A los 10 años, la familia de Picasso se traslada a Galicia y allí va a vivir el incipiente genio los 4 años de la pubertad. El choque artístico fue brutal para aquel niño que ya se había llenado de la luz mediterránea y de los colores y olores malagueños. En Galicia se encuentra un mundo totalmente distinto, donde el cielo está casi siempre nublado, llueve casi a diario y las brumas y las nieblas le persiguen. Pero, aún así, el joven pintor se enamora de Galicia y va perfeccionando su arte. También en esos años descubre por primera vez el amor y eso sí que influyó en él, a lo largo de toda su vida. Hasta el punto de que muchos años después diría: «Solo se puede pintar bien cuando se ama o se odia». También solía decir a menudo: «Para realizar con éxito un lienzo no hace falta más de cinco minutos, para estropearlo, toda una vida…» Y es que las meigas no le abandonarían nunca.

Pero dejemos que sea Rafael Inglada, su mejor biógrafo, el que nos hable de lo que fueron sus años gallegos: «En abril de 1891, José Ruiz Blasco, tras haber solicitado al menos en dos ocasiones un traslado a la Escuela de Bellas Artes de La Coruña, puesto más remunerado que el de Málaga, fue destinado finalmente como profesor en la ciudad gallega, ascendiendo a catedrático y ocupando su puesto a partir del 27 de abril. Así, tras un azaroso viaje en barco, arribarían los Ruiz-Picasso a las costas atlánticas en la segunda quincena de octubre de ese año. Durante el cuatrienio coruñés, en el que vivieron en el número 14, 4º 2º de la calle Payo Gómez, Picasso asistió como alumno del instituto Eusebio da Guarda, y, desde el curso 1892, a la Escuela de Bellas Artes -instalada en el mismo edificio, próximo a la dirección familiar-, lugar en donde su padre ya trabajaba y donde llegaría a ocupar el puesto de secretario en julio de 1892. Es ésta una fase en la que comienza a perfilarse con más viveza el interés del joven por la pintura, fase de la cual nos queda un cuaderno de dibujos (a los que fue tan propenso durante su vida) y algunos periódicos hechos por él manualmente -Asul y Blanco, La Coruña y Azul y Blanco-, densos en dibujos y noticias locales, que prueban que nuestro artista vivió con fuerza esta corta etapa gallega, durante la cual tuvo ocasión de exponer por primera vez algunos de sus lienzos en un comercio de la calle Real. El Retrato de Ramón Pérez Costales (médico y protector de la familia en La Coruña), La muchacha de los pies descalzos o El viejo mendigo de la gorra son algunos de los cuadros más relevantes de su paso por estas tierras. A propósito de esta pequeña muestra en la calle Real, Picasso recibió su primera crítica en prensa, aparecida en La Voz de Galicia el 21 de febrero de 1895: «De un niño de trece años, hijo del profesor de la Escuela de Bellas Artes, Sr. Ruiz Blasco, son los dos estudios de cabezas pintados al óleo que se hallan expuestos al público en el almacén de muebles que en la calle Real tienen los herederos de D. Joaquín Latorre. No están mal dibujadas, el colorido es acertado y la entonación es bastante buena, y todo ello resulta superior si se tiene en cuenta la edad del artista: pero lo que es sorprendente es la valentía y soltura con que están ejecutadas, y no dudamos en afirmar que ese modo de empezar a pintar acusa muy buenas disposiciones para el arte pictórico en el infantil artista. Continúe de esa manera y no dude que alcanzará días de gloria y un porvenir brillante»».

Bellas y premonitoras palabras que se cumplirían con hechos al final. Picasso no para de trabajar y asombra a todos los que le rodean. Para él sólo existe la pintura, y a veces cuando está creando se siente como un dios. «El caso de Picasso arroja luz sobre el mal esencial de una época, su alma diabólica parece sufrir la privación de lo divino, cuya ruina ha consumado el siglo XX… -escribe Pierre Cavanne-. La creación de Picasso es la obra demoniaca por excelencia, pues quiere medirse con Dios, su orgullo le lleva a imitar torpemente al Creador: ambiciona crear ex nihilo olvidándose de la condición del hombre-criatura, cuyas obras no pueden ser jamás sino signos extraídos de las cosas. Su obra es heroica pues supone un supremo testimonio de orgullo del hombre en lucha con la materia. Desde este punto de vista se comprende mejor que toda una época haya hecho de él su campeón, su trovador, su héroe, y le haya reconocido unos derechos de regalía, hallando en él la manifestación más crítica del mal que la aqueja…»

Pero los cuatro años gallegos pasan en volandas y en 1895 la familia se traslada a Barcelona, una ciudad por entonces llena de contrastes y de virulentos y exaltados sucesos políticos. Allí, el padre consigue que le admitan en la Escuela de Bellas Artes de la Yotja, donde él es profesor. Aunque los primeros veranos catalanes los pasa en Madrid, como alumno de la Escuela de Bellas Artes de San Fernando y concurre a la Exposición Nacional de ese año con un cuadro académico de carácter social: Ciencia y caridad, por el que consigue una mención honorífica. También pasa una larga temporada de descanso en Horta, villa tarraconense donde Picasso descubre los paisajes y los tipos populares catalanes.

¡Ay!, pero no me resisto a resaltar que Picasso fue también un genial ilustrador y su biografía está llena de anécdotas y leyendas. Cuentan que un día a una de sus amores que le criticaba la forma de distribuir el sexo le parecía antinatural. Entonces Picasso le contestó: «No, yo no hago nada antinatural, la Naturaleza hace muchas cosas como yo, pero las esconde… Yo pinto a golpe de impulso. Poner los ojos en las piernas y el sexo en la cara o hacer un ojo de frente y otro de perfil, no es contradecir, es simplemente desplazar».

Tampoco hay que olvidar sus ideas políticas, si es que las tuvo, porque el malagueño se reía de todos. No obstante, llegó a ser incluso muy «simpatizante» del Partido Comunista y vivió la República y la Guerra Civil apoyando a las izquierdas. Ahí está su famoso Guernica del que hablaremos en otra ocasión.