El 25 de abril de 1859, un tren que transportaba material y obreros entró por primera vez en la estación de Córdoba. Se cumplen 160 años de aquel acontecimiento que abrió a nuestra localidad las puertas de la primera industrialización, hecho que para la ciudadanía cordobesa ha pasado casi desapercibido. Dos días más tarde, la locomotora San Rafael, en cuyo frontal se podían visualizar los escudos de armas de las dos ciudades andaluzas interconectadas por ferrocarril, Córdoba y Sevilla, finalizaba el recorrido entre ambas ciudades en 5 horas y 17 minutos de trayecto. En la actualidad, dicha distancia es recorrida por el AVE en cuarenta minutos. En el interior de sus vagones viajó una nutrida representación de las autoridades sevillanas de la época y, a la entrada de la ciudad, el convoy fue recibido con gran expectación por grupos de cordobeses que saludaban la llegada del ferrocarril a ambos lados de la vía. Cuando las autoridades bajaron, algunos rostros estaban ennegrecidos por la carbonilla, y tuvieron que hacer uso de sus pañuelos antes de saludar a los anfitriones cordobeses que les esperaban en el andén. La celebración llegó a todos los rincones de Córdoba y el Ayuntamiento repartió, entre los más necesitados, monedas de real, pan y potaje. Mientras, las campanas de la Catedral tocaron durante horas para anunciar la buena nueva: el progreso, esperado como maná, llegaba a Córdoba. En la Posada del Potro, organizado por la Diputación, los ilustres invitados fueron obsequiados con un ágape para celebrar el acontecimiento. El día terminó con fuegos artificiales y farolillos de colores.

Aunque todos estos hechos merezcan su importancia, no quisiera extenderme más en su contenido, sino centrar este artículo en la vetusta máquina de vapor, la Santa Rita. En la explanada, antigua propiedad de Renfe, junto a la anterior estación de ferrocarriles, se observa la obsoleta locomotora, maltratada por las inclemencias del tiempo y herida por una epidemia de herrumbre y corrosión. Últimamente, ha sido adecentada con pintura, acción que se agradece a nuestro Ayuntamiento. La máquina, recuperada para la ciudad, pretende mostrarnos un pretérito no tan lejano, nos brinda compartir el recuerdo de una época que sigue viva en la memoria de muchos cordobeses. El humo de estos artilugios de acero flotaba entre el carbón de la locomotora y los postes telegráficos, arrastrando vagones de madera, en cuyo interior los viajeros compartían queso, chorizo y vino de su tierra; mientras, entablaban conversaciones vanas y dormían parte del tiempo del recorrido. No han transcurrido tantos años desde la transformación urbanística de la zona, cuyo entorno era ocupado por raíles, traviesas, vagones abandonados y vías muertas, desaparecidas en la actualidad para convertir el lugar en un espacio con proyección de ciudad moderna. Pero este amasijo de hierros y piezas oxidadas, prácticamente en olvido por las nuevas generaciones, tuvo su historia, y la vetusta locomotora la representa. El seis de junio del presente año 2019, conmemoración del 75º aniversario del desembarco de Normandía, un grupo de vecinos de esta ciudad se dieron cita en la glorieta Conde de Guadalhorce, donde está ubicada esta alhaja de la ingeniería industrial, para reivindicar que sea protegida y adecentada, así no correrá el mismo destino que el vagón que la acompañó durante los primeros años de su exposición a los cordobeses. El acto fue programado por la Asociación en Defensa del Patrimonio Industrial y apoyado por Los Amigos del Ferrocarril y la Asociación de Vecinos del Vial Norte.

