En los últimos años el desfile de carruajes por la urbe cordobesa se ha convertido en uno de los atractivos de los actos organizados el 28 de febrero con motivo de la festividad de la comunidad autónoma andaluza. La vistosa y elegante exhibición de enganches nos retrotrae en el tiempo a la importancia que llegan a tener los coches en nuestra ciudad desde finales del siglo XVI hasta las postrimerías de la centuria decimonónica, siendo una expresión de la ostentación social y autoridad de la nobleza y alto clero.

También van a tener un notorio impacto en la estructura urbana, como lo prueban las reformas llevadas a cabo en las calles y las obras de conservación y mantenimiento para facilitar el tránsito de los numerosos vehículos que circulan. Asimismo, plantean la necesidad de habilitar espacios urbanos donde exhibirse en los días festivos y celebraciones. Por último, generan una actividad económica desarrollada por maestros carroceros y guarnicioneros, propiciando a la vez la ocupación de personas que ejercen la función de cocheros.

La relevancia del mundo del caballo en la ciudad no resulta óbice para la importancia del uso del coche durante los siglos de la Modernidad. En los lustros finales del XVI se documenta la actividad de un grupo de carroceros que atiende la demanda local y se proyecta en otros núcleos urbanos próximos como el caso de Écija.

En las dos centurias siguientes se generaliza el coche en los estamentos sociales privilegiados. La capital cordobesa cuenta con una elevada cifra de lujosos carruajes que causan la admiración de los visitantes. El testimonio aportado por los viajeros extranjeros, sobre todo ingleses, refrendan de manera inequívoca el hecho. En el verano de 1774 llega W. Dalrymple, militar destinado en Gibraltar, quien escribe en su diario que «las personas de calidad tienen hermosos carruajes, recargados de dorados y adornos».

También los británicos R. Twis y H. Swindurne coinciden en destacar en tonos laudatorios el lujo de los coches que tienen ocasión de ver, remarcando que un buen número de ellos son modelos ingleses y franceses. El primero visita la ciudad en 1773 y muestra su sorpresa por la calidad y riqueza de los vehículos, la bella estampa de los caballos y el boato de los lacayos con libreas bordadas.

Exclusivos de la élite

Por razones de índole económica y social, el acceso al coche en Córdoba va a estar reservado exclusivamente a una élite formada mayoritariamente por los llamados hijosdalgo notorios, los titulares de la silla episcopal de Osio y los canónigos y dignidades del cabildo catedralicio.

Prácticamente todos los miembros de la nobleza local suelen tener uno o dos coches, como lo prueba el registro llevado a cabo en 1611. El señor de Fernán Núñez don Alonso de los Ríos posee «un coche de cuatro caballos, de cordobán la caja y pespuntada con pespunte de sedas, amarillo y clavazón dorada».

Uno de los carruajes más lujosos pertenece al señor de Villaseca don Gome de Figueroa y Córdoba, cuyas características se describen en los siguientes términos: «un coche de cuatro caballos castaños, de cuero naranjada con cortinas azules y amarillo de damasco, clavazón dorada y guarniciones de cuero negras para los caballos».

A mediados del siglo XVII el señor de Belmonte es propietario de un coche verde con seis mulas de tiro y entre los bienes del conde de Torres Cabrera en 1785 figuran dos vistosos forlones y el atuendo de los lacayos que visten casacas pajizas y chupines encarnados.

La utilización del coche por la nobleza local se convierte en un instrumento eficaz de pertenencia a un estamento privilegiado que se siente orgulloso de un linaje familiar. Al mismo tiempo, constituye un signo externo de riqueza y define un estatus social que se hace visible al conjunto de la sociedad.

Tenemos constancia documental del uso del carruaje por los prelados de la diócesis desde finales del XVI. El de Fernando de la Vega sirve de modelo para uno de los encargos que recibe el prestigioso maestro de coches Juan de Escobar. Asimismo, conocemos el nutrido parque móvil episcopal en las últimas décadas del XVIII en el que aparecen lujosos ejemplares franceses e ingleses. El obispo Baltasar de Yusta Navarro hace donación a mediados de 1786 a su sobrino de un coche francés de color verde recién adquirido en Madrid. El arzobispo Caballero y Góngora tiene a su servicio dos coches de gala ingleses, una berlina inglesa y otra a la española.

