Hace no mucho tiempo, me encontraba en la Plaza del Triunfo, cuando un turista despistado me preguntó, señalándome hacia las dos únicas casas de la plaza: ¿Es esa la Mezquita? Mi primera reacción fue sonreír e indicarle cuál era el gran templo omeya. Pero, inmediatamente después, pensé que tan desconocida era la Mezquita para aquel ignorante visitante, como aquellas dos casas para la inmensa mayoría de cordobeses. Estos edificios de singular decoración nazarí albergaron a comienzos del siglo XX y durante casi medio siglo las galerías fotográficas de Rafael Garzón y Rafael Señán. Hoy, estos olvidados palacios de la fotografía son los únicos en pie de la decena de estudios que existían en la ciudad hacia el año 1900 y, además, son dos de los escasísimos ejemplos de arquitectura fotográfica que se conservan en nuestro país.

Pero comencemos por el principio, Señán y Garzón, ciudadrealense y granadino, fotógrafos de la ciudad de Granada, ante la prohibición de seguir retratando a los turistas en el Patio de los Leones, se asocian para inventar en 1898 la «galería turística». Un estudio fotográfico único, en el que los visitantes del castillo rojo podían comprar, en su negocio de la Alhambra, no solo postales, álbumes de fotografías de toda Andalucía o placas fotográficas para sus cámaras, sino dónde también podían retratarse. Allí, los dos Rafaeles habían reproducido de forma mimética un auténtico patio nazarí, en el que la clientela, con toda comodidad y gracias al vestuario y el atrezo oriental del estudio, podía transmutarse en los mismísimos reyes de la Alhambra, Boabdil y Morayma.

Rafael Señán y Rafael Garzón, fotógrafos granadinos, instalan en 1908 sus galerías en Córdoba, al estilo nazarí

Esta singular galería no tenía parangón en ningún otro lugar del mundo y rompía con el clásico estudio de los fotógrafos decimonónicos. Desde la invención de la fotografía en 1839 por Joseph Niepce y Louis-Jacques-Mandé Daguerre, el retrato se había convertido en el principal negocio de los fotógrafos. Pero, la escasa sensibilidad de sus placas los obligaba a instalarse en las azoteas de los edificios más elevados de las ciudades, donde construían una galería metálica acristalada, de ahí su nombre, y a modo de invernadero aprovechar al máximo la tan necesaria luz solar para retratarse. En su interior, además de sus cámaras, los fotógrafos contaban con todo tipo de artilugios para su oficio, comenzando por el indispensable forillo, una lona que, lisa o pintada, servía de fondo al retrato, o los maquiavélicos sujetacabezas, unas estructuras metálicas donde los modelos sufrían el martirio de retratarse y les ayudaban a no moverse durante los segundos que tardaba la placa en impresionarse. Aunque, con el paso de los años, y si el fotógrafo tenía éxito, caso en nuestra ciudad, por ejemplo, del célebre Joaquín Oses, su estudio se iba poblando de todo tipo de mobiliario para componer el retrato: sillas, balaustradas, pianos, juguetes y mil cachivaches que poblaban la galería del retratista, ubicada en la calle Gondomar, y de la que aún conservamos una vista de su localización coronando los tejados de la plaza de las Tendillas. No obstante, este modelo de estudio fotográfico, dependiente de la luz natural, fue desapareciendo a partir de la década de 1920 con la llegada de la electricidad a las ciudades y con ella los primeros flashes de estudio, conocidos como arcos voltaicos. A partir de entonces, los retratistas podían instalar sus galerías hasta en el sótano más oscuro, como en el caso del gran fotógrafo cordobés Antonio Linares y su galería Rácing, que se encontraba en los bajos de la Casa de las Columnas de la calle Concepción.

El éxito del modelo de galería turística de Señán y Garzón fue tan impresionante que en apenas unos años, en 1904, los socios se separan. Y no solo crean cada uno su propia galería árabe en la Alhambra, sino que se expanden a las vecinas Córdoba y Sevilla, donde, a modo de modernas franquicias, reproducen un modelo de negocio fotográfico que conquista tanto a turistas como vecinos y que inmediatamente es pirateado por los colegas de otros estudios. Una moda que hace del retrato un souvenir de la visita a la ciudad, pero también un entretenimiento lúdico y transformista que rompe con la seriedad del retrato fotográfico decimonónico donde parece que sonreír estaba prohibido.

