Si a usted le gusta la simbología y descifrar códigos secretos, hay un templo en la provincia de Córdoba en el que disfrutará sin duda. Me refiero a la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción de Castro del Río, una de las primeras iglesias rurales del obispado cordobés. Se ha asociado tradicionalmente con los templarios, cuyo paso por la zona se encuentra suficientemente documentado.

Tras la conquista de Castro del Río en 1241 por parte de Fernando III, el rey santo repartió las tierras, mezquitas y fortalezas arrebatadas a los almohades entre los que le habían ayudado; y según refleja Nieto Cumplido en El libro de diezmos de donadíos de la catedral de Córdoba, en esta zona hubo donaciones exentas del pago de tributos. La del Temple fue la única orden militar que disfrutó de dicho privilegio por bula papal, así que todo apunta a que fue la más beneficiada en el reparto.

Construida hacia 1250 sobre los restos de una antigua mezquita en el barrio de la Villa, cerca del castillo, desde sus orígenes se convirtió en una de las parroquias más importantes de la Campiña cordobesa, aunque en la actualidad haya perdido parte de ese antiguo esplendor. En un principio, su advocación se dedicó a Santa María, algo habitual en los edificios templarios de carácter espiritual. No olvidemos que fue San Bernardo de Claraval, el redactor de la regla del Temple, quien extendió por el occidente cristiano el culto a la Virgen, un personaje totalmente secundario para la Iglesia hasta finales del siglo XI. Nos disponemos a adentrarnos en su interior, no sin antes detener nuestra atención en esa llamativa puerta dorada repleta de inscripciones. En cuanto cruzamos el umbral de la iglesia de la Asunción nos sorprende su bello estilo gótico mudéjar, adquirido tras la reforma del siglo XVI. La nave central, donde una serie de columnas de ladrillo amarillo soportan las amplias bóvedas de color blanco, es lo único que ha quedado de la iglesia primitiva, junto a algunos restos en la capilla de acceso a la sacristía. Curiosamente, cada uno de esos pilares muestra un pequeño azulejo con una cruz templaria.

Junto a la puerta de entrada, a nuestra izquierda, vemos una gigantesca pintura de San Cristóbal, similar a la de la Mezquita-Catedral de Córdoba.

En la Edad Media se popularizó la creencia de que quien mirara a este santo no moriría ese día, por lo que los obispos aprovecharon para colocar enormes representaciones suyas en las principales iglesias y catedrales de sus diócesis, asegurándose así la visita diaria de los feligreses. A la derecha también tenemos el escudo de la Inquisición española, con una cruz en el centro; a su lado, la rama de olivo simboliza la actitud conciliadora hacia los arrepentidos, mientras la espada representa el trato que se ofrecía a los herejes.

Comenzamos a caminar por la nave, y de las capillas que surgen a nuestra izquierda, fijamos la mirada en la construida por Juan Labela en 1798. Sobre todo, en ese ojo inscrito dentro de un triángulo que corona su fachada, un símbolo usado por las logias masónicas para figurar al Gran Arquitecto del Universo. La Iglesia también lo utiliza con frecuencia para representar la vigilancia de Dios sobre la humanidad, aunque no deja de ser una actualización del mítico ojo de Horus egipcio.

Seguimos avanzando, pasando junto a un inquietante grifo dorado con cuerpo de ave y cabeza de dragón, para detenernos ahora frente a la capilla de la Virgen de Fátima, construida en 1949 por una devota castreña.

En su interior, llaman poderosamente nuestra atención las tres estrellas de seis puntas de color azul que rodean a la imagen. Un amuleto mágico atribuido al rey Salomón, y por tanto, uno de los principales emblemas hebreos.

Para rematar la escena, bajo los pies de la Virgen podemos observar un candelabro de siete brazos, otra de las insignias semitas. ¿Qué significan estos símbolos claramente judíos dentro de una capilla mariana?

Cerca tenemos la salida hacia el patio claustrado, construido en 1791 sobre el antiguo cementerio parroquial. Si miramos al suelo, veremos la puerta de acceso a la cripta situada bajo el Altar Mayor. Y si cruzamos la nave transversalmente y alzamos la vista, en la bóveda del ábside situado a la derecha del altar encontraremos el elemento más insólito de todo el templo: diversas constelaciones del zodiaco pintadas sobre un fondo de color azul.

¿No se supone que la astrología es pura superstición? ¿Cómo han llegado estos símbolos paganos al techo de una iglesia? Quizás a estas alturas, para usted tampoco sea una sorpresa descubrir que este tipo de representaciones que no parecen encajar dentro de una parroquia cristiana, son frecuentes en los edificios con un pasado vinculado a la orden del Temple.

De hecho, este no es ni mucho menos el único enclave templario dentro del término municipal de Castro del Río. En sus alrededores encontraremos numerosos parajes cuya toponimia también hace referencia a los caballeros misteriosos, como San Juan -un santo al que profesaron especial veneración-, Santa Sofía -sabiduría, en griego- o los Atanores -así se llamaban los hornos utilizados por los alquimistas medievales-.

(*) El autor es escritor y director de «Córdoba Misteriosa». Puede seguir su trabajo en www.josemanuelmorales.net