Cuando llegó el nuevo año, 1931, la situación política no podía ser más rara y explosiva, ya que el Gobierno del general Berenguer, que todavía no llevaba ni un año, estaba ya fracasado al no conseguir llevar a la «normalidad constitucional» de antes de la Dictadura inducida por el Rey (tan mal estaba que dimitió el 13 de febrero). Pero, tampoco la oposición estaba para lanzar las campanas al vuelo, pues unos estaban presos en la cárcel Modelo (Alcalá Zamora, Miguel Maura, Casares Quiroga, Fernando de los Ríos, Largo Caballero y Álvaro de Albornoz); otros estaban huidos en Francia (Martínez Barrios, Indalecio Prieto, Marcelino Domingo y Nicolás d’Olwer) y Alejandro Lerroux y Azaña estaban escondidos (el primero en San Rafael, Segovia, y el segundo en casa de su cuñado Rivas Chérif), como consecuencia del fallido golpe que habían intentado el 12 de diciembre del año anterior y que produjo el fusilamiento de los capitanes Galán y García Hernández. Era el Comité Revolucionario que había salido del Pacto de San Sebastián… Y en la cárcel permanecieron hasta el 26 de marzo que se celebró el juicio y en el que, contra todo lo esperado, solo fueron condenados a seis meses, por lo que quedaban en libertad condicional, o sea libres para seguir su actividad política (curiosamente, el presidente del Tribunal, el general Burguete, solicitaría meses después su ingreso en el PSOE). Curioso también fue lo que sucedió tras el cese-dimisión del general Berenguer. En un primer momento, el Rey quiso nombrar presidente a un civil y le ofreció el cargo a Santiago Alba, después a Cambó, que también lo rechazó por enfermedad, luego a García Prieto y, por último, al cordobés Sánchez Guerra, que aceptó con la condición de incluir en su Gobierno algunos de los miembros que estaban presos en la cárcel Modelo, e inmediatamente allá se trasladó a ofrecerles varios ministerios a Alcalá Zamora y a los suyos, pero como estos no aceptaron ahí se acabó el posible Gobierno. Entonces, el Rey ya no tuvo más remedio que nombrar presidente al almirante Juan Bautista Aznar, que formaría un Gobierno de «concentración monárquica» y el que fijaría la agenda electoral: primero, elecciones municipales y, dos meses después, elecciones generales constituyentes.

CON SU CUÑADO/ Pero sigamos los pasos de Azaña. El 28 de septiembre de 1930 ya había dicho en la Plaza de Toros de Madrid: «Los republicanos venimos al encuentro del país no para comprometer el porvenir de la nación, sino como la última reserva de esperanza que le queda a España de verse bien gobernada y administrada, de hacer una política nacional». Cuando el general Mola, a la sazón director general de Seguridad, manda detener a los miembros del Comité Revolucionario el 16 de diciembre, al tímido y miedoso presidente del Ateneo, ante la posibilidad de ir a la cárcel, le entra el pánico y se esconde en casa de su cuñado Rivas Chérif (ni siquiera se atrevió a huir al extranjero como le aconsejaba su amigo Indalecio Prieto, por temor a ser detenido en la frontera) y allí permanece hasta el 14 de abril lleno de miedo. Se dice que ni siquiera los otros miembros del comité detenidos y encarcelados supieron nada de él en aquellos meses. Según su cuñado, Azaña no se atrevía ni a asomarse a ver la calle y solo se enteraba de lo que pasaba fuera por lo que le contaba su mujer, Dolores Rivas Chérif, que había permanecido en su casa para hacer creer que había huido de Madrid, y así permaneció hasta que en marzo el Tribunal que juzgó a los «golpistas» los condenó solo a seis meses y, por tanto, en libertad. Aquel mismo día, Miguel Maura se puso en contacto con él y le pidió que acudiera a su casa de la calle Príncipe de Vergara, donde se reunían los miembros excarcelados del comité. Ni eso. Azaña no se creía lo que estaba pasando… ni siquiera cuando comenzó la campaña electoral para las elecciones municipales del 12 de abril. Hasta que la tarde del 14 de abril (cuando ya se sabía que las izquierdas, aunque habían sido derrotadas a nivel nacional, habían resultado victoriosas en 41 de las capitales más importantes, entre ellas Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla y Bilbao) cuando Maura le llama para decirle que van a tomar el poder al Ministerio de la Gobernación, en la Puerta del Sol, se resiste y tienen que pasarse por su casa de la calle Serrano para recogerle y con ellos, con Alcalá Zamora al frente y rodeados de una multitud vociferante que había llenado las calles del centro de la capital, se plantan en la Puerta del Sol y con atrevimiento Miguel Maura llama a las puertas y al preguntar los guardias que mantenían la entrada quién era respondió: «Somos el Gobierno de España». Y las puertas se abrieron de par en par y todos los miembros presentes (los huidos a Francia no regresarían hasta dos días después) suben hasta el despacho del subsecretario, que sin rechistar les entrega el poder.

Es el momento cumbre de la República, porque inmediatamente Alcalá Zamora, con Maura, Azaña, Albornoz y otros se asoman a los balcones y sin más preámbulos grita: «¡Viva la República!»… y ese grito coreado por miles de gargantas retumba en todo Madrid como el mayor trueno oído jamás. «Bien, señores, ha llegado la hora del BOE (Boletín Oficial del Estado), hay que redactar enseguida los decretos que hagan oficial la llegada de la República».

Y él mismo, como más experto en documentos oficiales, fue redactando los primeros decretos. El primero decía: «El Gobierno provisional de la República ha tomado el poder sin tramitación y sin resistencia ni oposición protocolaria alguna, es el pueblo quien le ha elevado a la posición en que se halla, y es él quien en toda España le rinde acatamiento e inviste de autoridad. En su virtud, el presidente del gobierno provisional de la República asume desde este momento la jefatura del Estado con el asentimiento expreso de las fuerzas políticas triunfantes y de la voluntad popular, conocedora, antes de emitir su voto en las urnas, de la composición del Gobierno provisional. Interpretando el deseo inequívoco de la nación, el Comité de las fuerzas políticas coaligadas para la instauración del nuevo régimen designa a don Niceto Alcalá Zamora y Torres para el cargo de presidente del gobierno provisional de la República. Madrid, 14 de abril de 1931. Por el Comité, Alejandro Lerroux, Fernando de los Ríos, Manuel Azaña, Santiago Casares Quiroga, Miguel Maura, Alvaro de Albornoz, Francisco Largo Caballero».

A continuación, fue redactando los decretos, con los nombramientos de los nuevos ministros, que eran: presidente, Niceto Alcalá-Zamora y Torres; Estado, Alejandro Lerroux García; Justicia, Fernando de los Ríos Urruti; Guerra, Manuel Azaña Díaz; Marina, Santiago Casares Quiroga; Hacienda, Indalecio Prieto Tuero; Gobernación, Miguel Maura Gamazo; Instrucción Pública y Bellas Artes, Marcelino Domingo Sanjuán; Fomento, Álvaro de Albornoz y Liminiana; Trabajo, Francisco Largo Caballero; Economía Nacional, Lluis Nicolau d’Olwer y Comunicaciones, Diego Martínez Barrio. El cuarto decía: «Vengo en nombrar ministro de la Guerra, denominación que se restablece para el del Ejército, a don Manuel Azaña Díaz».