Refiriéndose al atraso relativo de Andalucía, el profesor Juan Velarde afirmaba que no pesa sobre ella ninguna maldición que haga a sus habitantes menos trabajadores, hábiles o inteligentes, y a sus tierras menos productivas o menos capaces de localizar actividades que las del resto de España. Donde dice Andalucía digamos Córdoba, asumiendo que los problemas estructurales que sufrimos son igual y extraordinariamente permanentes, padeciendo, también en palabras de Velarde, secularmente una fuerte tensión entre la riqueza aparentemente posible y la realmente existente.

El aparente cambio de escenario generalizado que podría acercarnos en poco tiempo a niveles de producto similares a los anteriores a la crisis viene acompañado de incertidumbre y dudas sobre sus efectos reales en el empleo y el bienestar. España ya ha recuperado en 2016 el nivel de renta per cápita del año 2007, pero nosotros, la provincia de Córdoba, crecemos menos en producto, en renta y en empleo. Somos la quinta provincia con la renta estimada más baja por habitante de España. Nuestra tasa de paro es la cuarta más alta de España en el primer trimestre de 2017. Cierto es que se ha reducido y que la tasa de empleo también ha aumentado, pero debe hacernos reflexionar el hecho de que, a nivel nacional, el número medio de horas efectivas semanales trabajadas por todos los ocupados se ha reducido desde 2008, lo que puede indicar que realmente no se crea empleo en la medida necesaria.

Perdemos población residente al mismo tiempo que aumenta la edad mediana y la proporción de mayores de 65 años; la tasa de empleo estimada por el Instituto Nacional de Estadística para la ciudad de Córdoba es 34,48, la más alta de todas las capitales; la renta media de los hogares se ha reducido un 10,3% en la capital entre 2011 y 2014 (último dato publicado); aumentan la desigualdad económica y social y la cifra de población en riesgo de pobreza y exclusión. Paralelamente ha aumentado la proporción de empleo en el sector servicios, con gran peso del turismo (hostelería y restauración en su mayor parte) y el comercio, en actividades de poco valor añadido y baja productividad.

Es una obviedad que nuestro modelo productivo es, aunque no exclusivamente, culpable de esa situación y no la inexistente maldición, como es una obviedad también que las regiones con mayor peso industrial han afrontado mejor la crisis y adelantan la recuperación. Córdoba, en el contexto de Andalucía, ha llegado tarde a las revoluciones industriales, y no puede permitirse de ninguna manera que suceda lo mismo ahora en la era de la cuarta revolución industrial y la transformación digital.

La industria crea más y mejor empleo, más estable, mejor remunerado, y tiene efectos multiplicadores sobre el entorno generando dinámicas de expansión y crecimiento en actividades de servicios avanzados a las empresas. A lo largo de 2016 la ocupación laboral en la industria cayó en Córdoba más del 10%. El cambio de modelo productivo y la industrialización son una exigencia ineludible. Se precisa esfuerzo público y privado, agilidad de la administración y compromiso político. Hay que creer que es posible y no, no hay ninguna maldición, como ya se ha dicho, que lo impida. También es cierto que no estamos preparados para ello; seguramente el aún escaso éxito del Pacto Andaluz por la Industria sea un síntoma, como lo es los aún inexistentes resultados, es muy pronto, de Compromiso por Córdoba. Los responsables políticos tienen que responder a la exigente tarea de generar confianza y diseñar un marco adecuado de planificación que permita la aparición de propuestas concretas y oportunidades, creando un escenario estable adecuado.

Una especialización industrial competitiva facilita la exportación y la prestación de servicios al exterior, permitiendo estrategias de internacionalización. En la provincia ya hay sectores y empresas con una gran presencia en los mercados exteriores (joyería, frío, mueble, cobre, agroalimentario). Debe extenderse a otros sectores buscando oportunidades en mercados en crecimiento. La expansión internacional permite incrementar el tamaño de las empresas, hacerlas más productivas y competitivas y más resistentes a ciclos adversos, no descartables de ninguna manera, gracias a la diversificación que permite. Tanto la industrialización como la internacionalización deben plantearse y planificarse como estrategias a largo plazo y de continuidad prolongada, y no se desarrollarán adecuadamente sin innovación, investigación, conocimiento y formación.

Córdoba tiene dos potentes Universidades, la Universidad Loyola y la UCO, lo que supone una gran ventaja. Los cordobeses no son, como decíamos al principio, menos hábiles, trabajadores o inteligentes. Aquí hay talento y esfuerzo, y pueden transformarse en proyectos e ideas que llevadas a la práctica contribuirán a la industrialización, a la internacionalización, a la mejora general de la actividad, impulsando el progreso y el desarrollo económico y social. No es cierto, por mucho que se repita, que las Universidades y las empresas estén desconectadas. La UCO está entre las 20 primeras entidades nacionales con mayor número de solicitudes de patentes, el ceiA3 acaba de conseguir un proyecto europeo H2020 para el fortalecimiento de redes sobre Bioeconomía, la Asociación de Fundaciones Andaluzas acaba de premiar a Fundecor por su labor de fomento de las relaciones Universidad-empresa, la OTRI crece en actividad continuamente al igual que el IMIBIC; la Universidad Loyola avanza en su Oficina de Innovación, en su Departamento de actividades empresariales y en su apoyo al mundo empresarial. Ambas Universidades ofrecen una formación de gran calidad y desarrollan proyectos de investigación de alto nivel. Seguramente sea necesario desarrollar un interface o ecosistema, como decía en estas mismas páginas el profesor José Peña, catedrático de Inmunología de la UCO, que facilite mejor el contacto superando las disfunciones existentes. Por ejemplo, cada curso académico los alumnos de último curso de los grados y los alumnos de los másteres universitarios deben realizar y defender un trabajo para obtener su título. ¿Cuántos de esos trabajos podrían orientarse hacia las necesidades de las empresas cordobesas? Seguro que muchos más de los que ya lo hacen. Un nuevo modelo productivo, industrializado y abierto al exterior, en el marco de la nueva revolución industrial no puede concebirse sin la transformación digital, sin potenciar trasversalmente la innovación y la investigación. El desempleo no lo generan las nuevas tecnologías sino las dificultades estructurales del sistema y la falta de formación. Un cambio radical en la naturaleza del trabajo y en las condiciones en que se desarrolla requiere de una formación continua y de una preparación mayor y más compleja. Hay que anticiparse al futuro buscando un modelo práctico que permita la mejor adaptación a las necesidades de la sociedad y las empresas, que pueda hacer efectiva la riqueza aparentemente posible y superar definitivamente la tensión secular a la que aludía Juan Velarde.

(*) Profesor de Economía Aplicada de la Universidad de Córdoba