Patricio Pron es un, periodista y escritor argentino de formación alemana, ganador del premio Juan Rulfo en 2004, autor de ‘El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia’ y elegido como uno de los mejores narradores jóvenes en español por la revista Granta. Es autor de seis libros de relatos, entre los que se encuentran ‘Trayéndolo todo de regreso a casa. Relatos 1990-2010’ (2011), ‘La vida interior de las plantas de interior’ (2013), así como de siete novelas, entre ellas, ‘El comienzo de la primavera’ (2008, ganadora del Premio Jaén de Novela.

Patricio Pron es chiquito en la realidad y grande en la literatura. Es preciso en las palabras y extensivo en sus disertaciones, como buen argentino que es. No le duele el egocentrismo de su país. Muy al contrario, piensa que es el mejor del mundo. Lo dice, claro está, sonriendo. Como buen escritor argentino también, ha publicado este año un libro de relatos, Lo que está y no se usa nos fulminará. En alguno de sus relatos, dos escritores se ponen de acuerdo para escribir la autobiografía del otro y una lectora se obsesiona con ambos o con alguno de ellos. En otro, un escritor llamado Patricio Pron contrata a un puñado de actores para que «hagan de Patricio Pron». En este nuevo título, su autor indaga de nuevo en las posibilidades inagotables y entreveradas del relato. Un lugar donde la realidad se enreda, se confunde y se agota en sí misma, y que no es sino otra refulgente esquina de la propia ficción.

--En cierto modo, parte de lo que cuentas en este libro te sucedió en realidad. ¿Nuestra propia biografía puede ser una buena fuente de inspiración?

--Creo que lo es si conseguimos trascender los hechos, si conseguimos ir más allá y convertir una experiencia individual en una experiencia colectiva. De lo contrario, no tiene sentido.

--Aunque en uno de estos relatos varios personajes suplantan la personalidad del propio Patricio Pron, piensas que nadie querría ser Patricio Pron. ¿Condenado a ser tú mismo dentro y fuera del libro?

-Aparentemente, sí. Es un trabajo muy mal pagado y para el que no hay demasiados candidatos. Así que voy a tener que seguir haciendo de Patricio Pron por un tiempo.

-Argentina, por su parte, está presente en el libro. De hecho, pensaba titularlo Mundo argentino. ¿Vuestro egocentrismo es tal como lo cuentan?

--No solamente es tal como lo cuentan. La respuesta más argentina a la pregunta sería que es el mejor egocentrismo del mundo.

--Aunque tus padres están ahí, ¿es cierto que los argentinos de tu edad os sentís hijos de desaparecidos? ¿Hasta ahí ha llegado la conciencia de aquellos hechos?

--Creo que sí. Creo que una parte muy importante de nosotros ha tomado, en el marco de una toma de posesión más general, por las víctimas de la historia, ha hecho suya la reivindicación de memoria, ¿verdad?, y justicia, que están en el fondo de las luchas de madres y abuelas en Plaza de Mayo y de la organización Hijos, y que está, en el fondo, detrás de las mejores cosas que han pasado en Argentina en los últimos 40 años. La historia de Argentina tiene una línea de sombra y una línea de luz. Y creo que esta es la línea de luz.

--Dos escritores se ponen de acuerdo para escribir cada uno la autobiografía del otro. ¿Supone esa iniciativa la de estar creando un nuevo género?

--Quizás. Sí. Muchas veces uno sugiere posibilidades en los libros que, al igual que los libros que no ha leído, le han sugerido las posibilidades de los relatos que uno ha escrito. Y quién sabe. Quizás haya una obra retomando esta posibilidad.

--Dice Rodrigo Fresán que los argentinos no saben escribir novelas, pero que sois unos genios del relato. ¿Qué ofrece el cuento que no te da la novela?

--Creo que una serie de exigencias y de limitaciones que, al contrario de lo que podríamos pensar, no constituye un obstáculo sino una inspiración. Trabajar en un ámbito como el del cuento que tiene una larga historia y que además parece ya haber sido completamente explorado, buscando, como en este caso, territorios que no hayan sido cartografiados todavía, hace que sea más atractivo escribir relatos para mí, en este momento de mi vida, que escribir novelas.

