Sucedió el 28 de febrero de 1915 y fue el primer mano a mano Joselito-Belmonte. Un mano a mano que provocó verdaderas pasiones a nivel nacional. El biógrafo Paco Aguado lo cuenta así:

«Toda la prensa de Madrid se desplazó a Málaga para presenciar el primer mano a mano entre Joselito y Belmonte, anunciado para el 28 de febrero. Ambas figuras abrían la temporada de 1915 con el enfrentamiento tanto tiempo esperado por el público: un verdadero acontecimiento. Se fletaron barcos desde Barcelona, Palma de Mallorca y Melilla. Y desde Sevilla y Madrid salieron trenes especiales en los que viajó lo más selecto de la afición de ambas mecas de la tauromaquia.

Diez días antes de la corrida el papel estaba vendido, con encargos de entradas desde todos los puntos de la geografía española. Y en Málaga no quedaba una sola cama libre. La expectación era tal que en los periódicos estuvieron lloviendo las críticas a tamaño delirio taurino a lo largo de toda la semana previa al acontecimiento, y entre ellas las que llevaban la firma del mismísimo Miguel de Unamuno.

Pero nada ni nadie podía contrarrestar la fuerza del potente imán que suponía aquel duelo entre los dos fenómenos del toreo. Los críticos de Madrid, conscientes de la importancia del festejo, se desplazaron en masa hasta la capital malagueña».

Sin embargo, el mano a mano acabó en desastre por culpa de los toros, porque «uno tras otro fueron saliendo -como diría un crítico esa noche- seis escurridos y terciados torillos de Morube. Chicos, sin presencia, sin fuerzas, sin casta. Lidiados demasiado pronto, sin rematar aun sus carnes tras el invierno, los seis animales apenas sobrepasaron los 200 kilos a la canal, poco más de 400 en vivo»… y eso a pesar de que los fenómenos le cortaron las orejas a los primeros de sus respectivos lotes.

El crítico Corrochano fue implacable con las figuras: «No es esta la palabra precisa, desilusión; pero nos parece un poco alarmante el calificativo de fracaso aplicado a la corrida de Málaga. Sin embargo, el primer encuentro de Joselito y Belmonte ha sido un fracaso (…) El fracaso está en torear ganado despreciable para cualquier torero de alternativa, no ya para figuras que llenan toda una época en la tauromaquia. Nosotros no somos partidarios de toros grandes y destartalados; además, los toros finos y de casta no suelen ser tan desproporcionados y grandes; pero de esto a los seis novillejos lidiados en Málaga por las dos grandes figuras de la torería que se llaman Joselito y Belmonte hay toda una cuestión de decoro profesional. ¡Qué pena daba ver toreros tan grandes con toros tan chicos! ‘Joselito’ y Belmonte, no ya al prestarse a torearlos, sino al aceptar este ganado, hacen pensar que ni se dan cuenta de lo que son ni merecen ser lo que nos hemos propuesto que sean».

Sin embargo y a pesar del aparente fracaso, esa noche los empresarios de toda España hacían cola ofreciendo contratos millonarios, como diría el propio Belmonte:

«En la temporada de 1915 contraté ciento quince corridas, de las cuales toreé noventa. Alterné con Joselito en sesenta y ocho, porque cada vez los públicos se enardecían más con la competencia, que se obstinaban en suscitar y mantener entre nosotros. Empezamos la temporada toreando mano a mano en Málaga, después fuimos juntos a las corridas de feria de Sevilla, donde también nos pusieron frente a frente. La tercera corrida de feria era la de Miura. Logré aquel año con los toros miureños un triunfo mayor, si cabe, que el del año anterior. Me llevaron en hombros hasta Triana, y al pasar de nuevo el puente, aupado por la muchedumbre arrebatada por el entusiasmo, tuve una sensación neta de plenitud en el triunfo. Fue la de aquella tarde una de las mayores emociones de mi vida».

Según Chaves Nogales Belmonte, en cuanto pudo y para quitarse el mal sabor de boca que le había dejado la corrida de Málaga, se fue a cenar con sus amigos Valle-Inclán, Pérez de Ayala, Enrique de Mesa, Romero de Torres, Julio Antonio y otros nuevos que le presentaron, Vicenta, Répide, López Pinillos y Luis de Tapias.

Pero Joselito llegó esa noche a una conclusión: «España nos necesita a los dos, España siempre estará dividida… por tanto no puedo acabar con Juan». Eran los tiempos del llamado “«urnismo político». La alternancia en el Poder -escribe el biógrafo Aguado- de conservadores y liberales, con la oposición testimonial de carlistas y republicanos, marcó gran parte de la era de la Restauración, un tiempo que en lo taurino también estuvo dominado por otro tipo de bipartidismos, los de las parejas de toreros: Lagartijo y Frascuelo, la breve competencia entre Guerrita y El Espartero o la de Bombita y Machaquito. En un país siempre dividido, hasta la guerra europea vino a crear una nueva separación, la de los aliadófilos y germanófilos, partidarios de cada una de las partes en conflicto (…). En ese inmejorable caldo de cultivo se fragua con el respaldo popular la pareja Joselito-Belmonte, cuya aparición en la vida española «da lugar a un bipartidismo enardecido, fanático, violento, que coincide con la toma de conciencia progresiva del fin de una época».

Una cosa estaba ya clara, Joselito era el torero de la burguesía y de la aristocracia, de ganaderos y profesionales. Belmonte, el de los intelectuales y el pueblo. Joselito representa el clasicismo, la tradición. Belmonte, la revolución. Joselito es el torero todopoderoso, dominador y fácil, cuya ciencia entra por la cabeza, por la vía de la admiración. Belmonte es el fenómeno, el terremoto, el pasmo… un diestro con leyenda cuyo toreo entra por el corazón, por la vía del asombro. Inexplicable. (Aguado).

Por su parte Chaves Nogales los compara con Velázquez y Goya. Joselito es el Velázquez de Las Meninas y Las lanzas y Belmonte, es el Goya de las Pinturas negras. Inteligencia e imaginación, frente a frente.