El marido de una amiga mía, como celebración del Día de los Enamorados, la sorprende anualmente con un viaje. Lo sorprendente no es el viaje, ya que se lo viene regalando desde que se casaron, sino el destino. Ella lo ignora todo salvo las fechas, que por motivos de trabajo no siempre coinciden con el 14 de febrero, aunque lo circundan. La máxima información, un par de días antes de la salida, es sobre el equipaje: para calor o para frío. Naturalmente, el viaje -por tierra, mar o aire- incluye una exhaustiva y deleitosa programación con bastantes incursiones de orden gastronómico. La cuestión es que a ellos la repetición del proyecto debe darles buenos resultados, porque he conocido pocas parejas mejor avenidas. Sin llegar a tanta sofisticación, muchas parejas preparan sus correspondientes celebraciones, especialmente, cenas.

No podría imaginarse el pobre San Valentín, que sufrió martirio y fue ejecutado en Roma el 14 de febrero del año 270 por orden del emperador Claudio II, que llegaría a ser uno de los Santos más famosos y patrón de todos los enamorados. Esto tiene explicación, ya que el motivo de su martirio y muerte fue celebrar bodas entre jóvenes enamorados secretamente: estaban prohibidas porque el emperador consideraba que los solteros sin familia eran mejores soldados. Desde entonces, de una u otra manera, según los países y las culturas, su día no ha dejado de celebrarse y, aunque solemos decir que es un invento de Galerías Preciados para incrementar sus ventas, la costumbre de intercambiar cartas y regalos nació en Gran Bretaña y Francia durante la Edad Media, pero fue en el siglo XIX y desde Norteamérica, cuando se popularizó y extendió. Lo de celebrar cenas íntimas es un invento reciente, pero no menos agradable.

Las cenas de enamorados gozan de todas las ventajas, tanto si el lugar elegido es un restaurante como si se trata de la propia casa. En el segundo caso, como sólo se compra para dos, las exquisiteces son más asequibles que si celebrásemos una cena multitudinaria. Los preparativos se pueden disfrutar ampliamente, desde la ornamentación de la mesa -mantel de hilo, vajilla y cristalería finas, tenedores, cuchillos, cucharillas, tenedores pequeños, pinzas, luz de velas- hasta la visita al mercado y la actividad en la cocina. Un paso más sería confeccionar un menú con elementos afrodisíacos -ostras, fresas, chocolate, mango, canela... el vino que no falte- aunque no son buenos los excesos, que no hay nada como la embriaguez o una mala digestión para arruinar el éxito de una más que previsible noche de amor.