El uso del coche, como exponente de prestancia social, poder y autoridad también lo encontramos muy extendido en los miembros del influyente y poderoso cabildo catedralicio, especialmente entre las dignidades y canónigos.

Influencia en el urbanismo

La intensificación del tráfico de vehículos en los siglos XVII y XVIII va acompañada de numerosas propuestas del municipio dirigidas a facilitar la circulación. En ocasiones se habilitan nuevos espacios urbanos por iniciativa privada con el objeto de que los coches puedan dar la vuelta sin dificultad. A principios del setecientos la angosta entrada a la iglesia hospitalaria de Jesús Nazareno, sede canónica de la cofradía nobiliaria del mismo título, desaparece con la donación hecha por don Jerónimo Arias de Acevedo de un solar frente al templo que se aprovecha para hacer una plazuela.

A lo largo de las mencionadas centurias el Campo Santo de los Mártires es la zona de esparcimiento de los cordobeses que frecuentan los coches los domin

gos y días de fiesta. La exhibición de los propietarios también se lleva a cabo en otros puntos de la ciudad. En los meses de verano se concentran en la Alameda junto al Guadalquivir y en la Carrera de la Fuensanta durante las fiestas en honor de la titular del santuario en septiembre.

El uso generalizado del coche por la nobleza y alto clero tiene asimismo repercusiones en el ámbito social. Una de ellas es la necesidad de aumentar el personal de servicio para la conducción y cuidado de los carruajes. Esta función requiere la elección de criados eficaces, fieles y discretos, puesto que de ellos dependía el evitar accidentes que pusieran en peligro la integridad física de sus amos y el guardar secreto de amoríos o conductas poco edificantes en el plano ético y moral.

Pericia, obediencia y fidelidad son cualidades exigidas a los cocheros. Asimismo, un comportamiento correcto, buenas costumbres y adecuada presencia, de ahí que vayan uniformados. Los del prelado Antonio Caballero y Góngora lucen casacas y chupas de paño azul y calzones de tripe del mismo color.

Los criados encargados de llevar los coches suelen reclutarse en estratos sociales bajos con escasos recursos y analfabetos, generalmente inmigrantes procedentes de Galicia o de las montañas de León. También se contratan a extranjeros, sobre todo portugueses y franceses. En el siglo XVII encontramos un nutrido contingente de esclavos berberiscos y negros, ejerciendo estas funciones y las de mozos de carruajes.

Por lo general, los salarios que perciben son bajos, similares a los de los trabajadores sin cualificar. Las fuentes documentales refrendan, de manera bien elocuente, el aprecio de los propietarios de los vehículos por sus cocheros y los rasgos de generosidad con ellos en el momento de otorgar la última voluntad. Así, en 1626 el señor de Aguilarejo concede la libertad sin pagar rescate a su esclavo, llevado por el cariño y el agradecimiento por los servicios prestados. Las donaciones en metálico constituyen también un exponente significativo del reconocimiento y gratitud.

El esplendor del XIX

Al principiar la centuria decimonónica el carruaje continuaba siendo un valor de la nobleza cordobesa, al que se dedicaba una parte importante de la fortuna de las casas principales. Baste un ejemplo, el de un recién llegado al estamento noble cordobés, Manuel Medina y Corella, primer conde de Zamora de Riofrío, quien en el inventario que se realizó en 1819 poseía 34.400 reales en coches de caballos, 5.150 en guarniciones y 11.800 en caballos y mulas en la ciudad de Córdoba. Una verdadera fortuna para la época, destinada a prestigiar a su propietario ante sus conciudadanos.

Ya el viajero inglés Richard Twitss, en 1773, escribía sobre la ciudad: «Nunca vi más lujosos carruajes en toda España, entre ellos catorce o quince coches, carrozas o faetones recientemente fabricados en Inglaterra y muchos más procedentes de París, y tuve la oportunidad de verlos a todos tirados por cuatro o seis bellísimos caballos grises de largas colas y vistiendo todos los lacayos libreas bordadas en oro y plata», deslumbrado por el esplendor del carruaje en Córdoba, que se mantuvo durante el siglo XIX, mostrando un parque hipomóvil que competía con Madrid.

