Lo mismo que ocurre con las gambas cocidas, lo más difícil es darles el punto exacto de cocción, que cuando separes las cabezas de los cuerpos, todas estén bien hechas. Se necesita una plancha que no se pegue, en la que caben de una vez entre tres y cuatro docenas, colocadas en dos filas y pegaditas las unas a las otras, mirando todas en el mismo sentido. Antes de poner las gambas, la plancha se salpica ligeramente con sal gruesa; después se ponen las gambas y se salan a discreción. El tiempo depende del tamaño, pero es cuestión de segundos. La plancha tiene que estar muy caliente y para cuando terminemos de colocar las gambas, ya podremos empezar a darles la vuelta. En todo el proceso hasta sacarlas, intervienen la mano y el ojo del cocinero. Un amigo mío, al que le salen perfectas, las prueba antes de empezar a sacarlas; no sé si para asegurarse de que les ha dado el punto óptimo o para, amparado en ese pretexto, proporcionarle un gustoso anticipo al paladar.