El pasado viernes, mientras caminaba por el Puente Romano, no pude evitar fijarme en esa hornacina adornada con palmas en la que se leen los nombres de los patronos de nuestra ciudad. Al preguntarles por «el patrón», no son pocos los jóvenes que piensan en San Rafael. Tampoco faltan los que se acuerdan de cierta serie de Netflix. Sin embargo, aunque casi nadie los ensalce, cabe recordar que los patronos de Córdoba son San Acisclo y Santa Victoria -desde 1994 junto con la Virgen de la Fuensanta-, y el pasado 17 de noviembre se celebró su festividad.

Según la tradición piadosa, Acisclo y Victoria eran dos jóvenes hermanos cordobeses que profesaban el cristianismo a principios del siglo III, cuando Córdoba formaba parte del Imperio Romano. Por decreto del gobernador Dion fueron perseguidos y sometidos a diversas torturas para obligarlos a abjurar de su fe, cosa a la que no parecían dispuestos. Primero, sus verdugos los azotaron con gruesas varas y les clavaron puntas de acero en las plantas de los pies. Después los introdujeron en un horno, mas los acabaron sacando al ver que no se abrasaban. Luego intentaron ahogarlos, arrojándolos al río Guadalquivir con pesadas piedras al cuello. Instantes después de sumergirse volvían a emerger, flotando sin el menor síntoma de ahogamiento. Así que decidieron destriparlos con garfios y quemarlos vivos, pero al encender el fuego, éste se descontroló y varios de sus castigadores perecieron achicharrados, sin que ninguno de los dos jóvenes sufriera la menor lesión. Viendo que estaban protegidos por un potente halo de santidad, los romanos optaron por métodos más prácticos. Al joven Acisclo lo degollaron, mientras que a Victoria le cortaron los pechos y la lengua, para luego saetearla con miles de flechas como parte de un macabro espectáculo en el anfiteatro de la ciudad -ubicado a espaldas del actual rectorado de la Universidad-.

Según la tradición, una ciudadana romana llamada Minciana recogió ambos cadáveres y los trasladó a escondidas hasta la orilla del río, donde les dio sepultura.

Cuando se corrió la voz, los creyentes comenzaron a peregrinar a dicha tumba, hasta que décadas más tarde se levantara en ese mismo emplazamiento el primer templo cristiano de Córdoba. El mismo desapareció durante la dominación musulmana, pero tras la Reconquista, volvería a levantarse convertido ya en el primer monasterio de la ciudad. El mismo cayó de nuevo en el abandono durante los siglos posteriores, quedando a día de hoy reducido a un pequeño pero coqueto templo situado a la vera del Guadalquivir: la Ermita de los Santos Mártires.

(*) El autor es escritor y director de ‘Córdoba Misteriosa’. Puede seguir su trabajo en www.josemanuelmorales.net