Cualquier cordobés sabe que la Plaza del Potro es uno de los escenarios más emblemáticos de nuestra ciudad y de su historia. Lo que pocos intuyen es que su nombre podría provenir de un siniestro episodio que cabalga a medio camino entre la realidad y la leyenda, supuestamente acaecido en la actual sede del Centro Flamenco Fosforito. El espacio destinado hoy a la investigación y difusión del arte flamenco fue en el pasado un corral de vecinos, y funcionó como posada hasta 1972. El mismísimo Miguel de Cervantes la cita hasta tres veces en la obra más universal de nuestra literatura.

Cuenta la tradición que en el siglo XIV estaba regentada por un mesonero bajito y encorvado, un hombre malicioso y de pocos amigos. En una noche de fuerte tormenta llegó un joven solicitando una habitación. Por su vestimenta, todos presumían que se trataba de un capitán de los ejércitos del rey de Castilla, Pedro I. Después de cenar, el mesonero acompañó al militar a la mejor habitación de su posada. Mientras recorrían el pasillo, el joven escuchó por el hueco de una puerta entreabierta una voz femenina que le susurraba «caballero, no durmáis», motivo suficiente para que el viajero se lo pensara dos veces antes de conciliar el sueño.

La lluvia caía de forma incesante. El viento azotaba con estrépito las contraventanas de madera, una y otra vez, contra la pared. Con ese estruendo, es comprensible que el caballero no escuchara el ruido de una portezuela levantándose lentamente bajo su cama, ni advirtiera el sospechoso bulto que surgía por el hueco recién abierto. Momentos después, un relámpago iluminó la habitación, y el capitán se acercó a la ventana para comprobar que su caballo seguía bien. Al girarse de regreso a la cama, se percató bajo la misma de la cabeza del tabernero que le había atendido, asomando por el hueco de una trampilla. Entonces lo entendió todo: el posadero estaba esperando a que se durmiera para robarle el oro que llevaba encima, y quizás por eso, la voz femenina le había advertido que debía mantenerse en vela. Como alma que lleva el diablo, el militar abandonó la habitación, montó su caballo y partió hacia Sevilla al encuentro de su rey.

Dos semanas después, el posadero se quedó pálido al ver entrar de nuevo en su negocio al capitán; pero en esta ocasión, acompañado nada menos que por el corregidor de Córdoba y por Pedro I de Castilla. La guardia real sujetó al mesonero, mientras el monarca y su capitán recorrían el edificio, en busca de evidencias que probaran las actuaciones deshonestas del dueño de la hospedería. Y vaya si las encontraron: a través de la trampilla situada bajo la cama de la habitación donde se alojó el militar, descendieron hacia unas galerías subterráneas, donde se amontonaban tanto las joyas arrebatadas a los viajeros como los esqueletos de sus legítimos dueños. Entre esos cadáveres se encontraba el del auténtico padre de una adolescente a la que todos consideraban hija del mesonero, a pesar de no existir el menor parecido físico entre ambos. La chica se abrazó al capitán, confesando que fue ella quien le advirtió de no dormir, y revelando que el tabernero asesinó a su padre, y la retenía desde hace meses realizando trabajos forzados.

Si a Pedro I lo apodaban ‘El Cruel’ seguro que no era por su sangre fría. Hecho una furia, el propio rey agarró al posadero por el cuello y lo arrastró hasta el centro de la plaza, mientras se desgañitaba gritando al responsable de prevenir este tipo de comportamientos en su ciudad: «¡Tú, corregidor! ¿Acaso tú no sabías esto? ¡Ira de Dios! ¡Y aún me llamaréis cruel por castigar a este infame!». Acto seguido, sus soldados ataron las manos del tabernero a la reja de la ventana, y los pies a dos potros. Luego azotaron a los animales, que salieron corriendo, arrastrando tras de sí las extremidades desarraigadas al malhechor. Todo el mundo pudo ver cómo se las gastaba el rey.

La leyenda, probablemente adornada, nos asegura que el capitán y la hijastra del posadero se acabaron casando, y que el monarca castellano les entregó todas las joyas halladas en la hospedería. Esta cesión de activos no hay quien se la crea, pero ya sabe que las historias de caballeros y princesas medievales siempre terminan en boda. Y en Córdoba somos muy tradicionales.

(*) El autor es escritor y director de «Córdoba Misteriosa». Puede seguir su trabajo en www.josemanuelmorales.net