Con el nuevo año visité El Hierro, la isla más occidental del archipiélago canario y la de menor superficie (268,71 Km2), siempre que no se tengan en cuenta a La Graciosa (29 Km2 y algo más de 700 habitantes), Lobos y las Chinijo, formadas por los islotes: Alegranza, Montaña Clara, Roque del Este y Roque del Oeste. Habitan este pequeño enclave atlántico, según el Instituto Canario de Estadísticas 10.986 personas, según datos de 2018, repartidas en tres municipios: Valverde (la capital), La Frontera y El Pinar. Sin embargo, conversé con un vecino de Valverde y me comentó que la isla sufre una fuerte despoblación, como tantos lugares y pueblos recónditos de nuestro país; según su opinión, no son fiables estas cifras, y aunque ciertos herreños están empadronados en estos ayuntamientos, la realidad es muy diferente.

Una parte de la población trabaja fuera de la isla y regresa solo en contadas ocasiones o en las fiestas patronales. Según la misma fuente, en El Hierro no llegan a cuatro mil los residentes y son cada día más frecuentas las viviendas deshabitadas o cerradas. Este entorno atlántico fue declarado por la Unesco en al año 2.000 Reserva de la Biosfera, y el 62 % de su territorio está considerarlo como Espacio Natural Protegido. El Gobierno de Canarias y el Cabildo de la isla han apostado por el desarrollo sostenible y respetuoso con el entorno y la belleza paisajística, además de poseer una riqueza medioambiental única. También forma parte de la red mundial de Geoparques. La isla es un monumento creado por la naturaleza digno de ser visitado, cuya cota más elevada es el pico de Malpaso de 1501 metros de altitud. Hubo un tiempo en que el meridiano ‘0’ cruzaba este entorno, junto al faro de Orchilla. En la actualidad, un monumento lo recuerda.

ENERGÍAS RENOVABLES

El año en que el Parlamento Europeo declaró nuestro planeta en emergencia climática, en El Hierro ya funcionaba un proyecto de futuro. Fue la primera isla del mundo autosuficiente en fuentes de energías renovables. Su central hidroeólica, ‘Gorona del Viento’, inaugurada en 2014, está diseñada para suministrar a la población y a las plantas desaladoras (el 60 % del agua potable proviene de acuíferos subterráneos y el resto de las desaladoras) la energía eléctrica necesaria a partir de fuentes limpias. Fue un proyecto impulsado por las autoridades isleñas y, sobre todo, por el Cabildo de El Hierro. Nos recibió en sus instalaciones Félix J. Boda Suárez, ingeniero cordobés del departamento técnico y corroboró la información que algunos medios habían publicado. Aunque en algunos folletos turísticos se lee que El Hierro es 100 % renovable, esa cifra es un fin y un objetivo a lograr. Comenta Boda que en agosto se llegó a 28 días consecutivos de producción de energía limpia, todo un récord. En la actualidad, la media mensual oscila entre 60 y 70 %. La palabra ‘gorona’, que da nombre a la central, es un sustantivo autóctono de El Hierro. Son rediles o refugios construidos con piedras volcánicas en los cuales se guarecían del viento el ganado junto al pastor.

Las instalaciones para la producción de energía renovable están compuestas por cinco aerogeneradores Enercón E-70 de 2,3 megavatios, con eje horizontal y sin multiplicador; cada uno actúa como parque eólico independiente. La potencia total instalada es de 11,5 megavatios. Si tenemos en cuenta que la potencia necesaria en la isla es de alrededor de 7 megavatios, la energía sobrante es utilizada para bombear agua desde un depósito inferior (150.000 m3) a otro superior, construido en la hendidura de un cráter volcánico (400.000 m3). Es necesario vencer un desnivel de unos 650 metros, cuya altura manométrica llega a alcanzar casi los 1.000 metros. Para impulsar el agua a esa altura, existen dos grupos de bombeo: uno formado por dos bombas de 1.500 kilovatios cada una y el segundo con cuatro, de 500 kilovatios cada una, sometidas a una presión de 100 Kg/cm2.

Cuando el viento no sopla o su velocidad no alcanza el mínimo estipulado para que funcionen los aerogeneradores perfectamente, se abre la compuerta del depósito superior y la gravedad produce un salto de agua de 650 metros, recorriendo los 2.350 metros de conducción (1.000 mm. de diámetro) que los separa de las cuatro turbinas, con una potencia total instalada de 11,32 megavatios, suficiente para el suministro de la isla.

Paralelamente a estas instalaciones, para los días en que es imposible la producción renovable, un grupo diésel cumple con el objetivo previsto. Como hemos comentado, los herreños han podido comprobar los beneficios que aporta este tipo de producción energética: la disminución de emisiones de dióxido de carbono, principal causa del efecto invernadero, y de otros gases perjudiciales como el dióxido de azufre o el dióxido de nitrógeno.

