A estas alturas de diciembre, son muchos los hogares cordobeses donde ya se ha instalado el tradicional belén. Algunos de nuestros vecinos lo han hecho siguiendo las pautas que les trasladaron sus padres y abuelos, otros imitando el que han visto en la asociación, el negocio de la esquina o el colegio de sus hijos. Y lo llamativo es que casi ninguno conoce el auténtico significado de las figuras que ha colocado en su interior. ¿Por qué la manta del Niño es de color rosa? ¿Por qué el manto de la Virgen se pinta de azul? Y lo más curioso de todo, si ni la mula ni el buey aparecen en la Biblia, ¿por qué se colocan en el pesebre?

La tradición belenista fue introducida en España por Carlos III de Borbón en 1760, cuando se trajo desde Nápoles una escena de la Natividad compuesta por más de cinco mil figuritas. Antes, en 1223, fue San Francisco de Asís quien colocó por primera vez, en el altar de la parroquia de Greccio, en el Lazio italiano, un pesebre con un niño recién nacido, amparado por la Virgen, una mula y un buey. Pero, si como acabamos de adelantar, ninguno de estos animales es mencionado en los pasajes de los Evangelios canónicos, ¿de dónde los sacó el monje italiano?

Cuenta una vieja leyenda que cuando María dio a luz, merodeaban por el famoso pesebre un par de bestias, que pronto se acercaron al lugar del alumbramiento. La primera, una vaca, intentó calentar al recién nacido con su aliento, mientras que la segunda, una mula, arrancó a comerse la paja que calentaba al Niño, dejándolo helado de frío. En consecuencia, la Virgen bendijo a la vaca, que a partir de entonces sería fértil y con sus entrañas podría alimentar a sus hijos, y maldijo a la mula, a la que condenó a ser estéril por toda la eternidad. Esta tradición es un ejemplo claro de cómo las leyendas se construyen para explicar al pueblo llano una realidad compleja, como la infertilidad de la mula. Pero lamentablemente, arroja poca luz sobre el enigma que nos ocupa, por lo que deberemos buscar en las fuentes escritas.

Así encontramos que el primer texto cristiano que los menciona es un evangelio apócrifo de Mateo, que a su vez hace referencia a las profecías de Isaías: «El buey ha conocido a su dueño, y el asno, el pesebre de su señor». Sin embargo, llama la atención que sea un texto prohibido, oculto y perseguido, el que haya dado lugar a que estas bestias se conviertan en dos de los elementos más populares de la escena navideña. En realidad, una traducción literal de los textos hebreos nos hablaría de un toro en lugar de una vaca, y un asno en vez de una mula. Pero, ¿por qué fueron sustituidos por otros animales diferentes? El burro encarna la pereza, la terquedad y la ignorancia. El toro, por su parte, en la península ibérica estaba demasiado relacionado con los rituales celtas y las religiones mistéricas. O lo que es lo mismo, cultos precristianos, paganos, de los que la Iglesia tenía que distanciarse a toda costa. Por eso se sustituyeron por el buey y la mula, que encarnan valores más positivos como la fuerza y la capacidad de trabajo.

Si aceptamos esta idea, el papel de cada uno en la composición simbólica del portal quedaría claramente definido. El Niño simboliza el nacimiento del Cristianismo, y en su cesta solemos encontrar mantas de color rosa palo, aludiendo a la futura pasión que sufrirá -se convertirá en rojo sangre-. A su lado siempre hallamos a la Virgen María, cuyo manto suele pintarse de azul, recordando el color del cielo al que ascenderá. Y a su alrededor, los animales representan los dos tipos de posturas que podían tomar los judíos y gentiles de su época ante la nueva religión: el toro o el buey representan a quienes la aceptaron como su nueva Iglesia, mientras que el asno o la mula englobarían a todos aquellos tercos -desde su punto de vista, claro- que no quisieron convertirse y prefirieron persistir en sus antiguas creencias.

Sea como fuere, los elementos del pesebre no están ahí por casualidad y cada uno aporta al conjunto un significado diferente, del que aquí sólo hemos vislumbrado una pequeña parte. Quizá ahora, cuando observe un portal de Belén, vea algo más que estrellas, sol y luna.

(*) El autor es escritor y director de «Córdoba Misteriosa». Puede seguir su trabajo en www.josemanuelmorales.net