No podían imaginarse Pablo Iglesias y el grupo que le ayudó a fundar el Partido Socialista Obrero Español el viacrucis que iban a vivir desde la fundación del partido hasta la participación en unas elecciones. Fueron 12 años de conferencias, mítines y viajes por toda la geografía española en busca de militantes que les apoyaran. Tal vez porque las normas que se habían impuesto en el primer congreso eran demasiado exigentes. Y como tal partido se presentaron a las elecciones de 1891, que fueron un fracaso, ya que no sacaron ni un solo diputado. Igual sucedió en 1893 y 1896... y tuvieron que esperar hasta 1905 para sacar sus tres primeros concejales.

Pero antes, en la elecciones generales de 1898, sucedió algo que define mejor que nada el carácter de aquel Pablo Iglesias. En plena campaña electoral se presentó en su casa, en nombre de Sagasta, jefe del Partido Liberal y a la sazón presidente del Gobierno, el subsecretario de la Presidencia, Pablo Cruz, para ofrecerle el acta de diputado si aceptaba renunciar a algunas de las reivindicaciones que el PSOE llevaba en su programa electoral (supresión de la Monarquía, supresión del Ejército, supresión de la Iglesia y de las órdenes religiosas, supresión de la propiedad privada, etc.). Iglesias escuchó educadamente al enviado del presidente y con asco más que indignación le respondió al emisario: «Había aceptado la revisión de que el señor Sagasta, además de político hábil, era buen conocedor de los hombres, y veo que semejante versión es total y absolutamente equivocada. El Partido Socialista tiene los mayores deseos de hacerse representar en el Congreso; pero para que el logro de ese deseo le satisfaga es indispensable que quien le represente pueda entrar por la puerta grande y la cabeza levantada. Lo que usted en nombre del señor Sagasta viene a ofrecerme me autoriza a decirle que el señor Sagasta no lleva camino de conocer a los socialistas».

Pero el PSOE se quedó una vez más sin representación en el Parlamento y los socialistas tendrían que sufrir varias estaciones más de su viacrucis. Entre ellas la de la Semana Trágica de Barcelona, la primera prueba de fuego para el PSOE y sobre todo para la UGT. Porque cuando los anarquistas y los republicanos se rebelaron en Barcelona al embarcar los reservistas para la Guerra de Marruecos ya no tuvieron más remedio que sumarse a la rebelión, y hasta convocaron una huelga general a nivel nacional. Al final los sindicatos y los partidos de izquierdas perdieron la partida porque el Gobierno presidido por Maura, con Juan de la Cierva como ministro de la Gobernación, empleó toda la fuerza del Estado para aplastar lo que ya tomaba signos de revolución.

Y Pablo Iglesias y los miembros del comité de huelga fueron detenidos. El Abuelo (así le llamaban ya todos los socialistas y así incluso se le conocía entre la clase política, por su gran cabellera y barbas blancas) se pasó un mes en la cárcel. Sin embargo, el partido y el sindicato crecieron ese año más que en los 20 anteriores.

Tal vez por ello no sorprendió que los republicanos negociaran con él ir juntos a las elecciones de 1910. Iglesias al principio dudó, pero quizás porque entre los republicanos que negociaban con él estaba sentado Benito Pérez Galdós (a partir de ese momento y hasta la muerte se hicieron muy buenos amigos, hasta el punto de que el autor de los Episodios Nacionales estuvo a punto de apuntarse como militante al PSOE) acabó aceptando.

Y ¡por fin! Pablo Iglesias salió diputado a las Cortes en las elecciones del 8 de mayo de 1910, yendo en la lista de Conjunción Republicano-Socialista. Tenía ya 60 años y hacía 31 años que había fundado el PSOE. Pero las izquierdas no le habían perdonado a Maura la represión de la Semana Trágica y mucho menos del fusilamiento de Francisco Ferrer Guardia, a quien todos consideraron inocente menos Maura. De ahí que la campaña electoral y los meses siguientes un grito («¡Maura no!») fuera la bandera de todos.

Y en ese ambiente anti-maurista pronunció Iglesias su primer discurso parlamentario. Fue el 7 de julio de 1910, cuando el Congreso debatía el proyecto de «contestación al discurso de la Corona». En su intervención Iglesias se mostró como el revolucionario que era y sus palabras causaron un verdadero terremoto. Entre otras cosas dijo: «Mi partido estará en la legalidad, mientras la legalidad le permita adquirir lo que necesita, fuera de la legalidad cuando ella no le permita realizar sus aspiraciones». Pero las palabras que provocaron el terremoto fueron estas: «Tal ha sido la indignación producida por la policía del señor Maura en los elementos proletarios, que nosotros, de quienes se dice que no estimamos a nuestra nación, que no estimamos a los intereses de nuestro país, amándolos de veras, sintiendo las desdichas de todos, hemos llegado a considerar que antes de que su señoría suba al poder debemos llegar al atentado personal».

¡Dios! y allí se armó lo que no está escrito en los papeles. La mayoría, todos los diputados del Partido Conservador, y gran parte del Partido Liberal y otras minorías, consideraron las palabras de Iglesias como «una incitación al asesinato», y algunos de ellos saltaron de banco para atacar al diputado socialista. El señor presidente, que no era otro que el Conde de Romanones, se las vio y se las deseó para mantener el orden y con el Reglamento en la mano le exigió al diputado Iglesias que retirara sus palabras, pero éste se negó en redondo si no se le dejaba explicarse. Y ni el presidente ni las mayorías aceptaron explicación alguna. Así el ambiente se fue caldeando de tal manera que se temió lo peor (ver texto completo del discurso y el altercado siguiente, recogidos literalmente del Diario de Sesiones del Congreso, en la página web del Diario CÓRDOBA).

Sin embargo, la situación empeoró 15 días más tarde, justo 15 días, cuando Maura, el jefe conservador, fue agredido en Barcelona por el socialista Manuel Posa Roca que le disparó a bocajarro, hiriéndole en una pierna y en un brazo gravemente. Porque entonces todos consideraron a Iglesias como responsable intelectual del atentado.