La papada que le cubre la mandíbula como una almohada de viaje, es legendaria. También el bigote, que en algunas imágenes se parece al de Burt Reynolds y en otras al de Joseph Stalin.

Su hermana Alba Marina escribió un libro; su hermana Luz María, también. Su hermano Roberto ha escrito dos. También su hijo Juan Pablo, que además se pasea por el mundo hablando de papá y hasta creó una línea de ropa inspirada en él.

Existen establecimientos llamados Pablo Escobar en Kuwait -una heladería-, en Brno (República Checa) - un bar- y en Samara (Rusia) -un club de strippers-. Y, en Colombia, el turista puede contratar visitas guiadas por algunos de los sitios donde vivió, como la granja en la que coleccionaba animales exóticos o la azotea en la que fue tiroteado en 1993.

Pablo Escobar se ha convertido en un icono pop, y eso es cuando menos llamativo tratándose de alguien que llegó a controlar el 80% del tráfico mundial de cocaína y a quien se atribuyen unos 4.000 asesinatos de policías, políticos, periodistas, delincuentes rivales o aliados y, en general, cualquiera que interferiera en sus asuntos. Sea como sea, dado que se trata de un personaje gigantesco - en todos los sentidos- se entiende que Javier Bardem decidiera producir y protagonizar la película que el próximo viernes llega a la cartelera: Loving Pablo relata el ascenso y caída del más célebre señor de la droga, que llegó a amasar una fortuna de 30.000 millones sembrando el terror- en 1989 ocupó el séptimo puesto en la lista de hombres más ricos de la revista Forbes-, desde la perspectiva de la que fue su amante Virginia Vallejo (Penélope Cruz).

Dirigida por Fernando León de Aranoa, la película incluye todos los highlights de su trayectoria criminal: la fundación del cartel de Medellín y su ascenso a lo más alto de la organización, su entrada en política a golpe de soborno, sus maniobras para impedir ser extraditado a Estados Unidos, las matanzas sistemáticas que convirtieron Colombia en una narcocracia, su estancia en una prisión de lujo construida por él mismo-hotel y burdel a partes iguales- y, finalmente, su muerte.

Pantallas grandes

Habrá quien opine que Loving Pablo llega tarde. Al fin y al cabo, de cubrir ese recorrido biográfico ya lleva tres temporadas encargándose la serie Narcos, comúnmente considerada como la gran responsable de la escobarmanía-entre sus más ilustres fans está el Chapo Guzmán, posiblemente el mayor traficante de todos los tiempos-. Antes, eso sí, el personaje ya había aparecido en la piel -y la barriga- de Benicio del Toro en Escobar: Paraíso perdido (2014) y en el centro tanto del fantástico documental The Two Escobars (2010) como de los 74 episodios de la telenovela El patrón del mal (2012).

Asimismo fue parodiado en la sitcom El séquito, y ofreció apariciones secundarias en películas como Blow (2001), protagonizada por Johnny Depp en la piel del camello George Jung; y su figura acecha invisible en títulos recientes como Infiltrado (2016) o Barry Seal: el traficante (2017), que recrean los sistemas de transporte y lavado de dinero del Cartel de Medellín.

¿Por qué estamos tan obsesionados con él? Difícil saberlo. A algunos quizá les fascine su personalidad probablemente bipolar, que lo llevó a combinar el crimen y la filantropía -en su Antioquia natal, donde construyó centenares de casas y lideró grandes obras de caridad, se lo sigue considerando un Robin Hood-.

Otros tal vez estén deslumbrados por el glamour y el peligro que rodearon su figura; o por los fajos de billetes, tantos que se veía obligado a enterrarlos bajo tierra.

«Con esta película hemos querido decir que no hay nada glamuroso en la figura de Escobar», asegura Bardem acerca de Loving Pablo. «Y que, si la idealizas, acabarás mal». ¿Contribuirá su película a destruir el icono o, por el contrario, lo hará aún más grande?