Organizada por la Fundación Trinidad Comas, el año 2017 se cerró con una exposición en el Centro Cívico Poniente Sur sobre un grupo de mujeres que, tras el tiempo transcurrido, se merecen un lugar en la historia. El acto de presentación estuvo amenizado por la música del cuarteto de cuerda perteneciente a la Orquesta Almaclara, compuesto por su directora, Beatriz González Calderón (violonchelo), Araceli Morales Ahumada (violín), Andrea Marquina Pérez (violín) y Marta Sáenz de Rodríguez (viola). Hubo una conferencia a cargo de la escritora sevillana Eva Díaz Pérez, quien con gran profesionalidad, dominio del estilo y buen conocimiento del tema, supo exponer los rasgos más característicos de un conjunto de mujeres pioneras en la ciencia, el arte y la literatura. Tras la Guerra Civil, fueron silenciadas y ahora asociaciones y destacados nombres de la cultura se han unido con el propósito de que reciban el homenaje que se merecen, negado por la sociedad de su época. Para finalizar el acto, miembros de la Fundación Antonio Gala y del Ateneo de Córdoba se sumaron a este homenaje con la lectura de algunos de sus poemas. Este programa, subvencionado por la Delegación de Participación Ciudadana del Ayuntamiento de Córdoba, fue coordinado muy acertadamente por la secretaria de la Fundación, María de los Ángeles Barrón Casado.

De todos es conocido que la historia de la literatura española está constituida por una lista interminable de nombres masculinos, y que son escasos los capítulos en cuyas líneas se reflejan nombres de mujer. Aunque existieron algunos escritos de pluma femenina en el siglo de Oro, solo se da resonancia a la obra de Santa Teresa y, si nos centramos en el XIX, ha trascendido con notoriedad hasta nuestros días la poesía de Rosalía de Castro o la narrativa de Pardo Bazán; sin embargo, poetas y escritores que en la actualidad serían catalogados como de estilo mediocre gozan de estudio en los libros de literatura y tienen calle en su localidad natal. Con los orígenes de la lucha por la igualdad en el primer cuarto del siglo XX, se impulsaron las creaciones femeninas, aunque estas obras no provocaran el interés del lector, ni suscitaran la simpatía deseada. Un colectivo de mujeres se enfrentó con la sociedad que les imponía una serie de tradiciones que vetaban su libertad y se encontraron con difíciles obstáculos para acceder a editoriales que apostaran por la literatura femenina. Tendrían que pasar algunos años para que desapareciera el eclipse que la sociedad les impuso. Con la Segunda República pudieron votar y fueron varias las que, salvando las trabas de las normas establecidas durante siglos, lograron acceder a la universidad; aun así, tuvieron que transcurrir décadas para que sus voces derribaran los muros de un espacio construido por hombres. Nada se les regaló, ni nada les fue fácil en sus reivindicaciones por conseguir unos privilegios concedidos al varón desde su nacimiento.

A esta altura del siglo XXI, no es ningún secreto que la denominación que se le dio a una generación de las más sobresalientes de nuestras letras (Generación del 27), surgió con motivo de la celebración del tercer centenario del fallecimiento de Luis de Góngora en 1927, cuando un grupo de poetas decidió homenajear en el Ateneo de Sevilla a uno de los maestros más grandes de la poesía española, relegado en su tiempo por diferentes causas. Allí se plasmó la foto que más tarde se convirtió en icono del grupo o acta fundacional de la generación: Rafael Alberti, Federico García Lorca, Juan Chabás, Mauricio Bacarisse, José María Platero (directivo del Ateneo de Sevilla), Manuel Blasco Garzón (presidente del Ateneo de Sevilla), Jorge Guillén, José Bergamín, Dámaso Alonso y Gerardo Diego. Se ha consumido mucha tinta y se ha debatido muchas horas en seminarios y mesas redondas sobre quiénes formaron la prestigiosa generación. La pregunta que ronda a los críticos y catedráticos de literatura produce en ciertas ocasiones discrepancias, a la hora de afirmar si la Generación del 27 estaba formada por un grupo cerrado o abierta a poetas e intelectuales que compartieron una época. Hay que recordar la ausencia en la imagen de Pedro Salinas, Vicente Alexandre, Manuel Altoaguirre, y Luis Cernuda, entre otros. También es objeto de debate especificar si la Generación del 27 era solo poética o incluía a miembros de otras manifestaciones artísticas o ciencias. El dilema surge cuando se establece quiénes pueden pertenecer a esta generación y si entre ellos se incluía a las mujeres. El fin primordial de la exposición a la que asistí era el de reclamar un lugar entre la intelectualidad de unos años prebélicos y difíciles, a las voces femeninas que injustamente fueron silenciadas, en ocasiones por sus mismos compañeros. Como tantos varones, algunas de estas mujeres fueron perseguidas por sus ideas y tuvieron que marchar al exilio. Y entre otros logros, las escritoras, poetas o científicas que compartieron generación dieron un gran paso hacia su liberación; pero se encontraron con un grupo de intelectuales que mantuvo sus propias reglas, las antiguas y viejas reglas que habían prevalecido en toda la historia de la literatura y de la humanidad.

