El Rey todavía creyó que era posible la vuelta a la senda constitucional cortada en seco el 13 de septiembre de 1923 cuando el capitán general de Cataluña, y con el visto bueno de su Majestad, se sublevó e implantó la Dictadura. Y por ello nombró presidente del Gobierno al general Berenguer, jefe de su Casa Militar desde 1924. Pero, la Dictablanda fue solo un espejismo, porque nadie quería la vuelta a la «vieja política» y al turno de los partidos de la Restauración.

Pero ninguno de los líderes quería ser el primero en pasar el Rubicón por no señalarse. Así que causó impacto que fuera Miguel Maura, el amigo y compañero de don Niceto, (a quien consideraba como su hermano mayor), el primero en darlo. El 16 de febrero se fue directamente a ver al Rey, con su hermano Honorio, que era uno de los íntimos de Alfonso XIII, y ya ante su Majestad se produjo esta conversación, que el propio Miguel Maura describe en su obra Así cayó Alfonso XIII:

«-¿Qué te trae por aquí, Miguelito?

-Vengo, señor -le dije- a despedirme de Vuestra Majestad. Hizo como si no lo comprendiera, y preguntó:

-¿Pero, muchacho, a dónde te marchas?

-Al campo republicano, señor -le contesté, un tanto sorprendido ante su actitud de no darse por enterado de algo que ya sabía.

-¡Estás loco! -exclamó-. A ver, explícame eso.

Con el menor número de palabras posible, le dije que consideraba, tras la solución de la crisis a la caída de la Dictadura, perdida a la Monarquía; que mi deber era seguir el camino que había anunciado durante mis actuaciones públicas como inevitable, si acontecía lo que acababa de suceder; que no era prudente dejar solas a las izquierdas en el campo republicano, y que mi propósito era defender, dentro de él y desde ahora, los principios conservadores legítimos.

Me oyó atentamente y, al terminar, me dijo textualmente:

-Todo eso estaría muy bien, Miguel, si fuese cierta la primera premisa. Pero no lo es. Mientras yo viva, la Monarquía no corre ningún peligro -y, volviéndose hacia mi hermano y sonriendo, añadió-: Après moi, le déluge…! Miguel, nada de lo que dices sucederá. Bueno, no tardarás en convencerte de que estás equivocado y volverás arrepentido -y con estas palabras dio por terminada la audiencia».

A los 4 días se marchó al Ateneo de San Sebastián y allí lanzó en público que se pasaba a la República, aunque al final su compromiso quedó en el aire, cuado dijo «en cuanto vea que un hombre de prestigio eleva la bandera republicana, me uniré a él».

Inmediatamente después fue el cordobés Sánchez Guerra el que se lanzó a la palestra y en el Teatro de la Zarzuela de Madrid se proclamó también partidario de la República, aunque no fue rotundo contra la Monarquía y se conformó con reproducir los famosos versos del Duque de Gandía ante el cadáver de la emperatriz Isabel en Granada: «No más abrazar el alma, en sol que apagar se puede,/ no más servir a señores que en gusanos se convierten». Lo que dejaba al Rey a los pies de los caballos, pero no a la Monarquía.

Después otros hombres importantes, de la izquierda y de la derecha, anunciaron mítines para exponer su postura política (entre ellos Ossorio y Gallardo, Cambó, Santiago Alba, Azaña e Indalecio Prieto). Sin embargo, ninguno de estos importantes se atrevieron a dar el paso, tal vez porque todos esperaban a ver lo que hacía ‘don Niceto’. En esos momentos Alcalá-Zamora era ya el hombre de más prestigio político entre los conservadores. y ‘don Niceto’, que lo sabía, se retiró a su pueblo de Priego y en un «retiro espiritual» tomó la decisión definitiva. Sabía que toda la clase política y el país entero estarían pendientes de sus palabras y de su posición entre la Monarquía y la República.

Y ‘don Niceto’ no lo dudó y el 13 de abril de ese año (1930) se plantó en el Teatro Apolo en Valencia y con rotundidad dejó claro que no estaba «fuera de la Monarquía, sino frente a ella» y pronunció el discurso más importante de su vida (discurso que puede verse en la página web de Diario CORDOBA). Aquel discurso podía reducirse a estas palabras. «Me declaro republicano y quiero una República para España, pero no una República cualquiera, sino una ‘República de orden’, una República viable, gubernamental, conservadora, con el desplazamiento consiguiente hacia ella de las fuerzas gubernamentales de la mesocracia y de la intelectualidad española, la sirvo, la gobierno, la proclamo y la defiendo. Una República convulsiva, epiléctica, llena de entusiasmo, de idealidad, de falta de razón, no asumo la responsabilidad de un Kerensky para implantarla en mi país».

Y fue el delirio, porque sus palabras retumbaron en todo el territorio nacional, quizás porque eran lo que esperaban las clases medias y las gentes de la derecha y el centro... y los monárquicos, los pocos que quedaban, se echaron a temblar, pues bien sabían ellos que con Alcalá-Zamora en frente la Monarquía ya no tenía nada que hacer.

Pero, a ‘don Niceto’ también le entraron las prisas y ya no paró de participar en debates políticos, dar conferencias y mítines hasta que el 14 de julio fundó, con Miguel Maura, el Partido Derecha Liberal Republicana, con un manifiesto que claramente pretendía ganarse a la «gente de orden». Y no solo eso, sino que inició un acercamiento a las izquierdas, ya claramente republicanas, para sumar fuerzas y aunar voluntades. Esas reuniones culminaron el 17 de agosto en el casino republicano de San Sebastián, donde los líderes de las fuerzas políticas republicanas llegaron a un pacto (pasó a la Historia como El Pacto de San Sebastián), del que salió un comité revolucionario que sería el encargado de coordinar el movimiento que derribara la Monarquía... y con la aquiescencia de todos los integrantes fue elegido presidente Niceto Alcalá-Zamora. Aquel comité (que a los pocos meses sería el Gobierno Provisional de la Segunda República) puso en pie de guerra al republicanismo español, como se demostró en el mitin del 28 de septiembre en la Plaza de Toros de Madrid, con el coso lleno hasta la bandera.