Siguiendo el método de las generaciones de Ortega, cuando Picasso en 1926 cumple los 45 años no sólo ha entrado en la «etapa de gestión, predominio y mando», sino que ha conseguido encumbrarse a la cúspide de la gloria. El malagueño es ya el pintor más famoso del mundo y además un hombre supermillonario. La alta sociedad de París se lo rifa, las mujeres se le rinden, los pintores le envidian y él puede permitirse el lujo de reírse de todos, incluso de sí mismo. El joven que llegó a París sin un duro y que vivió la bohemia con trajes raídos es ya la firma más cotizada de la Historia. Hasta el punto de que la nobleza, los grandes capitalistas americanos y los museos se vanaglorian de tener un Picasso, sin importar muchas veces la calidad de la obra… cosa que el fenicio aprovecha para hacer caja sin descanso. Según sus críticos, en esa etapa llegó a realizar hasta cinco obras diarias.

Pero, hoy vamos a centrarnos un poco en su vida política (esta página no da para más). En su juventud se hizo anarquista (como Azorín, Unamuno, Baroja y los hombres salidos del «desastre del 98»), tal vez por el hambre y la miseria que había visto en los alrededores de Barcelona o los pobres que vivían en los barrios pobres de París y su difícil estancia en la capital francesa. «Cuando se es pobre y se pasa hambre -le diría a su biógrafo Antonio D. Olano- y cuando la miseria te rodea uno se hace anarquista, ¿qué si no se puede hacer?». Luego se acercó al comunismo, quizás porque las ideas de Marx habían conquistado a la intelectualidad francesa y más cuando estalló la Gran Guerra y sus mejores amigos, Braque y Apollinaire y otros, se fueron a luchar en defensa de la libertad. Al terminar la guerra nada fue ya igual para él. El triunfo de la Revolución rusa lo cambió todo. Escritores, pintores, escultores, músicos, artistas, profesores y hasta el clero bajo se enamoraron de Lenin y muchos de ellos engrosaron el incipiente Partido Comunista de Francia. Picasso siguió el mismo derrotero aunque tardaría años en afiliarse. «¿Y cómo fue que al final un hombre como tú, tan independiente siempre, tan rebelde, tan libre acabaste sacándote el carnet comunista, sabiendo lo que estaba pasando en Rusia, tras la muerte de Lenin?», le preguntó un día el joven periodista Olano. «Mira, mi joven galleguiño, yo que no soy tonto ni nunca lo he sido me di cuenta enseguida que ser de izquierdas era lo que se llevaba y que si los comunistas te consideraban amigo se te abrían todas las puertas que llevan a la fama y la gloria y lo contrario era incluirte en una fatal lista negra. Así que me hice comunista».

Su versión «oficial» fue esta: «Mi adhesión al PC es la resultante lógica de toda mi vida, de toda mi obra. Pues me enorgullece decirlo, yo no he considerado nunca la pintura como un simple arte de recreo, de distracción; con el dibujo y el color, esto es, con mis únicas armas, he tratado de penetrar más y más en el conocimiento del mundo y la Humanidad, con el fin de que tal conocimiento pueda liberarnos a todos más cada día. He procurado decir a mi manera lo que yo consideraba más verdadero, más justo, y era, naturalmente, siempre lo más hermoso; eso los grandes artistas lo saben de sobra… He ingresado en el partido sin vacilar, puesto que, en el fondo, yo estaba con ellos desde siempre… Siempre fui un exiliado, y ahora ya no lo soy. En la espera del día en que España pueda acogerme, el Partido Comunista francés me ha abierto los brazos y ahí he encontrado a todos aquellos a quienes más estimo, a los más grandes sabios, los grandes poetas… De nuevo me hallo entre mis hermanos». (Declaración al biógrafo Pol Gaillard).

La República

Aunque todavía en 1930, al ser preguntado si era monárquico respondería: «Si en España hay una Monarquía y un Rey/ yo soy monárquico./ ¿Y si mañana hay una República?/ Entonces seré republicano». Tal vez por ello cuando llegó la República el 14 de abril del 31 no mostró demasiado entusiasmo ni la República por él. Las relaciones de ambos entre 1931 y 1936 fueron más bien frías. Se cuenta que el embajador español en París, Madariaga, se quejó de él porque nunca acudía a los actos sociales o culturales que se organizaban en la embajada.

Sin embargo, todo cambió al producirse el alzamiento militar del 18 de julio del 36, porque entonces sí se puso totalmente a favor de la República (quizás por seguir la corriente de la intelectualidad francesa) y de motu propio hizo la serie de grabados que llamó Sueño y mentira de Franco (una feroz y humillante serie de 18 viñetas en forma de cómic donde ridiculizaba la figura del que ya era Generalísimo de los Ejércitos y Jefe de Estado de la España Nacional). También la República cambió y se aproximó a él (más por su fama y su prestigio internacional que por su obra) nombrándole, incluso, director del Museo del Prado… aunque no llegó a tomar posesión del cargo. «¿Y cómo iba a volver a aquel Madrid racionado, armado hasta los dientes y bombardeado -diría Dalí- el burgués millonario que vivía como un dios en sus casas de la Costa Azul y París o en su castillo-palacio de Antibes? ¡Ese era el comunista Picasso!».

Pero, como la guerra continuaba y la República necesitaba a toda costa la ayuda internacional, y especialmente de Francia, se acercó de nuevo a él para pedirle que participase con una obra que llevase su nombre en la Exposición Internacional de París… Y así nació el Guernica. Porque un día de 1937 llamaron a su puerta los miembros de la delegación española (Josep Renau, el arquitecto Luis Lacasa, y los escritores Juan Larrea, Max Aub y José Bergamín) que en nombre del Gobierno republicano solicitaba su colaboración. De momento el genio no se comprometió, quizás porque nunca había hecho ninguna obra por encargo o porque no quería comprometerse del todo. El hecho es, sin embargo, que aceptó y llegó a un acuerdo para realizar un cartel, lo más grande posible (11x4 metros), para situarlo a la entrada del pabellón español… y aunque Picasso se negó a cobrar, el director general de Bellas Artes, Josep Renau, que presidía la delegación se comprometió a pagarle, por los gastos de materiales, 200.000 francos (más o menos 30.000 euros de hoy) y como señal se le entregaron en el acto 50.000 francos, el resto lo recibió al terminar la obra.

A pesar del acuerdo, el malagueño se pasó unos meses sin saber qué pintar y fue el bombardeo del pueblo de Guernica, por parte de los alemanes e italianos, el que le decidió. Tal vez porque L’Humanité, el órgano del PCF (Partido Comunista Francés) daba una versión muy exagerada del bombardeo y sus consecuencias. Según el diario, habían perecido más de 2.000 personas y la ciudad había quedado totalmente destruida (en realidad solo hubo algo más de 100 muertos). Pero Picasso hizo en el Guernica algo más de lo que pretendían los republicanos, ya que la obra era sobre todo una diatriba feroz sobre los horrores de las guerras y no solo del bombardeo del pueblo vasco. Sin embargo, el agtiprop comunista hizo de la obra, que pasearon después por todo el mundo, un símbolo de lucha contra Franco y el franquismo.