Sarajevo es la capital de Bosnia-Herzegovina, un país situado en la península de los Balcanes, que en lengua bosnia significa miel de sangre. Un lugar marcado por la reciente guerra de Bosnia, que sembró de muerte sus calles. En la actualidad, nadie diría que, hace apenas dos décadas, los sarajevitas fueron víctimas de bombardeos y masacres diarias. La ciudad ha renacido de sus cenizas, aunque las heridas tardan en sanar. A pesar de este pasado violento, Sarajevo es hoy un lugar lleno de vida, de ruido de coches, tranvías y peatones que atraviesan la ciudad en plena hora punta; de cafés repletos, en los que la gente está fumando sisha, bebiendo yogurt, comiendo cevapi o viendo el fútbol en la televisión. Una ciudad en la que convergen oriente y occidente.

El centro histórico, en pleno barrio turco, está lleno de mercadillos con múltiples souvenirs para viajeros y turistas que quieran llevarse un llavero de la bandera bosnia o postales con la fotografía del famoso Puente Viejo del siglo XVI, en la localidad de Mostar, bombardeado y destruido durante la guerra. Tras los trabajos de reconstrucción en 2003, este puente de la época otomana fue declarado Patrimonio de la Humanidad por parte de la Unesco y es la insignia del país.

Con un precioso patrimonio monumental, Sarajevo es símbolo de tolerancia. Considerado la Jerusalén de Europa por la convivencia cultural y religiosa. Bosnios, croatas, serbios y judíos convivieron pacíficamente en Sarajevo durante siglos. El viajero queda sorprendido cuando descubre que, en menos de 300 metros, puede fotografiar la mezquita de Gazi Husrev Bey, la catedral católica del Sagrado Corazón de Jesús, la sinagoga Ashkenazi o la catedral ortodoxa de la Natividad.

La mayor parte de la población bosnia es musulmana, con un 45 por ciento de practicantes, seguida de la iglesia ortodoxa serbia, que cuenta con el 36 por ciento de fieles, mientras que católicos y judíos son minorías religiosas. Lo cierto es que, a simple vista, es casi imposible adivinar las creencias de cientos de bosnios que pasean por el centro histórico. La mayoría de los matrimonios son mixtos y una misma familia puede contar con miembros que practican la religión musulmana, ortodoxa o judía. Tan solo en el barrio turco encontramos a mujeres de mediana edad con pañuelos coloridos y vistosos, cubriéndose la cabeza de camino a la mezquita, pero las chicas jóvenes musulmanas suelen llevar la cabeza descubierta. «Para los sarajevitas, la religión forma parte de ss vidas privadas. Ningún ciudadano se entromete en los asuntos privados de otro en cuanto a creencias se refiere», nos comenta Hamil, nuestro guía. Un joven de 30 años que lleva dedicándose a los denominados freetours desde que el turismo comenzó a crecer en la ciudad: «Aún no somos un destino especialmente solicitado, pero estamos trabajando para impulsar la industria turística”.

Una ciudad que conserva un impresionante legado monumental e histórico, pues formó parte de dos imperios, el otomano y el austro-húngaro. De hecho, la mezquita de Gazi Husrev Bey, construida en el siglo XVI, pertenece al periodo de dominación turca. Es la más grande de Bosnia-Herzegovina y una de las más representativas de los Balcanes.

PAZ Y SILENCIO ANTES DEL TUMULTO

En su patio interior se respira paz y silencio. Lejos del tumulto del bazar, los bosnios musulmanes se disponen a rezar, haciendo las abluciones antes de la oración. Mujeres a un lado y hombres a otro, mirando todos a la Meca, según los preceptos del rito islámico. La mezquita es de uso exclusivo de los fieles, pero debido al incremento del turismo en la zona, permiten a los turistas entrar una hora determinada al día, de 14.00 a 15.00 de la tarde, por un módico precio de dos marcos bosnios, lo que equivale a un euro.

Sarajevo se sitúa en una llanura rodeada de montañas y frondosos bosques, que desde las alturas ofrece atardeceres espectaculares. Posee numerosos miradores naturales, aunque las vistas desde el Fuerte Amarillo son un cóctel de emociones. En la parte alta de la colina, el sol se oculta bajo el cementerio islámico de Kovaci, el más famoso de la ciudad, con cientos de lápidas cilíndricas, según la tradición musulmana. Las inscripciones de las lápidas recuerdan los terribles años noventa, en plena guerra de Bosnia. También destacan el cementerio judío, el más grande de Europa después de Praga, y un Memorial en la avenida Marsala Tita, que rinde homenaje a los 521 niños que perdieron la vida durante el asedio a la ciudad por parte del ejército serbobosnio. A pesar de su pronta recuperación, dos décadas no son suficientes para cerrar heridas.

