En pocos días, el próximo 28 de diciembre, se conmemorará como cada año el Día de los Santos Inocentes, en recuerdo a un siniestro suceso históricamente asociado a la figura de Herodes I el Grande. La tradición asegura que este rey de Judea mandó ejecutar a todos los bebés menores de dos años por temor a que un recién nacido lo despojase de su trono. Pero, ¿y si la historia no fuera como nos la han contado? ¿Y si la matanza de los inocentes hubiera sido una de las primeras ‘fake news’ de nuestra historia?

Para empezar, debemos considerar que la única fuente que habla de este suceso es el Evangelio de Mateo (2:16): «Herodes entonces, cuando se vio burlado por los magos, se enojó mucho y mandó matar a todos los niños menores de dos años que había en Belén y en sus alrededores, conforme al tiempo que había inquirido de los magos». Ni los otros evangelios, ni ningún historiador contemporáneo, hacen referencia a un episodio que, de haberse producido, hubiera llamado sin duda la atención de quienes que se dedicaban a recoger los acontecimientos más destacados de su época. Es más, Flavio Josefo, el gran cronista del siglo I, fue un acérrimo enemigo de Herodes, lo que siempre le predispuso a reflejar cualquiera de sus fechorías, incluso a exagerarla si era necesario. El célebre historiador tomó buena nota de todos los asesinatos y crueldades de Herodes, pero en ninguno de sus textos encontramos el menor rastro del infanticidio que hoy nos ocupa. ¿Y por qué iba Mateo a inventarse todo esto?

En primer lugar, debemos tener en cuenta que el Evangelio de Mateo fue escrito hacia el año 70 d.C., lo que significa que su verdadero autor difícilmente vivió los acontecimientos sobre los que escribió. Si lo leemos con detenimiento, comprobaremos que contiene continuas alusiones a profecías cumplidas del Antiguo Testamento, lo que nos hace sospechar que su objetivo primordial no era reflejar fielmente acontecimientos históricos, sino convencer a los judíos de que Jesús era el Mesías que tanto habían esperado. Una de esas profecías era la de Jeremías, que vaticinó que tras el nacimiento del Salvador se vería derramada la sangre de multitud de víctimas indefensas (31,15): «Un clamor se ha oído en Ramá, llantos y alaridos; es Raquel llorando por sus hijos, y no encuentra consuelo, porque están muertos». Al autor del Evangelio de Mateo le venía como anillo al dedo la supuesta matanza de los inocentes para apoyar su mensaje propagandístico, y además le permitía asimilar al nuevo Mesías con Moisés, el profeta más importante del judaísmo, que al nacer se vio envuelto en circunstancias similares. Y aún hay más. Para alcanzar el poder, Herodes tuvo que derrocar al rey de la dinastía asmonea, es decir, al último heredero del linaje de David. Eso para los judíos eran palabras mayores. Acabar con esa tradición inmemorial llevó a que su pueblo nunca lo aceptara, lo culpara de todos sus problemas y siempre lo viera como un extranjero impuesto por el Imperio romano. En su tiempo ya aparecieron crónicas que trataban de desprestigiarlo, exagerando hechos e inventando abusos en su nombre. Quién sabe hasta qué punto influyeron dichas narraciones sobre el autor del Evangelio de Mateo que, reitero, no conoció a Herodes y construyó su imagen a partir de los textos que leyó sobre él.

Por todo lo anterior, cada vez más historiadores se inclinan a pensar que la matanza de los inocentes nunca llegó a ocurrir en realidad, pudiendo considerarse como una de las primeras noticias falsas o ‘fake news’ de nuestra era. Eso no quita que Herodes I el Grande fuera cruel y despiadado como cualquier gobernante de su época, y un paranoico obsesionado con que no le arrebataran el poder. Pensando que podrían conspirar contra él mandó asesinar a su suegro Hircano II y a su cuñado Costobar. También por miedo a que ellos le aniquilaran primero hizo lo propio con sus hijos Alejandro, Aristóbulo y Antipatro. Y por el mismo motivo, pese a estar perdidamente enamorado de ella, se creyó en la obligación de matar a su esposa Marianne. Tanto la quería que para mantener vivo su recuerdo la mandó embalsamar en una piscina de miel, y durante largo tiempo vagó por los pasillos de su palacio conversando con su fantasma. En sus últimos momentos, seguro de que nadie lamentaría su pérdida, mandó ejecutar a los nobles más destacados de Judea, para que así sus vecinos lloraran su muerte quisieran o no. Y a pesar de todo lo anterior, los expertos aseguran que fue el mejor rey de la historia de Judea.

(*) El autor es escritor y director de ‘Rutas Misteriosas’. Puede seguir su trabajo en www.josemanuelmorales.net