Señán se instala el primero

A Córdoba, el primer Rafael en llegar es Rafael Señán González, quien en el año 1908 se instala en la calle Cardenal González 129, que era como se denominaba entonces a la Plaza del Triunfo. El retratista adapta el inmueble para el uso de galería fotográfica, decorándolo al estilo de su casa granadina. Para ello, Señán cuenta con expertos artesanos granadinos que construyen yeserías, azulejos y celosías idénticas a las de la Alhambra. Pero eso sí, el fotógrafo personaliza su patio nazarí con una arquería califal y un forillo pintado que reproduce el bosque de columnas de la Mezquita. El patio se remataba con una montera acristalada que, junto a unos toldos, controlaban la indispensable entrada de luz solar para la realización de los retratos. El edificio, además de su vivienda, contaba con despacho para el público y el indispensable laboratorio. Un año después, 1909, Rafael Garzón Rodríguez persigue a su antiguo socio e instala su negocio cordobés en la casa colindante, en el número 127. Garzón también reproduce su galería granadina y, al igual que Señán, la tunea recreando una arquería de la Mezquita, pero además añade un segundo fondo cordobés en el que simula una balconada que se asoma a la vista de la ciudad desde el río Guadalquivir.

Retrataron a multitud de viajeros y cordobeses durante casi tres décadas y editaron bellas postales de la ciudad

Los estudios finalizan su obra, en el caso de Señán, en 1921, por el prestigioso arquitecto conservador de la Mezquita Catedral Félix Hernández, con dos fachadas personalísimas de estilo andalusí y rematadas en llamativos colores ocre el de Señán y almagra el de Garzón, que junto a sus escaparates repletos de fotografías de la ciudad competían por ver quien atraía a más viajeros en una Córdoba que acababa de despertar a la incipiente moda del turismo. Ambas casas ofrecían los más completos servicios fotográficos, no descuidando el más mínimo detalle, como sus originales nombres, La Mezquita de Boabdil, en el caso de Señán, o La Casa del Kalifa para el estudio Garzón, donde el márketing estaba estudiado al milímetro. No obstante, ambos eran negocios familiares y por lo tanto dirigidos por miembros del clan, Rafael Garzón Herranz, hijo mayor de Rafael, y en el caso de Señán, primero por su esposa, la donostiarra Nicasia Aldanondo Aramburu, y posteriormente por su hija María Señán Aldanondo, dos de las escasas fotógrafas andaluzas de comienzos del siglo XX.

El éxito fue paralelo

El éxito de ambas galerías fue paralelo durante casi tres décadas, en las que los Garzón y los Señán retrataron a multitud de viajeros y cordobeses disfrazados de califas omeyas, pero también editaron las más bellas postales de la ciudad y vendieron las vistas fotográficas de los monumentos más importantes de Andalucía. Un modelo de negocio que sobrevivió incluso a la temprana desaparición de sus fundadores, pero que no pudo hacerlo a los conflictos armados, primero a la Guerra Civil e inmediatamente después a la II Guerra Mundial. Dos tragedias que asolarán Europa y que hundirán la moda del turismo durante décadas, abocando al cierre a la mayoría de los estudios turísticos andaluces a comienzos de la década de 1940.

Distintas suertes

No obstante, las dos galerías cordobesas corrieron distintas suertes. María Señán capeó la crisis de posguerra gracias a la venta de postales y, con la llegada del boom del turismo de los 60, se convirtió en el primer comercio moderno de souvenirs de la ciudad. Un establecimiento que dirigió hasta su fallecimiento en 1983. Mientras que la casa Garzón cerró por completo su negocio y, años después, el inmueble cordobés quedó vacío.

En la actualidad, la galería Señán se mantiene espléndida gracias a los cuidados de Manuela Revuelto, quien conserva intacto el patio galería. Por su parte, Daniel Garzón lleva unos años recuperando la casa familiar que sufrió peor las embestidas del paso del tiempo.

Un legado señero de la ciudad que debería enorgullecerse de él, ya no solo porque ha sido capaz de conservar los edificios, sino también porque ha sabido atesorar los archivos de los fotógrafos y sus miles de placas de toda Andalucía, que se conservan hoy en el Archivo Municipal Córdoba y en el Archivo del Palacio de Viana.

Hoy, aunque en ellos ya no se practica la fotografía, las galerías de Garzón y Señán son edificios únicos de la arquitectura fotográfica mundial, tanto por su elegante diseño andalusí, como por haber sido capaces de sobrevivir a los cambios fotográficos y urbanos del siglo XX, manteniéndose como museos vivos de la fotografía andaluza. Y, junto a la Puerta del Puente y el Triunfo de San Rafael, dan la bienvenida a los visitantes como un símbolo más de la milenaria ciudad de Córdoba.