Córdoba es una ciudad bellísima, pero los que vivimos aquí estamos tan acostumbrados a verla que sólo reparamos en ella cuando los que vienen de fuera nos lo hacen notar. Entonces nos hinchamos de orgullo. A veces hay momentos mágicos, generalmente disfrutados a solas o en compañía muy grata, en que la miramos como si fuese la primera vez y nos sobreviene el mismo deslumbramiento que sienten los turistas cuando se sumergen en el estallido de color de las fiestas del mes de mayo, que comienzan en abril y terminan en junio, o no, porque esto es una locura. Como vivo en el casco histórico, que no es raro teniendo en cuenta lo grande que es el de Córdoba, la semana pasada experimenté el fuego cruzado -cante, toque y baile- de dos cruces -parece una copla- que me fueron próximas. La Batalla de Flores dio paso a las dos semanas -queda una- del Festival de los Patios Cordobeses, que incluye Rejas y Balcones. Patios tan cercanos como las cruces, no tengo, pero estoy en la zona limítrofe.

Continuamente oigo el traqueteo de las ruedecillas de las maletas, y cuando salgo a pasear con Kira, mi perra, los grupos de visitantes invaden calles y callejuelas, capitaneados por guías que agitan, cual estandartes, banderolas, banderines y paraguas. Con frecuencia, turistas despistados o independientes, me preguntan dónde queda la Plaza de la Corredera, la Mezquita, el Alcázar de los Reyes Cristianos, el Museo de Julio Romero de Torres o dónde comer tal o cual cosa, generalmente salmorejo, rabos de toro, flamenquines o tortilla de patatas. Como a Kira y a mi nos da igual pasear por un sitio o por otro, a veces, si nos parecen simpáticos -Kira es muy maniática y se deja influir, sobre todo, por los zapatos; yo no soy tan selectiva- los acompañamos hasta su destino, cosa que nos agradecen mucho.

Hablando de tortillas de patatas, y sin ánimo de perjudicar a nadie, ¿cómo, en ocasiones, pueden llegar a ser tan infames? ¿Acaso las patatas, en vez de fritas, están cocidas? ¿Será que les falta huevo? ¿Tendrían que servirlas menos cuajadas para que no queden tan sequeronas? ¿Nos equivocamos valorando tanto los tamaños espectaculares, en detrimento de la clásica y casera tortilla que da para dos ó tres raciones?

Un kilo de patatas cortadas en ruedas finas, fritas en buen aceite de oliva hirviente, bien escurridas, mezcladas en caliente con tres o cuatro huevos batidos, moldeadas y doradas lo imprescindible por ambas caras en sartén que no se pegue, ¿es tan difícil?