita, la joven recobró el habla, y fue entonces, al tenerla frente a frente, cuando el mancebo cayó rendido ante sus extraordinarios encantos. Tras perdonarle las ofensas del pasado, ambos iniciaron una bonita relación que acabó en casamiento, y disfrutaron de un matrimonio feliz y duradero.

A partir de entonces, las jovencitas de Córdoba comenzaron a imitar a Doña Beatriz de Almodóvar, y cada vez que su hombre se marchaba con otra, rezaban a los Santos Varones para pedirles su vuelta. Lo que no podemos imaginar es cómo esta tradición llegó a derivar en que la novia pudiera elegir la forma en la que se produciría dicho regreso por un curioso juego de letras, pero ya sabemos cómo funciona esto de las leyendas. El relieve de los Santos Varones al que se refiere el relato, el de la Iglesia de la Magdalena, permanece expuesto desde 1988 en el Museo Diocesano del Palacio Episcopal, que en estos momentos está cerrado por trabajos de restauración. Mientras tanto, en la capilla del Santo Sepulcro de la Mezquita Catedral se puede contemplar una reproducción. Incluso si se anima, es libre de probar la peculiar fórmula anteriormente explicada para tratar de recuperar una antigua relación.

(*) El autor es escritor y director de «Córdoba Misteriosa». Puede seguir su trabajo en www.josemanuelmorales.net