Aquella mañana del 13 de abril de 1931 cuando los periodistas le preguntaron al presidente del Gobierno, a la sazón el almirante Aznar (ya había caído el general Berenguer), por el resultado de las elecciones del día 12 se limitó a responder: «Señores, ¿qué quieren que les diga? Que anoche España se acostó monárquica y hoy se ha levantado republicana», y justo 24 horas después las «masas populares» (las que Ortega había radiografiado en su Rebelión de las masas) proclamaron la República y se apoderaron de Madrid cantando «La República ‘a llegao’/ y el Borbón se ‘a marchao’/ por la puerta de atrás, / de miedo ‘cagao’». Pero, ¿cómo vivió nuestro Filósofo la llegada de la Segunda República?

De entrada criticó y se opuso al «Golpe de Estado» del 12 de diciembre del año anterior, que promovieron las Izquierdas (y principalmente el PSOE) y que desembocó, al fracasar, en el fusilamiento de los capitanes Galán y García Hernández y en la cárcel de algunos de los miembros del Comité Revolucionario salido del Pacto de San Sebastián (Largo Caballero y cinco más, Prieto huyó a Francia y Azaña se escondió). Poco después, y ya por las claras, (10 de febrero 1931) funda con Gregorio Marañón, Ramón Pérez de Ayala y la presidencia de honor de Antonio Machado, la Agrupación al Servicio de la República, que no era un Partido político, pero que aspiraba a «movilizar a todos los españoles de oficio intelectual para que formen un copioso contingente de propagandistas y defensores de la República española. Llamaremos a todo el profesorado y Magisterio, a los escritores y artistas, a los médicos, a los ingenieros, arquitectos y técnicos de toda clase, a los abogados, notarios y demás hombres de ley». Dos meses y cuatro días después (14 de abril) se proclamaba la República. La Agrupación se presentó a las elecciones Constituyentes del 28 de junio, en las que obtuvieron 13 escaños de diputados, entre ellos los tres fundadores.

Ya en los debates del texto de la Constitución, que duraron desde el 14 de julio hasta el 9 de diciembre, Ortega, Unamuno, Marañón, Pérez de Ayala y otros intelectuales que participaron durante los mismos se dieron cuenta que aquellas Cortes no eran las que ellos habían deseado, entre otras cosas porque la mayoría de la Cámara aplaudía sus palabras pero votaban en contra de sus proposiciones o enmiendas. Fue cuando nuestro Filósofo pronunció las palabras que pasarían a la Historia del Parlamentarismo español: «Señorías, les recuerdo que aquí no hemos venido a hacer el payaso ni el tenor, ni el jabalí». O sea, la desilusión, pues no habían terminado los debates, cuando Ortega escribe en El Sol (9 de septiembre de 1931) el segundo de sus artículos más famosos:

No es esto, no es esto

«Desde que sobrevino el nuevo régimen no he escrito una sola palabra que no fuese para decir directa o indirectamente esto: ¡No falsifiquéis la República! ¡guardad su originalidad! ¡No olvidéis ni un instante cómo y por qué advino! En suma: autenticidad, autenticidad...

Con esta predicación no proponía yo a los republicanos ninguna virtud superflua y de ornamento. Es decir, que no se trata de dos Repúblicas igualmente posibles -una, la auténtica española, otra, imaginaria y falsificada-- entre las cuales cupiese elegir. No: la República en España, o es la que triunfó, la auténtica, o no será. Así, sin duda ni remisión.

¿Cuál es la República auténtica y cuál la falsificada? ¿La de «derecha», la de «izquierda»? Siempre he protestado contra la vaguedad esterilizadora de estas palabras, que no responden al estilo vital del presente -ni en España ni fuera de España. (....) No es cuestión de «derecha» ni de «izquierda» la autenticidad de nuestra República, porque no es cuestión de contenido en los programas. El tiempo presente, y muy especialmente en España, tolera el programa más avanzado. Todo depende del modo y del tono. Lo que España no tolera ni ha tolerado nunca es el «radicalismo» -es decir, el modo tajante de imponer un programa-. Por muchas razones, pero entre ellas una que las resume todas. El radicalismo sólo es posible cuando hay un absoluto vencedor y un absoluto vencido. Sólo entonces puede aquél proceder perentoriamente y sin miramiento a operar sobre el cuerpo de éste. Pero es el caso que España --compárese su historia con cualquier otra-- no acepta que haya ni absoluto vencedor ni absoluto vencido.

(... ) Las Cortes constituyentes deben ir sin vacilación a una reforma, pero sin radicalismo --esto es, sin violencia y arbitrariedad partidista--. En un Estado sólidamente constituido pueden, sin riesgo último, comportarse los grupos con cierta dosis de espíritu propagandista; pero en una hora constituyente eso sería mortal. Significaría prisa por aprovechar el resquicio de una situación inestable, y el pueblo español acaba por escupir de sí a todo el que «se aprovecha». Lo que ha desprestigiado más a la Monarquía fue que se «aprovechase» de los resortes del Poder público puestos en su mano.

(...) Yo confío en que los partidos (...) no pretenderán hacer triunfar a quemarropa, sin lentas y sólidas propagandas en el país, lo peculiar de sus programas. La falsa victoria que hoy, por un azar parlamentario, pudieran conseguir caería sobre la propia cabeza. La historia no se deja fácilmente sorprender. A veces lo finge, pero es para tragarse más absolutamente a los estupradores.

Una cantidad inmensa de españoles que colaboraron con el advenimiento de la República con su acción, con su voto o con lo que es más eficaz que todo esto, con su esperanza, se dicen ahora entre desasosegados y descontentos: ‘¡No es esto, no es esto!’. La República es una cosa. El ‘radicalismo’ es otra. Si no, al tiempo».

Y no contento con este aldabonazo dos meses y medio después amplía su desilusión, que ya es desencanto, y pronuncia en el Cinema de la Ópera de Madrid una conferencia explosiva: La rectificación de la República… Y todo arrancó por la quema de Iglesias y Conventos que se produjo en Madrid y en muchos puntos de España los días 10 y 11 de mayo, o sea, tan sólo menos de un mes después de la llegada victoriosa y pacífica de la República.

(Nota: Ver textos completos, «Manifiesto fundacional de la Agrupación al Servicio de la República», el artículo de «No es esto, no es esto», y el texto de la conferencia de «Rectificación de la República», en www.diariocordoba.com)