Se trataba de vehículos importados de los dos focos principales en fabricación de carruajes, Londres y París, aunque también adquiridos en Sevilla y en la vecina localidad de Écija, debido a que en la ciudad los maestros de hacer coches no eran muy abundantes. En 1860 se conoce la existencia de Juan Álvarez, con taller en la calle Fuenseca, quien se dedicaba a la fabricación de carruajes y a la venta de vehículos de segunda mano, muestra del interés de diversos sectores de la población en la posesión de coches de caballos; mientras que en la posada de Vergara tenía su centro de construcción el maestro madrileño José López Álvarez.

Tres lustros después, se tienen noticias de dos constructores más en la ciudad: Mariano Álvarez Serrano, y José Lozano y Navarro. En 1880 se tiene constancia de Delgado Castilla y a principios del XX, de Tomás Jaén.

En la frontera entra las dos centurias se asienta en Córdoba una empresa moderna que ofrece diversos servicios, tanto en la reparación de carruajes como ofreciendo viajes regulares y esporádicos entre distintas poblaciones de la provincia y eventos puntuales, como ferias y romerías. Se trata de la empresa El Sport. En el XX encontramos a Amador Naz y a Taguas. A estos talleres y empresas hay que sumar las que ofrecían carruajes de alquiler.

El mundo agrícola y laboral era el que más demanda tenía de vehículos tirados por animales, principalmente carros y carretas, como lo pone de manifiesto los nueve constructores de carros que había en Córdoba y los 30 que se dedicaban al alquiler de los mismos.

Mención aparte merece la empresa Carruajes Matapalos, fundada por Rafael Luque León, en 1864, ubicada en Tejares, dedicada a la construcción de coches de caballos y de vehículos especiales. En la actualidad es la empresa más antigua de Córdoba incluida en el Registro Mercantil y a su frente se encuentra un maestro que representa a la quinta generación de constructores, Rafael Luque Lubián, destacando, en la fabricación y restauración de coches de caballos, gozando de gran prestigio internacional.

El parque de carruajes cordobés siempre ha destacado por la calidad y número de sus vehículos, que a mediados del siglo XIX, los nobles y acaudalados cordobeses ponían a disposición de los eventos más fastuosos de Córdoba. Destacan el recibimiento que la ciudad tributó en 1860, a la brigada de Coraceros a su regreso de la Guerra de África, en la que pusieron a sus coches adisposición de la tropa los condes de Gavia y Hornachuelos, los marqueses de Benamejí y Villaverde y Rafael Cabrera. Un año después, el conde de Gavia prestó un «magnífico carruaje» para el paseo por la ciudad y su visita a la Mezquita-Catedral del príncipe marroquí Muley el Abbas.

La visita de Isabel II

Pero donde los carruajes cordobeses destacaron y sorprendieron a propios y extraños fue en septiembre de 1862, con motivo de la visita de la reina Isabel II a la ciudad. En la recepción participaron 40 carruajes de la nobleza local y la clase dirigente. En una descripción realizadas por el cronista de la ciudad, Luis Maraver, destaca la calidad y lujo de estos. Baste una muestra de uno de los dos coches del conde de Torres-Cabrera: «Era una magnífica carretela de ballestas y doble suspensión, carruaje también idéntico a los de la Real Casa, y en cuya elegante tumba adornada toda de rica pasamanería, se encontraban sobre color carmesí en uno de sus costados las armas de la ciudad de Córdoba, borladas de oro, plata y seda de colores, y en el otro las armas Reales. En los costados del cuerpo de la carretela se veían también dos elegantes escudos de armas de la casa de los Condes de Torres-Cabrera, trabajados en bronce y plata. Todos los adornos exteriores de este carruaje eran de seda blanca y celeste con muy grandes bordones, formando perfecta armonía con el hermoso manto de terciopelo celeste, que adornado con galonería y trencilla de oro, cubría todo el interior del carruaje, dejando ver al descuido la rica cubierta, y la franja color de perla con los bonitos bordados que la guarnecían, Este magnífico carruaje iba conducido por seis caballos españoles andaluces, de gran talla y enjaezados con guarniciones, cuyos adornos y hebillaje dorado correspondía con los del carruaje, siendo el rendaje de oro y seda carmesí, así como sus mantillas o sobre-agujas de terciopelo del mismo color, con flequería y adornos de oro. Los penachos que llevaban sobre la testera los briosos corceles eran de ricas plumas de marabú, de una hechura enteramente nueva, y demostraban el buen gusto del Sr. Conde». Basta con esta descripción para situar la calidad de los carruajes cordobeses, en igualdad a los de la Corte. A ello se añaden los tiros, con un carruaje enganchado a ocho caballos, otro a seis y el resto, a cuatro y dos.

