Llevaba toreadas nueve corridas de novillos cuando decide presentarse en Madrid el día 13 de junio lidiando una corrida de toros, que no de novillos, porque la preparada del duque de Tovar no le parecía adecuada por pequeña». (José María Cossío).

Según se cuenta, Joselito rechazó los novillos de la ganadería del duque que le habían preparado para su presentación en Madrid en la plaza de la Carretera de Aragón (todavía no se había construido la plaza de las Ventas). «No es esto, no es esto lo que yo quiero para hoy»… exclamó nada más verlos y entonces le mostraron una corrida de toros-toros (más de 4 años y más de 500 kilos de peso) que tenían preparada para otra corrida del día siguiente. Muy bien sabía Joselito, a pesar de sus 17 años, lo que se jugaba esa tarde, sabiendo como sabía que torear y triunfar en Madrid era la cumbre de cualquier novillero que aspirase a ser una figura de la tauromaquia española.

«¿Por qué vamos a llamar Gallito Chico a este enorme torerazo? ¿Chico? (así le llamaban todavía los aficionados por ser el más joven de la saga de los Gallo sevillanos) No lo es de estatura. No lo es de sabiduría. No lo es de corazón. Ni de gracia, ni de salsa torera. Gallito Chico, no. Joselito. [....] El quiebro de rodillas, cogiendo el capotillo por el cuello con la derecha y largando tela con la izquierda, para vaciar por este lado, que dio Joselito al salir el segundo toro, fue admirable, colosal, archimagnífico. Y se revolvió el bicho, y Joselito, con el capote al brazo, le dio tres recortes apretándose mucho, y después cuatro verónicas, embebiendo y sujetando con el percal, levantando con gracia las dos manos, y como conclusión un finísimo recorte, tocando el testuz. [....] Joselito, de adentro afuera, como no se acostumbra, él en los medios, dejó llegar al cornúpeto, le quebró con la cintura y le metió los dos palos en la misma cruz. ¡Asombroso!.......Y toma otro par y marcha andando hacia el bruto, y éste arranca y el torero sigue avanzando y al encontrarse, mete los brazos, cuadrando en el propio testuz y quedando los rehiletes en las propias agujas.

Yo juro que desde que se fue Guerrita no había visto un par tan bonito y con tanta frescura y tanta vista elevado.

Y «triplicó» Joselito con otro, monumental. Las seis banderillas en el círculo de una peseta. Palabra de honor [....]

Joselito torea de muleta como eminentísimo profesor.... Muletea con el compás abierto, cargando mucho la suerte, “amarrando al bruto con la bandera”, para llevarle dónde y cómo quiere. ¡Esto es torear! [....] El chico pequeño de las de Gallito salió en hombros de la Plaza, en medio de una atronadora ovación. [....]

-¿Qué le ha parecido a usted Joselito?

- ¿Joselito? Pues... un fenómeno. Con el capote creo que hoy no tiene rival. Con la muleta recuerda a los mejores toreros en sus buenas faenas, y con las banderillas, un coloso. ¡Así, como suena! (Don Modesto. El Liberal, 14 de junio de 1912). Por su parte, el prestigioso Gregorio Corrochano escribía en ABC algún tiempo después: «Las cuadrillas venían bajo el peso de un fracaso en no sé qué plaza y temían que se repitiera en Madrid. A Joselito le parecieron chicos unos novillos del Duque de Tovar que les preparó la empresa. No había más que una corrida de toros, de Olea. Pues venga la de Olea -dijo Gallito-, que podemos con ella. Un toro desigualaba mucho y se sustituyó por uno de Santa Coloma. Parece que lo estoy viendo... Salió el segundo toro y Gallito se hincó de rodillas y dio el cambio. Toreó capote al brazo, hizo quites primorosos, y, animado por las ovaciones, cogió las banderillas. El primer par lo puso al quiebro en los medios de la plaza. Menchero tiene la fotografía, dedicada por José. Estuvo superior en el toro, pero pinchó mucho… Le cogió el toro, se hirió con el estoque, le curaron en la enfermería y salió otra vez. El otro toro era manso y se fogueó y en este toro se le vio un dominio y un conocimiento que anunciaba lo que había de ser. El entusiasmo del público no tuvo límites. ¡Lagartijo! ¡Lagartijo!, se oía a los aficionados viejos. Don Modesto escribía con su vehemencia habitual: ¡Este! ¡Este! Yo no soy sospechoso señores. ¡Señores, qué Gallito! Pues bien, yo juro aquí que creo que nos hallamos en presencia de un fenómeno torero!».

Fue el comienzo de la edad de oro, que llegaría a la cúspide un año más tarde con la aparición en escena de otro genio taurino, Juan Belmonte. Entre ambos consiguieron que España viviese más pendiente de los toros que de los desastres políticos que vivía el país en aquellos años. (Meses después sería asesinado el presidente del Gobierno, José Canalejas).

Corrochano escribiría en su largo ensayo ¿Qué es torear? Introducción a la tauromaquia de Joselito estas palabras: «¿Qué es torear? Yo no lo sé. Creí que lo sabía Joselito y vi cómo lo mató un toro. Joselito dominaba, como nadie lo había hecho, la lidia del toro y las distintas suertes con la sencillez del genio que era. Dominaba el temple, ese algo que pone de acuerdo el movimiento del toro que enviste y el movimiento del hombre que torea. Se templa el instinto con el instinto, para torear hace falta temple. Temple en capote y muleta que se lleva al toro, temple en el brazo que torea, temple en el hombre que torea con el brazo. Acaso el temple pueda confundirse con la lentitud, aunque son cosas diferentes. El temple depende del toro, como todo lo que se hace en el toreo. Si no van de acuerdo el movimiento del toro y la mano del torero, no hay temple aunque haya lentitud».

Gallito chico

Por su parte, el afamado crítico Santiago Oria Mangue publicaba al día siguiente en El País (órgano del Partido Republicano) una crónica llena de adjetivos laudatorios, de la que reproducimos algunas frases: «Corrida de toros de la feria de San Antonio. Se lidiaron cinco toros de Olea y uno de Santa Coloma para Limeño y Gallito Chico. Se levanta el niño y con el capote recogido le sacude tres lances, cada uno de los cuales vale por una faena. Luego, verónicas estupendas, con juego de brazos de esos que no se aprenden, sino que se sacan del vientre de la madre… Vamos a ver cómo vuelve Gallito. Pues con la muleta, el mismo que fue en su segundo toro.

Parado, derecho, adornado y mandando más que un general en campaña. Es un torero en toda la extensión de la palabra. Anda entre los toros como en una tertulia de amigos, tiene gallardías y recursos en todo momento. Señores. Apretarse las taleguillas, que viene pegando. Y para remate de todo lo visto y oído, entra a matar desde corto y tira derecho, y mata media en la misma cruz que mató en el acto. Ovación y salida en hombros hasta el auto, que le devolvió a Madrid entre palmas por la avenida de la Plaza».