--Otros libros tuyos se vuelcan en aspectos relacionados con el pasado. Este, sin embargo, trata del presente, un presente que calificas de convulso.

--Sí. Creo que es un momento particularmente difícil de comprender. Y creo que es precisamente debido a la convulsión de los tiempos que vivimos, que se hace necesario recurrir a la literatura para otorgarle un sentido a hechos que, de otra manera, nos resultan confusos, contradictorios, complejos de abordar. Vivimos en un momento en el cual la emergencia de lo que denominamos la virtualidad, llámense redes sociales o la disponibilidad de información que propician los buscadores, generan un espacio en el que no sabemos muy bien cómo movernos todavía, en el que las identidades son frágiles y son provisorias y negocian de forma compleja con las identidades reales que todos tenemos. Entonces, creo que es un momento particularmente idóneo para una literatura que explore estas cuestiones.

--Abres el primer relato con una cita de Ricardo Piglia. ¿Ha dejado muchos huérfanos en tu país el autor de ‘Respiración artificial’?

--Creo que todo gran escritor abre una puerta con su obra y al mismo tiempo la clausura tras su paso. Evidentemente, además de un magnífico escritor, Piglia es alguien que inauguró un territorio de un cierto tono en la literatura argentina del que algunos nos consideramos deudores. Después de Piglia quizás nos sea más difícil escribir literatura argentina. Y creo que deberíamos celebrar la vida de escritores que plantean esas exigencias, que dejan legado.

--Tus relatos parten la mayoría de las veces de cierta intuición que tienes sobre una situación narrativa. ¿Y después?

-Y después esas situaciones narrativas son exploradas en los relatos. A diferencia de muchos colegas míos que necesitan saber qué historia desean contar antes de contarla, yo averiguo cuál es la historia que deseaba contar cuando la escribo. Hay allí un intento de exploración que lleva a que prácticamente yo descubra la historia al mismo tiempo en que la descubren los lectores en una confusión de autor y lector. Ya está presente en toda mi obra y especialmente en este libro.

--Escribes sin música porque, para ti, la música es tan absorbente como la lectura. Pero algunos de tus relatos sí tienen su propia banda sonora.

--Sí. Sí. La literatura que me interesa a mí dialoga con otras disciplinas artísticas y no se limita tan solo a ser objeto de la lectura. Tiene una sonoridad, tiene una cadencia, tiene referencias. Van de lo literario a lo musical y esa banda sonora que estos relatos tienen, que es la banda sonora en algún sentido de mi propia vida, es una invitación al lector a que descubra nuevos sonidos, nuevas músicas y que vaya a ellos.

--Te reconoces incapaz de leer a autores capaces de hacer algo abominable. El problema es que ética y estética no siempre confluyen en las mismas páginas.

-Sí. Existe un debate muy importante en este momento en el marco del cual, yo, al igual que otras muchas personas, tiendo a pensar cosas a menudo contradictorias. Por una parte, efectivamente, me cuesta leer a autores de los que me consta que han cometido hechos abominables. Sin embargo, creo que debemos hacer un esfuerzo y diferenciar a autor y obra. No siempre es fácil. Ni siquiera quienes leemos profesionalmente lo conseguimos en ocasiones. Pero creo que es muy importante si no queremos encontrarnos con un panorama desolador de la falta absoluta de productos artísticos o un panorama empobrecido debido a que sustraemos en nombre de un nuevo puritanismo un montón de textos, películas, músicas, etcétera.

--Al contrario que Paul McCartney, para ti la vida es más fácil con los ojos abiertos. ¿No te duele lo que ves?

--Pienso que todos nosotros tenemos la obligación de ser contemporáneos en los tiempos que nos han tocado. Que estos tiempos sean francamente mejorables, no me exime a mí de la responsabilidad de contemplarlos y de dar testimonio de ellos. Estos relatos son una forma de encontrar en todo aquello que está mal en el mundo en que vivimos un puñado de excusas para continuar trabajando por su mejora, por su perfeccionamiento.