Tania Balló ha pretendido recuperar en su libro Las Sinsombrero los avatares de un grupo de mujeres que en los años veinte y treinta del siglo pasado pretendieron participar sin complejos en la intelectualidad de los años que les tocó vivir, mujeres rompedoras que abrieron una vía para el futuro de otras. Según cuenta la autora del libro, Margarita Manso, junto con Dalí, Lorca y Alberti pasearon por la Puerta del Sol sin sombrero y fueron apedreados e insultados. Podemos considerar que su lucha comenzó a dar frutos en el último cuarto del siglo pasado: por fin, una mujer ocupó un sillón en la Academia, Carmen Conde, y otras muchas se abrieron paso en el periodismo, pintura, investigación o narrativa. El poder que tuvieron todas las voces silenciadas, como se les ha llegado a denominar, es evidente que marcó su propio espacio, hoy reconocido: Margarita Manso (pintaba, escribía, esculpía y componía), Marga Gil Roesset, (escultora, ilustradora y poeta. Vivió en su mundo idílico), Concha Méndez, (fue una mujer libre, sin fronteras. Murió en el exilio), Maruja Mallo (una de las pocas a las que en su día se le reconoció su obra, más tarde exiliada y olvidada), Ángeles Santos (pintora vanguardista, pintó a la mujer lejos de la idea de objeto de deseo), María Teresa León (pareja de Rafael Arberti, conocida por su lucha contra el fascismo), Rosa Chacel (la que mejor representa lo que significó ser mujer en su generación), Ernestina de Champourcin (aunque fue miembro del Opus Dei, nunca olvidó el objetivo de la libertad), Josefina de la Torre (mujer vanguardista, una de las más desconocidas. Después de la guerra, vivió en España), Concha Méndez Cuesta (poeta y dramaturga. Murió en el exilio, aunque ya había acabado la dictadura), Esther López Valencia, (poeta, fusilada junto a su padre en septiembre de 1936), María Cegarra Salcedo (sus dos aficiones eran la poesía y la química, fue gran seguidora de Manolete), Elisabeth Mulder Pierluisi, (aficionada a la poesía y la música, dominaba seis idiomas), Carmen Conde Abellán (cultivó la poesía, el teatro, la narrativa y la literatura infantil, fue la primera mujer en ingresar en la Real Academia de la Lengua), María Romero Serrano (poeta y profesora de Lengua y Literatura española en el Mills College de California, lugar donde residió tras la Guerra Civil), Margarita Ferreras (poeta y de las más desconocidas del grupo. Se exilió y nunca se supo más de ella), María Zambrano (reflejó el pensamiento de esta generación. Fue la última que abandonó España camino del exilio)…

Pero llegó un momento en que la actitud de una sociedad, influida por leyes no escritas pero impuestas por el sexo dominante, cambió. Puede que en un futuro no muy lejano el rumbo de la historia lo marquen las mujeres. Es innegable el avance que, tras siglos de lucha, han llegado a alcanzar no solo en la literatura, sino también en la política, en las artes o en las ciencias. Llego a la conclusión de que el futuro es de ellas.