Tres hombres. Tres hombres es todo lo que me voy a encontrar. La página web cita a 43 personas, pero no me lo creo. La bici no cabe por las calles. No son calles. Hay dos muros de piedras de medio metro de altura a ambos lados y un adoquín imposible de atravesar. Ando. Hay hierba en la puerta de la mayoría de casas. La iglesia parece una cuadra. No hay síntoma de vida. Es Aldehuela, en el límite entre Cáceres y Salamanca. Llevo ya una mañana demasiado intensa, con las paradas en Horcajo y Castillo, así que me hago el siguiente planteamiento:

Ya está, lo has conseguido, has llegado a Aldehuela, cabezón, así que date la vuelta, regresa a Pinofranqueado y continúa la ruta. Venga, haz una foto a cualquier casa, piedra o brezo y deja ya de andar por aquí porque no puedes ni ir montado en la bici, vas a pillar una pulmonía y no tienes a quién retratar.

Ya había rechazado entrar en Las Erías, la alquería anterior, porque en algún momento he de sacrificar, y sé que me habré perdido mucho, pero necesito avanzar, necesito los kilómetros tanto como los pueblos. Pedalear.

Los encuentros con la gente me avivan, pero el pedaleo también me alimenta. Por eso necesito los dos. Solo personas no me valdría. Solo bici sería insuficiente. La mezcla. La mezcla es lo que hace que haya dejado a mi coche pudriéndose en el garaje, que me haya tatuado una cámara en la muñeca y que incluso en invierno salga. Ya no me basta con la ruta del verano; cada vez me cuesta más saciarme y por eso he empezado a viajar también en invierno. Me pone a prueba y me quita el mono.

Benigno posa en una de las calles de Aldehuela, la última alquería de Las Hurdes antes de llegar a la frontera con Castilla - León. Fotos: JOSÉ JUAN LUQUE

En la calle más estrecha y empinada llega el descubrimiento: Benigno, Antolín y Vidal.

Benigno y Antolín son hermanos. 55 y 58 años. Benigno sostiene en la mano una motosierra; Antolín, una cizaña. No llevan abrigo. Un simple jersey y un chubasquero. El chubasquero sí parece resguardar, ¿pero el jersey? Ese hombre es invulnerable. Entre ellos parece que haya un abismo de edad. Compruebo una vez más cómo los 58 años del campo no se parecen ni de lejos a los 58 de la ciudad.

Admiro a estas personas; no necesitan mucho, son autosuficientes, conviven muy bien con los silencios, consigo mismos, con una rutina que aplastaría a cualquiera, sin bar, sin exceso de ropa... Tienen una habilidad innata para sobrevivir. No necesitan sacarina en su café.

Benigno parece más resuelto y ágil, habla más, mientras que Antolín asiente a todo y sonríe. Sus manos, al igual que el chubasquero verde, están embarradas y son muy grandes, como las de su hermano.

- ¿Qué hacéis?

Comentan que van a cortar un tronco para hacer un cobertizo. Son ganaderos, aunque Antolín en su día fue pastor. Les digo varias veces que no quiero entretenerlos si están trabajando.

- No tenemos prisa.

Hemos asumido de tal manera que el tiempo escasea, que parece que haya que pedir perdón por hablar con alguien. Maldita sea. Y no es que el tiempo escasee, es que lo menospreciamos cuando lo dedicamos a aquello que no nos llena.

Benigno, Antolín y Vidal me ofrecen media hora más. Vidal es el más joven. 40 años. Tiene casa en Pinofranqueado, pero prefiere estar en Aldehuela. Vive con su madre. Cuenta que antes a los habitantes de aquí les llamaban cuchareros porque eran muy habilidosos fabricando cucharas de madera.

Hasta tres veces decimos adiós, pero seguimos conversando. Hablan con mucho orgullo de la peculiaridad de sus calles. Son 15 habitantes. Todo me impresiona.

-Yo aquí tengo que volver -les digo.

-Tú no vas a volver -irrumpe Benigno-. Nadie vuelve. Todos decís lo mismo.

Angustia y placer. Termino de ver el pueblo y desciendo a Pinofranqueado. Los 15 kilómetros de bajada me vendrán muy bien para ordenar tanta historia. Topo con un rebaño de cabras que está cruzando la carretera. Al mando, Claudio, 78 años, natural de Las Erías. Lleva 20 años guiándolas. Me sorprende lo risueño que es.

¿No decían que la gente aquí no se dejaría fotografiar?

Al salir del valle y ver por última vez las curvas del río Esperabán siento una gran melancolía, como si esta visita se hubiera producido hace años, no segundos. En el fondo, Benigno tiene razón. No voy a volver. Y si volviera, ¿acaso estarían ellos?

Enlazo con la carretera comarcal de Caminomorisco y ahora el arcén y los pueblos, y todo, me parecen muy grandes. Se incorpora Pepe, que ha comprado unas latas de conservas y un chorizo. En el bar de la gasolinera de Vegas de Coria nos permiten comérnoslo sin pedir nada. Nos dan pan y un té en leche. Mi camiseta térmica está empapada. La mujer me obliga a ponerme debajo de la calefacción.

- ¿Has subido solo a Aldehuela?

- Sí.

- Podrías ser un poco menos valiente.

De ningún cobarde se ha escrito nada. Frase de mi abuela.

- ¿Y cómo has encontrado el camino?

- Un espectro.

Los últimos kilómetros de la etapa nos llevan a Nuñomoral. Giramos a la izquierda, donde comienza la otra gran inmersión en Las Hurdes. Pero eso ya es otra historia. La última.

Una de las calles de Aldehuela, en el corazón de Las Hurdes; a la derecha, Antolín y la iglesia de la alquería, donde solo viven quince personas. Fotos: JOSÉ JUAN LUQUE