Las galaxias son estructuras fluidas. De igual manera que podemos imaginarnos que el agua líquida está formada por un innumerable número de pequeñas moléculas de agua (dos átomos de hidrógeno unidos a un átomo de oxígeno, que es lo que significa H2O) en continuo movimiento y chocando unas con otras sin parar, podemos hacer la analogía (muy simplista, eso sí) de que una galaxia está compuesta de miles de millones de las estrellas individuales. La analogía termina ahí, dado que la física que explica el agua líquida (incluyendo las conocidas como «fuerzas de Van der Waals» que son las que explican la adhesividad del agua, su alta tensión superficial y su capilaridad, por cierto propiedades esenciales para la vida) y la física que explica las galaxias (donde la fuerza de gravedad es la dominante) son muy distintas. Pero esta comparación sí sirve para entender claramente que una galaxia no es algo sólido sino una estructura muy volátil.

Es por eso que, en casi todas las galaxias, encontramos sub-estructuras como barras, discos, anillos u otros rasgos que se explican bien combinando la «fluidez» del objeto (las estrellas como puntos o moléculas individuales) y las leyes de la Física (la gravedad). Las estrellas, además, no paran de moverse, pero dichas subestructuras se mantienen al pasar el tiempo.

No obstante hay un detalle más importante: las distancias entre las estrellas dentro de la misma galaxia son enormes. A diferencia de lo que pasa en el agua líquida u en otros fluidos, las estrellas casi nunca (por no decir estrictamente nunca) chocan entre sí. Sí hay interacciones gravitatorias entre una y otras, pequeños empujoncitos dados entre ellas, lo que hace que el movimiento final de una estrella alrededor de una galaxia sea bastante impredecible a largo plazo (caótico), de igual manera que es imposible conocer completamente dónde irá a parar una molécula de agua particular al pasar el tiempo.

La estructura fluida de las galaxias también explica los rasgos más curiosos que, cada vez más a menudo, encontramos en ellas. Cuando conseguimos imágenes muy profundas de las galaxias, en las que las partes externas (las más débiles y difusas) empiezan a verse bien, es típico notar que aparecen pequeños filamentos, o colas, o rasgos parecidos, que nos informan de la propia formación y evolución de las galaxias. Estas difusas estructuras nos hablan de interacciones entre galaxias, muchas veces galaxias pequeñas, que se rompen al impactar con la galaxia principal. Es un fenómeno cada vez mejor conocido, también denominado «canibalismo galáctico», donde las galaxias más grandes devoran a las más pequeñas. Como huella del crimen, consecuencia de la gravedad pero también del estado fluido de las galaxias, aparecen estas colas o filamentos en las partes externas de las galaxias.

A veces hay casos más sonados: si dos galaxias van en ritmo de colisión y chocan, sus estrellas muy raramente chocan entre sí. Recordemos de nuevo que la distancia entre las estrellas es enorme: si el Sol fuese un balón de fútbol típico de 22 cm de diámetro, la estrella más cercana (Próxima Centauri) estaría a unos 6.300 km de distancia… Si este balón estuviese en la ciudad de Córdoba, la estrella Próxima Centauri (con un tamaño ligeramente superior a una pelota de tenis) estaría cerca de Kabul, la capital de Afganistan… El espacio entre estrellas está prácticamente vacío, salvo por el ocasional polvo y gas difuso de la galaxia. Es por eso que cuando dos galaxias chocan sus estrellas casi nunca lo hacen: lo que ocurre es que las intensas fuerzas de gravedad moldean el «fluido de las dos galaxias» creando a veces espectaculares figuras cósmicas y, si hay suficiente gas difuso, incluso desatando la formación estelar en ellas.

Éste es el caso de la galaxia que vemos en la imagen de hoy. Se trata de una nueva toma de la galaxia irregular NGC 4485 obtenida con el Telescopio Espacial Hubble (NASA/ESA). Localizada a 25 millones de años luz de nosotros, proyectada sobre la constelación boreal de los Perros de Caza (Canes Venatici), NGC 4485 sufrió hace pocos millones de años el choque directo de otra galaxia: NGC 4490, que no aparece en la imagen. En realidad, ambos objetos están ahora separados por unos 24 mil años luz (la imagen del Hubble sólo muestra unos 15 mil años luz, con NGC 4485 más o menos en el centro de la toma).

La intensa interacción entre las dos galaxias no ha roto completamente la estructura de NGC 4485 pero sí ha inducido una intensa formación estelar en una parte de ella. ¿Qué son esas estructuras rojizas en la parte derecha de la galaxia, rodeadas a su vez de montones de estrellas azules? Son regiones de formación estelar (nebulosas), gas difuso comprimido y encendido por las estrellas jóvenes y calientes (de color azul) que están naciendo en su interior. La interacción entre galaxias movió el gas de la parte izquierda a la derecha de la galaxia, induciendo intensas ondas de choque que hicieron comprimir el gas en esas zonas. El contraste con la parte izquierda de NGC 4485 (dominada exclusivamente por estrellas de color amarillento y rojizo, esto es, estrellas maduras y viejas) es abrumador.

Los fuegos artificiales en la parte de la derecha de NGC 4485 son tan intensos porque esta galaxia pequeña aún tenía mucho gas sin procesar. Los astrofísicos sostenemos que este tipo de interacciones entre galaxias pequeñas, ahora raras, eran muy comunes en el universo primitivo, cuando existían muy pocas galaxias grandes porque casi todas eran entidades pequeñas. Precisamente por eso el estudio de estos sistemas tan peculiares en el universo local son tan interesantes: vemos en detalle lo que ocurrió hace miles de millones de años en otras galaxias que, con el tiempo, constituyeron galaxias grandes como la Vía Láctea.