HISTORIA EN TODOS SUS RINCONES

Las calles de Sarajevo huelen a historia. Cada rincón guarda algún secreto con el que sorprender al viajero. El puente Latino sobre el río Miljacka, situado frente a la Biblioteca Nacional, presenció en 1914 el atentado contra el archiduque Francisco Fernando de Austria, heredero al trono del Imperio austro-húngaro, a manos de un extremista serbio. Este magnicidio desencadenó la Primera Guerra Mundial. Y precisamente, la Biblioteca de Sarajevo es otro lugar emblemático para los amantes de la historia, ya que su fabulosa fachada de estilo morisco no es más que una reconstrucción. El ejército serbio prendió fuego a la célebre biblioteca en la noche del 25 de agosto de 1992, destruyendo dos millones de libros, periódicos y documentos, que quedaron reducidos a cenizas.

La mayor parte de los edificios de la ciudad han tenido que ser reparados y reconstruidos, tras la guerra. En todos ellos hay una placa conmemorativa que rinde homenaje a las víctimas. Nuestro guía Hamil nos explica que las placas pretenden recuperar la memoria frente al olvido y evitar que la historia vuelva a repetirse: «No las ponemos con rencor, sino para crear conciencia». Las cicatrices de la guerra, como restos de metralla de los bombardeos o los proyectiles de los tiroteos, permanecen visibles en las fachadas de algunos edificios. El ataque más destacado se produjo el 5 de febrero de 1994 en el mercado de Markale, en pleno centro de la ciudad y en hora punta. Decenas de civiles perdieron la vida, bajo el impacto de una granada de mortero. Una imagen aterradora que estremeció al mundo.

Sarajevo sufrió un duro asedio por parte de las fuerzas serbias durante 1.425 días y ahora los viajeros se dirigen a las oficinas de turismo para conocer el drama que sufrió la ciudad sitiada durante treinta meses, sin comida, luz ni agua. La desesperación por la falta de víveres y armamento llevó a los bosnios a construir un túnel como única vía de comunicación con el exterior. Ese pasadizo de 800 metros, construido en 1993, unía los barrios de Dobrinja y Butmir con el aeropuerto, lo que permitió la llegada de suministros de guerra y ayuda humanitaria. Hoy, el túnel de la esperanza, se ha convertido en uno de los principales reclamos turísticos. Tardaron más de cuatro meses en completarlo y lo hicieron contrarreloj y sin ninguna maquinaria, evitando ser descubiertos por los serbios para que no lo destruyeran. Los 25 metros de túnel que son visitables llaman la atención de viajeros y curiosos.

TOURS SOBRE LA GUERRA

Los sarajevitas han encontrado en los tours turísticos, especializados en la guerra, una forma de contar su historia reciente. La mayoría de los guías han perdido a familiares durante el conflicto y, aunque entonces eran niños, afirman que nunca olvidarán lo ocurrido: «No es fácil aprender a vivir con bombardeos diarios, sabiendo que tu vida puede acabar en un minuto, si eres víctima de un francotirador», cuenta Hamil. Precisamente, el tour incluye una visita al hotel Holiday Inn, donde se alojaban los periodistas durante la guerra. Situado en el Boulevar Mese Selimovica, más conocido como Avenida de los Francotiradores, de triste recuerdo para los habitantes de esta ciudad. Sarajevo cuenta con más de una decena de museos, entre los que destaca el Museo Nacional de Bosnia. Y es visita imprescindible la galería dedicada a la masacre de Sebrenika. Más de 8.000 varones fueron asesinados por las tropas serbias, a pesar de que estaban protegidos por cascos azules de la ONU, cuya actuación fue muy cuestionada. Una exposición fotográfica del artista Tarik Samarah describe el dolor de los habitantes de esta localidad bosnia.

Nuestro guía siente nostalgia de la República Federal de Yugoslavia, que gobernó el mariscal Josip Broz Tito, desde 1953 a 1980. Tito lideró la resistencia contra la ocupación nazi, durante la Segunda Guerra Mundial, y fue fundador del movimiento de países no alineados, durante la Guerra Fría. «Es el mejor presidente que hemos tenido. Apostó por la igualdad, la tolerancia y el respeto entre todos», añade Hamil: «Tras la muerte de Tito en 1980, aumentaron los conflictos étnicos que nos llevaron a la guerra». Los edificios antiguos, de color gris y triste, contrastan con los anuncios de neón de los centros comerciales. Tiendas del primer mundo globalizado, como Parfois o Mango, se mezclan con niños mendigos, en una de las principales arterias de la ciudad. Algunos tocan música con la mejor de sus sonrisas, otros acosan al turista para pedirle algún marco bosnio. A pesar de viajar a un país de mayoría musulmana, las mujeres jóvenes visten a la moda occidental, con vestidos entallados, faldas cortas, grandes dosis de maquillaje y un elemento esencial para salir de noche: tacones o botas altas. A pesar de todo… la vida sigue en Sarajevo.