El otro día fui a la Diputación Provincial a resolver un trámite administrativo y terminé visitando una tumba romana del siglo I. Aunque muy pocos lo saben, el antiguo Palacio de la Merced oculta en sus sótanos varios tesoros arqueológicos increíbles, alguno de los cuales podría estar relacionado con oscuros cultos paganos.

El primero de los tesoros lo encontramos en el segundo sótano del viejo edificio. Allí podremos contemplar una bóveda de unos tres metros de fachada por unos cinco de profundidad, a la que se accede a través de un estrecho pasillo. A su izquierda se puede ver la escalera por la que se descendía, lo que nos indica que originariamente estaba soterrada. La mayor parte de los historiadores coinciden en que se trataría de una tumba romana ubicada en su tiempo cerca de la Puerta de Osario, y sugieren que pudo pertenecer a un médico liberto fallecido entre el 27 a.C. y el 14 d.C. Eso indica que esta cripta sería coetánea de Jesús de Nazaret, y quizás por eso su estructura recuerda excesivamente al supuesto sepulcro del Rey de los judíos en Jerusalén.

Si subimos una planta, en el primer sótano nos topamos con una nueva riqueza arqueológica protegida por una lámina de metacrilato. En esta ocasión consiste en una construcción hidráulica de dos cuerpos, uno con apariencia de bañera y otro anexo de forma circular. Al primero se entra bajando unos escalones, que llevan a los expertos a sospechar que pudo haber sido un baptisterio visigodo. Es decir, una bañera usada en el siglo IV para realizar el rito del bautismo por inmersión. Sin embargo, el segundo cuerpo siembra incertidumbre sobre esta hipótesis, al poseer una forma insólita para las pilas bautismales de aquella época. Se ha llegado a proponer que en su origen pudo ser un ninfeo romano, un templo consagrado a las divinidades del agua, reutilizado en época tardorromana para un culto distinto. Su descubrimiento en 1757 durante las reformas del antiguo convento de la Merced tuvo que ser tan sorprendente como enigmático, pues tal y como recoge Ramírez de Arellano en sus Paseos por Córdoba, los arqueólogos pensaron en un principio que se trataba de la desaparecida cripta de Santa Eulalia: «Es creencia muy fundada que en este sitio estuvo desde el tiempo de los romanos la basílica de Santa Olalla o Santa Eulalia, y que en ella fueron sepultados los cuerpos de las mártires cordobesas Columba y Pomposa».

Éste sería, a mi parecer, el mayor tesoro que podría descubrirse bajo la actual sede de la Diputación Provincial. Fuentes muy antiguas señalan que la misteriosa basílica de Santa Eulalia debería hallarse debajo del viejo Palacio de la Merced, aunque su emplazamiento exacto continúa siendo una incógnita. Varios investigadores deslizan que en aquellos templos paganos que fueron sacralizados, el nombre del santo al que se dedica su advocación cristiana estaría codificando el tipo de culto que se rindió allí en la antigüedad. Por ejemplo, se piensa que aquellos templos donde se adoró a Cibeles, al ser cristianizados se colocaron bajo la advocación de Santa Eulalia. Por lo que si admitimos que la basílica de esta santa se encuentra bajo la actual Diputación, tendríamos que aceptar también que en ese enclave los cordobeses rindieron culto en la antigüedad a la Diosa Madre, creadora de los dioses y de los hombres.

Por eso los arqueólogos que hallaron esa estructura hidráulica a mediados del siglo XVIII pensaron que la capilla de Santa Eulalia debía andar cerca, pues sabían que en los templos de Cibeles se llevaba a cabo el taurobolium o bautismo de sangre. Era una práctica habitual en el culto mitraico, que como explicamos en artículos anteriores, se encontraba muy extendido en la Corduba romana. Sobre un altar se colocaba un toro, y en la bañera de la planta inferior se situaba el neófito. Cuando el sumo sacerdote degollaba al astado, su sangre se derramaba sobre el fiel a través de un agujero, y la alberca circular anexa serviría para purificarse con agua limpia una vez concluido el siniestro ritual. Pero aún falta por encontrar la pieza que complete el puzle, esa basílica que de sentido a todo el conjunto.

Mientras tanto, existe más o menos unanimidad en pensar que los restos arqueológicos situados en el primer sótano del edificio pertenecen a un lugar de culto vinculado al paganismo que fue posteriormente cristianizado, aunque a su alrededor continúan surgiendo multitud de interrogantes sin respuesta. Lo único seguro es que en los próximos años habrá que prestar especial atención al antiguo Palacio de la Merced: por sus misterios, por los avatares que ha vivido en el último siglo, y por todo lo que aún tiene que aportar a la arqueología y a la historia de Córdoba.

(*) El autor es escritor y director de ‘Rutas Misteriosas’. Puede seguir su trabajo en www.josemanuelmorales.net