¡Dios! ¿Se imaginan ustedes que en el Parlamento actual estuviesen sentados, codo con codo y ocupando un escaño ganado en las urnas, Don Miguel de Unamuno, Don José Ortega y Gasset, Ramón Pérez de Ayala, Gregorio Marañón, García Valdecasas, Giner de los Ríos y Don Manuel Azaña... y en la Tribuna de Invitados, entre otros, Azorín, Pío Baroja, Valle-Inclán, García Lorca, Dámaso Alonso, Miguel Hernández y los hermanos Machado?... Pues, allí estaban todos y algunos importantes más, aquel 18 de septiembre de 1931 cuando el diputado por Salamanca, Miguel de Unamuno, tomó la palabra por primera vez en las Cortes para defender el castellano como lengua del Estado y hablar de las otras lenguas españolas en catalán, en vasco, en gallego y hasta en valenciano. Algo increíble. Como todo en Unamuno. Se debatía la Constitución de la República.

Bien, pues del Unamuno diputado nos vamos a ocupar hoy. (Y esto me rejuvenece 40 años, los que hacen desde que en 1979 me encerré en el Archivo del Congreso de la Carrera de San Jerónimo para escribir Los 10 Discursos Parlamentarios que conmovieron a España, desde 1812 a 1977). Del Unamuno que obtuvo su acta de diputado en las elecciones generales del 28 de junio de 1931 y pronunció su último discurso el 2 de agosto de 1932. Les aseguro que leer sus palabras en el Diario de Sesiones, tal como las pronunció, incluso con erratas, impresiona. Como impresiona, al menos a mi, imaginarse sentados juntos, en la fila tercera del hemiciclo, a Don Miguel y a Don José, los más grandes filósofos españoles, como meros diputados («Aquí no me ha traído Castilla -dirá Don Miguel-, ni Salamanca...y yo no soy un diputado de Castilla, ni siquiera, en rigor, creo que me haya traído aquí la República, aunque sea un diputado republicano. Aquí me ha traído España, Yo me considero un diputado de España, no un diputado de un Partido, no un diputado castellano, no un diputado republicano, sino un diputado español»).

Cinco discursos pronunció el rector de Salamanca (había sido elegido el 18 de abril, casi con la llegada de la República) en esos dos años del ‘Bienio Azaña’: el primero, el 18 de septiembre, pasó a la Historia como El discurso sobre la Unidad de España; el segundo, que en realidad fue la segunda parte del primero, el día 25, fue comentado como el del Escolta, Espanya (fue en el que dijo aquella frase que se hizo famosa: «Cuando aquí se habla de la República recién nacida y de los cuidados que necesita, yo digo que más cuidados necesita la madre, que es España, que si al fin muere la República, España puede parir otra nueva, y si muere España no hay República posible»). El tercero lo pronunció el 22 de octubre de ese mismo año, en el transcurso del debate del artículo 48 de la Constitución que trataba del Sistema Educativo: «El servicio de la Cultura y la Educación es atribución esencial del Estado». Fue el discurso de la discordia y la polémica, ya que Don Miguel no se conformó con poner firmes a los que querían quitarle esa atribución al Estado para dársela a las Autonomías, sino que afrontó con dureza la Ley de Defensa de la República de Azaña e incluso a los partidos políticos.

«… Se dice que qué manía tengo contra los partidos. En efecto. Si creo tener alguna autoridad es por representar una gran parte de opinión española, de la España entera y no partida, y me temo que si los partidos se empeñan —que creo que no— en hacer cosas de ideología y de disciplina de problemas en que eso no puede hacerse, corren el riesgo de cambiar de sexo, es decir de convertirse de partidos en partidas, lo cual sería muy peligroso… No hay disciplina de partido que pueda someter la conciencia de un ciudadano. Esto es verdaderamente indigno. La disciplina de partido termina, siempre, donde empieza la conciencia de las propias convicciones, y yo digo que tan desastroso es para los que rinden así su conciencia contra su convicción, como para los que acepten estos votos...».

El cuarto discurso lo pronunció el 23 de junio de 1932 y versó sobre el artículo segundo del Estatuto de Cataluña. Unamuno defiende que dentro del territorio catalán los ciudadanos, cualquiera que sea su lengua materna, tengan derecho a elegir el idioma oficial que prefieran en sus relaciones con las autoridades y funcionarios de toda clase.

Y el 2 de agosto de 1932 pronunció el quinto y último como diputado, también en el trascurso de los debates del Estatuto Catalán.

«Me levanto, señores diputados, a cumplir en estos momentos un deber que estimo penoso... Y ahora veo claro lo que el señor Azaña defendió e impuso cuando se discutía la Constitución en 1931: ¿Cómo es posible --dijo-- que nosotros vayamos a adoptar un texto constitucional que haga imposible el día de mañana la votación libre del Estatuto de Cataluña?...». Y añadía: «Voy a votar a favor del texto de la Comisión porque deja libre el camino del Estatuto, porque no prejuzga el Estatuto, porque viene avalado por los diputados catalanes («se aprobará lo que venga de Barcelona», diría el señor Zapatero). Es decir -- continúa Don Miguel-- vía libre entonces y vía libre ahora para que el Gobierno de la República pueda otorgar a la Universidad de Barcelona el régimen de autonomía que quiera la Generalidad ¡¡ Pues, no !! ¡¡El Gobierno, no!!…¡¡Las Cortes!!”. Porque --y resumo-- según él, los Gobiernos cambian y el de hoy no puede ser el de mañana y viceversa... y no se va a estar cambiando el Estatuto cada vez que entre un nuevo Gobierno, como no se puede cambiar la Constitución cada vez que cambie el Gobierno, aunque desgraciadamente es lo que ha venido sucediendo desde las Cortes de Cádiz» (En El Sol, agosto 1932).

Y además Unamuno se opone frontalmente a que se hagan concesiones a la Autonomía Catalana mientras no se aquieten ciertas acciones y no se ponga freno a quienes se manifiestan con temeraria imprudencia: «… Yo declaro que hay quien grita en Cataluña —lo hacen también en mi tierra nativa— ‘¡Viva Cataluña libre!’ Está muy bien, pero yo me preguntaría, ¿libre de qué? Porque eso, como el hablar de nacionalidades oprimidas —perdonadme la fuerza y la dureza de la expresión— es sencillamente una mentecatada. No ha habido nunca semejante opresión y lo demás es envenenar la Historia y falsearla…». Pero, sus palabras no caen bien en las filas del Gobierno ni entre los diputados catalanes y entonces exclama o casi grita: «Estoy harto de que cuando se adopta una posición que está en contra de la directiva del Gobierno o de la mayoría, se diga que se va contra la República... El Gobierno no es la República»... y Don Miguel, rebelde siempre, escribiría al día siguiente en El Sol, defendiendo de paso la libertad de expresión que veía amenazada por la Ley de Defensa de Azaña: «No daré un viva a la República, aún deseando que viva, mientras no se pueda dar un viva al Rey, a un Rey cualquiera».

Señores, fue su último discurso y su despedida de la actividad política, porque ya no quiso ni presentarse a las elecciones del año 33 ni a las del 36... y se puso de parte del «¡No es esto, no es esto!» de Ortega. Entonces es cuando exclama: «El Señor no me puso en esta España para dar facilidades a los cobardes».