SENDEROS Y BOSQUES

Pero no todo el interés de El Hierro se centra en su producción energética. La isla está plagada de senderos solitarios, azotados por los vientos alisios, con paisajes fraguados por las piedras volcánicas, resultado de violentas erupciones. Asimismo destacan los caprichosos dibujos que forma la lava, los bosques repletos de densos pinares o los misterios que evoca el bosque de laurisilva. Puede que el ‘Garoé’ sea el árbol más representativo dentro de esta familia, con un rasgo identificativo muy importante para los herreños, junto con la Sabina. Se le denomina ‘Árbol Santo’ y posee su propia leyenda. Los bimbaches están considerados como los primeros pobladores de este territorio y se abastecían de agua gracias a la que manaba de sus hojas al destilarla de la lluvia. Esta era recogida en unos estanques que lo rodeaban. Cuando los conquistadores llegaron a la isla, los nativos ocultaron su existencia para evitar que descubrieran el misterio y se asentaran en estas tierras; pero cuenta la leyenda que una doncella enamorada de un peninsular le contó el secreto. Tal revelación le costó la muerte. El árbol fue destruido por un huracán en 1610 y en 1949 se plantó otro en su lugar, cuya altura actual ronda ya los 10 metros.

El otro árbol emblemático y símbolo de El Hierro es ‘La Sabina’. El último sabinar se halla en una dehesa en la zona oeste de la isla, cerca de la ermita de la Virgen de los Reyes, patrona del lugar. Ante la furia de los vientos, esta especie vegetal tuvo la astucia de plegarse para sobrevivir y adaptar todas sus ramificaciones en la dirección del viento, lo que produce una imagen forestal de gran curiosidad y belleza paisajística. Antes de la conquista, los bimbaches utilizaban su madera para fabricar utensilios; pero con el tiempo y la desforestación, esta especie estuvo a punto de desaparecer. Hoy está protegida y su uso necesita una autorización de la administración, ya que su madera es muy apreciada por los artesanos.

Puede que la zona forestal con más encanto sea el bosque de laurisilva, cuyo verdor es alimentado por la humedad de la bruma, producida por el mar de nubes y

mantenida por la manta de helechos. Este tipo de fenómeno se conoce con el nombre de lluvia horizontal. Este bosque, casi tropical, representa un contraste asombroso con los campos de lava de la zona sur.

Cuenta la leyenda que en una explanada del bosque, llamada El Bailadero de las Brujas, se reunían en la edad media las hechiceras y adivinas para realizar sus conjuros y practicar su magia.

Si el interior te impresiona, no menos lo hará el contorno, con sus playas negras, sus piscinas naturales y sus acantilados que resisten y frenan la furia del Atlántico.

En la ladera suroeste cerca del faro de Orchilla, se hallan los petroglifos o escritura de los bimbaches, que datan de 200 años antes de J.C. Se cree que la tribu era original del norte de África y que fueron los romanos quienes la trasladaron a la isla; según estudios realizados, se ha llegado a la conclusión de que dicha tribu carecía de conocimientos para navegar. En esta parte suroeste de la isla surge del océano el Roque de Bonanza, una escultura rocosa de casi 200 metros de profundidad, esculpida por la propia naturaleza y que el mar moldea constantemente con sus olas. Pero si buscas rincones que te enamoren, los hallarás en las piscinas naturales o charcos que trazó la lava en los acantilados. Uno de estos diseños naturales es el charco Azul, situado en el municipio de La Frontera, cerca del hotel más pequeño del mundo. Protegido por un arco o roquete, el agua inunda la oquedad con su tono turquesa, envuelta en espuma blanca y convierte el espacio en un escenario de cuento.

En la isla las distancias no son largas, todo está cerca y lejos, a causa de sus carreteras estrechas y de montaña, con escaso tráfico, limitada la velocidad a 60 Km/hora. No será impedimento la velocidad para que concluyas tu recorrido en el pequeño pueblo de La Restinga (municipio de El Pinar). Aldea de pescadores y coquetos restaurantes, en su puerto se puede degustar el marisco herreño, las sabrosas lapas y los camarones (en la península quisquillas); además de una diversidad de pescados poco usuales en otros lugares de nuestro país: viejas, alfonsiños, brotas, bolón, bocinegro, vicuda, pejeperro, abade, cabrilla… pescados acompañados con papas arrugadas, moho verde y un buen vino blanco seco, con denominación de origen de La Frontera.

ISLA CON ALMA

Los días en El Hierro, cuyo lema es isla con alma, discurren serenos y placenteros. Así transcurrieron las horas de nuestra estancia, hasta que cayó la hoja del almanaque que nos anunció el regreso. El aeropuerto es pequeño, debido a la orografía de la zona; solo aterrizan líneas aéreas canarias que te conectan con Tenerife o Las Palmas. También el puerto de La Estaca está comunicado marítimamente con las islas mayores. Ya desde el avión o guagua aérea, tras su despegue, divisas el contorno de la isla, un último adiós para no olvidar la interesante experiencia vivida.