Este diseño de la ingeniería, de estructura metálica roblonada, lleva consigo una larga historia. Fue construida en París en 1864 (número de matrícula de Renfe 020.212), seis años más tarde de la llegada del ferrocarril a nuestra ciudad. Hasta llegar a su actual emplazamiento en junio de 1996, tuvo que atravesar millones de traviesas en diferentes parajes del territorio nacional, según la información que nos ha llegado de Ángel Rivera, en su artículo Trenes y Tiempo. La Santa Rita, junto a su hermana gemela Leonito, fueron construidas para el ferrocarril minero Zaragoza - Escatrón, compañía constituida en 1865 con el objetivo de explotar la zona minera del bajo Aragón. El 15 de junio de 1874, se inauguró el primer tramo ferroviario entre Zaragoza - Fuentes del Ebro y, para la construcción de dicho tramo se adquirieron dos modestas locomotoras de vapor de la firma francesa Anjubault; contaban una potencia de 200 CV, una tracción de 2.220 Kg, y trabajaban a una presión de 8 Kg/cm2. Los problemas económicos de Zaragoza - Escatrón las llevaron en 1881 a integrarse en el ferrocarril Valls - Villanueva - Barcelona (VVB); poco tiempo después, fue absorbida por Tarragona - Barcelona - Francia (TBF) y a su vez esta pasó a formar parte de la línea Madrid - Zaragoza - Alicante (MZA). De ahí, su primera referencia: MZA 612. Dicha empresa había adquirido la explotación del ferrocarril Córdoba - Sevilla en 1875, así como todas sus concesiones mineras; por ello se conoce que la Santa Rita trabajó en las minas de La Reunión, en la localidad sevillana de Villanueva del Río. Tras la finalización dela guerra civil, las dos locomotoras pasaron a Renfe, donde recibieron la nomenclatura conocida 020-0211 y 020-0212. Tras darles de baja la empresa ferroviaria, fueron adquiridas por la sociedad industrial más emblemática que Córdoba haya tenido jamás en su larga historia: La Electromecánicas. He aquí el comienzo del capítulo correspondiente a las locomotoras con relación a nuestra ciudad.

Alberto Villalba fue el último maquinista de la Santa Rita. Fue compañero de SECEM e hijo de Atanasio Villalba, maestro armero de Lepanto y profesor de educación física de la escuela de aprendices de la fábrica. Estuvimos conversando días atrás sobre las locomotoras. Estas llegaron a Córdoba en 1963 y me aclaró que, aunque conocían sus nombres, no sabían a quiénes pertenecían. Me contó que una tenía un reloj y, al descolgarlo, se cayó una especie de medallita o escapulario con una santa; de esta forma, llegaron a la conclusión de que se trataba de la Santa Rita. El reloj lo sigue conservando y me comentó que le gustaría donarlo a algún museo, pero Córdoba no tiene espacio para ningún patrimonio industrial. Recuerda haberlas desmontado pieza a pieza con su compañero Emilio para su reparación y que, cuando llegaron a la fábrica, las máquinas estaban en muy mal estado. Tuvieron que construir una nueva caldera en el Puerto de Santa María y, tras reparar las deficiencias, se volvió a montar pieza a pieza la locomotora. Conocía tan profundamente cualquier detalle de dichas máquinas que solicitó en 1967 - añadió con una sonrisa, el año que me casé - que lo nombraran maquinista de la Santa Rita y la Leoncita (al llegar a la fábrica, desconozco el porqué, Leonito se transformó en Leoncita). Así que, tras el viaje de novios y vuelta a la actividad laboral, se convirtió en el último maquinista de la locomotora, cuyas chapas hoy comprobamos cómo son deshechas por el óxido sin que nadie ponga remedio. Me dijo que una mañana, al entrar a la fábrica, comprobó cómo desguazaban a la Leoncita los operarios de Ricardo Solana, cómo el soplete convertía en chatarra años de su trabajo y ponía punto y final a su silbato de vapor. Habló con el director de la fábrica y este le explicó que la Junta de Andalucía subvencionaba el achatarramiento de las máquinas obsoletas. La fábrica compró otra locomotora, esta vez de gasoil, y Alberto consiguió salvar a la Santa Rita, con el objetivo de utilizarla de repuesto en caso de avería de la nueva adquisición. Llegó el momento en que se decidió que el transporte por carretera era más rentable que por ferrocarril y a Villalba lo jubilaron con 55 años. Cuando nos despedimos, su última reflexión tras mirar el estado actual de la locomotora, fue: debí habérmela llevado a mi parcela. A la Santa Rita no la desguazó la fábrica, pero la climatología, el vandalismo y la despreocupación de nuestras instituciones, con el tiempo, la están dañando más que los sopletes de Ricardo Solana.