Este año se cumple el bicentenario de la beatificación de fray Francisco de Posadas, una de las figuras de la Orden de Predicadores que alcanza mayores cotas de popularidad en la urbe cordobesa. Con este motivo se está desarrollando una serie de iniciativas para celebrar la efeméride. En la pasada festividad del Corpus Christi la cofradía de la Expiración levantó en su honor un altar en el recorrido procesional y la comunidad de dominicos ha programado distintos actos. También el Instituto Histórico Dominicano ha organizado una jornada académica dedicada al P. Posadas que tendrá lugar en la Fundación Miguel Castillejo el próximo sábado 24 de noviembre. Junto a las ponencias de especialistas destacados, están previstas visitas a las iglesias de San Pablo, hospital de San Jacinto y Jesús Nazareno, lugares vinculados al famoso predicador.

Francisco de Posadas nace en Córdoba el 25 de noviembre de 1644 y recibe el sacramento del bautismo el 4 de diciembre en la parroquia de San Andrés. Hijo de emigrantes gallegos, tiene que vencer muchas dificultades para ingresar en la orden fundada por santo Domingo de Guzmán, obstáculos derivados de su humilde condición social que imposibilita la entrada en el aristocrático convento de San Pablo el Real. Al fin logra sus deseos y en noviembre de 1662 toma el hábito en el cenobio de Escalaceli, cuna de la reforma dominicana.

Tras sus estancias en Jaén y Sanlúcar de Barrameda, lleva a cabo desde 1674 en su ciudad natal una incansable tarea misional, al tiempo que cuenta con la estima de todas las capas sociales. Predica con frecuencia en la céntrica plaza de la Corredera y otros lugares públicos, teniendo siempre un elevado poder de convocatoria. Los fogosos sermones censuran con dureza las costumbres de la época y el teatro.

A instancia del cardenal Salazar y debido a su fama de santidad, va a ser propuesto en dos ocasiones para obispo, pero renuncia a la dignidad episcopal. Fallece en 1713 y recibe sepultura en la iglesia conventual de San Pablo. La noticia de su muerte causa un hondo pesar en la ciudad que se manifiesta en el solemne funeral y honras que se le tributan.

A través del púlpito y del confesonario fray Francisco de Posadas despliega desde la hospedería del convento de Escalaceli, situada en la puerta del Rincón, una encomiable labor pastoral de corte barroco que logra calar en la sociedad cordobesa. La atención espiritual a los presos de la cárcel real y la conversión de los numerosos berberiscos musulmanes que viven en la ciudad también son objetivos prioritarios en su acción.

El reconocimiento a su tarea evangelizadora y testimonio de vida lo encontramos asimismo en personas muy influyentes en la vida local durante el último cuarto del siglo XVII y primeros lustros de la centuria siguiente. Entre ellas cabe mencionar el corregidor Francisco Ronquillo Briceño, el cardenal fray Pedro de Salazar, el canónigo y futuro príncipe de la Iglesia Luis Antonio Belluga y el beato Cristóbal de Santa Catalina.

El cardenal mercedario da muestras palpables de su admiración y estima a la figura de fray Francisco de Posadas. La asistencia a sus sermones y la influencia ejercida para ser promovido a la dignidad episcopal en dos ocasiones son un refrendo elocuente.

El doctor Belluga elige director espiritual al célebre dominico y le pide consejo en aquellas decisiones importantes que debe tomar, tales como la fundación de la congregación del Oratorio de san Felipe Neri en la capital cordobesa o la aceptación de la mitra de Cartagena-Murcia ofrecida por Felipe V.

La fructífera labor pastoral del P. Posadas en Córdoba cobra una mayor dimensión con la acción caritativa desarrollada en favor de los enfermos carentes de recursos. Esta viva preocupación se manifiesta en el incondicional apoyo ofrecido al sacerdote Cristóbal de Santa Catalina, fundador de la congregación hospitalaria de Jesús Nazareno en febrero de 1673. Al mismo tiempo, el beato dominico va a ser el impulsor del establecimiento asistencial de pobres incurables de San Jacinto.

La cofradía de Jesús Nazareno, integrada por los distintos estratos de la nobleza local, viene desarrollando en el segundo cuarto del siglo XVII una meritoria labor con los menesterosos de la ciudad. Junto al sostenimiento de seis camas en el hospital del mismo título, pone en marcha otras iniciativas como el establecimiento de un refugio de pobres, siguiendo el modelo que venía funcionando en Madrid y Toledo.

Esta actividad social resulta determinante para que Cristóbal de Santa Catalina decida instituir en sus dependencias la Hospitalidad de Pobres de Jesús Nazareno.

A la vez ingresa en la hermandad y ejerce las funciones de capellán hasta el momento de su fallecimiento en julio de 1690.

En 1674 se produce el encuentro definitivo con fray Francisco de Posadas, siendo elegido su director espiritual y confesor. A lo largo de más de tres lustros existen unos fuertes lazos de amistad y mutua admiración. Esos vínculos justifican que el dominico cordobés atienda espiritualmente al presbítero emeritense en el último trance y reciba el encargo de escribir una biografía que redacta en solo unos meses.

La preocupación del P. Posadas por la atención a los enfermos sin recursos económicos se manifiesta asimismo en sus denodados esfuerzos por revitalizar el hospital de incurables de San Jacínto en el tránsito de los siglos XVII y XVIII al encontrarse en un estado de postración. El fraile dominico lleva a cabo la reestructuración del centro asistencial y funda una congregación de hermanos y hermanas que garantizase su funcionamiento, elaborando él mismo las constituciones el 5 de diciembre de 1707.

El modelo de referencia que se toma es la congregación hospitalaria de Jesús Nazareno con la particularidad de que las reglas están impregnadas de la espiritualidad y símbolos servitas. Con el impulso recibido, las dependencias del hospital de incurables resultan insuficientes y se mudan a un espacioso inmueble en la plaza de Capuchinos. El 10 de julio de 1710 fray Francisco de Posadas bendice las nuevas instalaciones por delegación expresa del prelado de la diócesis.

El reconocimiento de la sociedad cordobesa dispensado en vida al célebre predicador dominico se acrecienta todavía más al producirse su muerte, ocurrida en el hospicio de la puerta del Rincón el 20 de septiembre de 1713 a las siete y media de la tarde. Unas horas después se traslada el cadáver al convento de San Pablo el Real, acompañado por autoridades, nobles y multitud de devotos.

Cinco años más tarde, en octubre de 1718, por iniciativa del concejo y costeado a sus expensas se inicia el proceso de canonización de fray Francisco de Posadas que culmina con éxito el 20 de septiembre de 1818 al ser proclamado beato el dominico cordobés en Roma. Este acontecimiento marca el arranque de una intensa devoción y culto que pervive en el tiempo, cuyo bicentenario celebramos hoy con una jornada académica en su honor el próximo sábado, 24 de noviembre, en la Fundación Miguel Castillejo.