Fuengirola no es un pueblo bello a la manera tradicional, ni monumental, salvo los yacimientos arqueológicos de una factoría de salazones y un edificio termal, que revelan su pasado romano, y el castillo de Sohail, que se construyó en época califal. Fuengirola era en los años 50 del pasado siglo un pueblecito de pescadores que alquilaban sus casitas a los escasos veraneantes que elegían esta localidad como lugar de vacaciones. La avalancha turística que se produjo al final de esa década y en las siguientes, no sólo transformó el paisaje, sino que se llevó por delante su humilde modo de vida y sus costumbres, en favor de una prosperidad económica que, como suele ocurrir, favoreció más a foráneos y propios espabilados que a los que vendieron sus casas a precios de risa, creyendo que hacían el negocio del siglo.

MAYORÍA CORDOBESA

La cuestión es que Fuengirola actualmente tiene una población fija formada por -como dice una amiga mía- la quinta edad de Europa, que viene a vivir aquí para disfrutar de los 18º de media anual. Y tiene la población de veraneantes, en su mayoría cordobeses, que se refugian aquí, donde la temperatura máxima rara vez sobrepasa los 30º, que ya está bien, de los calores infernales que en mayor o menor grado achicharran nuestra provincia durante los meses de julio y agosto. Fuengirola, no obstante, conserva cierto airecillo de pueblo, sobre todo en Los Boliches (el boliche es una jábega -embarcación costera- pequeña y la red de pesca con la cual se saca el copo desde tierra), en cuya plaza del Carmen se concentran los puntos de encuentro de la mañana: la Parroquia del Carmen, la churrería del Carmen y el Bar Guerra, donde se alojan diversas tertulias cordobesas.

PARA TODOS LOS GUSTOS

En Fuengirola hay restaurantes de todas las nacionalidades y para todos los gustos, pero si buscamos la cocina casera tradicional tenemos que irnos a la clásica malagueña: frituras y sopas y cazuelas de pescados que se hacen con abundante sofrito, patatas o fideos gordos y majadillo de ajos, perejil, pimienta, almendras y pan frito; ajo blanco, gazpacho, boquerones en vinagre. Y como despedida hasta septiembre, porque esta sección también se va de vacaciones, les aconsejo que prueben la moraga, fiesta playera nocturna, durante la cual se asan sardinas o se guisan en cazuela en escabeche. La playa de noche es otra cosa, se llena de misterio, de olas invisibles, de sombras y, con suerte, de rayos de luna. Todo un recuerdo para los veranos azules de nuestras vidas.