En el periodo 1877-1878 estaban censados en Córdoba 112 carruajes pertenecientes a 71 propietarios; en 1879-1880, aumentó a 117 repartidos entre 83 titulares; y en 1883-1884 cayó a 105 y 75 respectivamente. El parque aumentaba y disminuía incluso dentro del mismo periodo de contribución, pues en primavera y verano se incrementaba, principalmente, en la feria.

Durante los siglos XIX y XX los modelos de carruajes utilizados por los cordobeses no cambiaron. El coche de caballos preferido fue la berlina, un carruaje cerrado, de lujo, muy utilizado por la nobleza, las carretelas, góndolas, landós y victorias. Le seguían coches de construcción más robusta y ejes más altos destinados a viajes o campo, como el faetón o el break. A continuación destacaban coches ligeros de paseo, como los duque, milord, sociable, vías a vis, apareciendo también familiares y tartanas.

Coches de punto

Un apartado especial merecen los coches de puntos, con paradas en Claudio Marcelo, Gran Capitán y plaza de la Compañía, además del servicio de pasajeros en la estación de ferrocarril. Fue un servicio fundamental en la ciudad que acababa de abrirse tras la desaparición de las murallas, pero, en ocasiones, foco de conflicto, atravesando las calles a gran velocidad, no respetando las paradas, provocando escándalos públicos y desatendiendo las indicaciones de la dirección, por lo que las autoridades municipales tenían que actuar con frecuencia. Asimismo, los cocheros particulares caían en estas acciones incívicas e incluso realizaban carreras de carruajes. A ello hay que añadir la picaresca de algunos particulares para evadir pagar la contribución, lo que era respondido con rigor por el Consistorio. Dentro del servicio público cabe destacar el que ofrecían los hoteles y fondas para quienes llegaban en tren, principalmente a través de los ómnibus. Dentro de este servicio destaca el de los hermanos Puzzini, propietarios del Hotel Suizo.

Por otro lado, el crecimiento de la ciudad extramuros fue debido no a necesidades residenciales, sino recreativas, como afirma García Verdugo, por lo que se puede afirmar que el carruaje, sobre todo en la segunda mitad del siglo XIX, fue el gran dinamizador del urbanismo en la ciudad, que todavía vivía del de la Baja Edad Media. Las principales actuaciones tuvieron lugar en el paseo de la Victoria, avenida del Gran Capitán y Tejares.

El automóvil relegó a cocheras y naves agrícolas, principalmente, a los carruajes, padeciendo diversas vicisitudes solo superadas en la Feria de la Salud de Córdoba, donde solían exhibirse diversos tipos de coches de caballo.

El siglo XX

A partir de la década de los noventas del pasado siglo, el carruaje se revitalizó, con la creación de dos clubes deportivos, el de Enganches y el de Carruajes de Tradición. El primero es el más laureado de España, con varios campeones nacionales en cuartas y tronco y oro por equipos; el segundo, sigue el mismo camino, con varias medallas de oro. A ello se suma la exhibición el primer día de la Feria de la Salud, en el Alcázar de los Reyes Cristianos, y un concurso de atalaje internacional durante Cabalcor, organizadas por el Club de Carruajes de Tradición, además de la participación en la Marcha Hípica del 28 de Febrero, a cargo de la asociación Córdoba Ecuestre.

Hoy, conocemos la trayectoria histórica de los carruajes en Córdoba gracias a dos trabajos publicados, Coches y ostentación social en la Córdoba de los siglos XVII a XVIII y Córdoba, ciudad modelo del carruaje, desde mediados del siglo XIX hasta la actualidad, Estos dos estudios se recogen en las actas del segundo congreso internacional Las caballerizas reales y el mundo del caballo, bajo el título Movilidad cortesana y distinción: coches, tiros y caballos, celebrado en octubre del 2017 y organizado por Córdoba Ecuestre y el Instituto Universitario La Corte en Europa (Iulce), de la Universidad Autónoma de Madrid.