Cuando el 10 de marzo de 1924 Don Miguel llegó a Fuerteventura, aquella isla perdida en el océano, ni él mismo podía imaginar la influencia que iba a tener en su vida espiritual, moral y política la ‘tierra acamellada’ que vio en su primera mirada del destierro obligado por la Dictadura... atrás quedaba su familia, su Salamanca y su España («Volveré, no con mi libertad, que nada vale, sino con la vuestra»). Ay, pero antes de hablar de lo que fue ‘aquello’ para él me van a permitir que les cuente la anécdota que me encontré leyendo cosas de su vida en la isla Afortunada.

Don Miguel se aloja en Puerto Cabras (hoy Puerto del Rosario) en una humilde pensión llamada pomposamente Hotel Fuenteventura. Bien, pues se cuenta que el viejo Rector de Salamanca, ansioso del sol canario, se subía todos los días un rato a la terraza y desnudo como Dios lo trajo al mundo, se tumbaba en una hamaca para tostarse y «ser como los isleños», lo que provocó las quejas de los vecinos y cuando el apesadumbrado propietario, Don Francisco Medina, le trasladó la queja se limitó a decir: «Pues, dígales que si yo no los miro a ellos, que no me miren ellos a mí». Cosas de Don Miguel. Y ahora vayamos al encuentro de aquel, de momento, desmoralizado Unamuno. En su maleta de madera sólo había metido tres trajes y tres libros: el Nuevo Testamento ( en griego), la Divina Comedia y los Cantos de Leopardi. Pensar, leer y escribir... y pasear.

«Empiezo a escribir estas notas... en esta isla de Fuerteventura, una de las que llaman Afortunadas. Y de veras que es afortunada, a pesar de la resignada sed que mortifica a sus tierras, pues que no hay en ella ni cine, ni equipos de football, ni bueyescautos o como se diga. Ni pita el tren, sino que pasa solemne y pausado, el camello... Mar y cielo le están cantando a esta sedienta isla la canción silenciosa del largo sueño sin despertar».

Sí, allí, entre camellos y «buena gente», paseando sobre arenas doradas o pescando mar adentro, pasará varios meses. Como su mentor el estoico Séneca en Córcega... soñando con la libertad.

«¡Fuerteventura!...¡mi Fuerteventura... Si viera que mi fin se me acercaba y no podía morir en mi tierra más propia, en mi Bilbao donde nací y me crie, o en mi Salamanca, donde han nacido y se han criado mis hijos, iría a acabar mis días ahí, a esa tierra santa y bendita, ahí, y mandaría que me enterrasen o en lo más alto de la Montaña Quemada o al lado de ese mar, junto a aquel peñasco donde solía ir a pensar, o en la playa Blanca....sí, ahí, en mi paraíso».

Y de Fuerteventura (el destierro forzoso) a Paris (el exilio voluntario: «Sí, ya sé que puedo volver, pero mientras en mi España no haya libertad no volveré»)…¡Un año!. Sí, sólo un año aguanta y soporta la ‘ciudad luz’. ..y eso a pesar de sus paseos por el Sena y sus ‘picoteos’ en las librerías de viejo, o de sus caminatas (en París no se pasea, se camina) por la judería de Marais, el Arco del Triunfo, los Campos Elíseos, la Concorde, el Louvre, Dantón, Robespierre, Saint-Just, Desmoulin, María Antonieta...y Napoleón. Pero, por encima de todo y de todos París es para el ‘exiliado voluntario’ la ‘tertulia de la conspiración’, ese Parlamento en el que en torno a Don Miguel se reúne todas las tardes en el Café de la Rotonda, en pleno Montparnasse, un grupo de españoles para poner verde al Dictador y al ‘traidor’ Alfonso XIII... rodeados de morriña y nostalgia.

Y ya salió la bicha, la soga en casa del ahorcado... la NOSTALGIA, porque esa enfermedad es la que se apodera de él y hasta le quita el sueño: España, ‘su’ España, su tierra natal, su Salamanca, sus campos de Castilla, su Santa Teresa, ‘su’ Quijote… y entonces, sin poderlo evitar, abandona la ciudad luz y se va a un pueblecito de la frontera, Hendaya, mitad francés mitad español, a orillas del Bidasoa y a la vista de Irún y Fuenterrabía, su tierra, su infancia, su juventud... y en Hendaya pasará los cinco años siguientes (1925-1930). Cinco largos años, pues larguísimos se le hacen al hombre que por encima de todo, hasta de su propia vida, ama a España (¡Pobre España! ¡Me duele España!) ¿Y qué hace Don Miguel en esos nostálgicos años? ¿Y qué puede hacer el hombre que nació para pensar, leer, escribir, conversar (sobre todo con su Dios), hablar de política y luchar contra esto y aquello... Y entre poemas, artículos, teatro, cartas (Carta a mi hija Salomé; Cartas a mi amigo Roces) y entrevistas periodísticas (algunos días cruzaba la raya sólo para coger un puñado de tierra española y besarla) un día se sienta ante un folio en blanco y escribe:

A LOS ESTUDIANTES DE ESPAÑA

«Recuerdo, estudiantes de mi España, al dirigiros hoy de nuevo mi voz, estremecida de amor y de indignación, desde la frontera, el día, hace ya más de un negro quinquenio, en que mis estudiantes de Salamanca, mis hijos, me despidieron de aquel hogar de la inteligencia española manchado después por el más deshonroso doctorado, que compró, y con caudal de robo, el miserable bandolero, vil, rapaz, embustero, cobarde y felón que tiraniza a España.

Recuerdo vuestra protesta cuando se llevaron a Madrid los restos de Ganivet. Recuerdo la otra, cuando el ladrón me robó con una mentira mi cátedra de más de treinta años. Pero no es de pleitos privados, ni míos ni vuestros, de lo que se trata. Nosotros no formamos cuerpo, sino espíritu; no tenemos espíritu de Cuerpo, sino espíritu de Espíritu, y el mezquino y profano negocio de la industria pedagógica de los frailes del Escorial y de Deusto no es nada junto a nuestro gran negocio, el de la Salvación de la inteligencia, de la verdad, de la libertad, de la justicia, nuestra religión.

¿Que hacemos política? Es nuestro deber, juventud estudiosa. Nuestra política es hacer justicia, moralidad, verdad. La injusticia, la inmoralidad, la mentira, son policía tiránica. Dios, Patria y Rey, rezaba el lema del viejo honrado tradicionalismo español. El deshonrado, el de la Unión apodada por escarnio Patriótica, gruñe Patria, Religión y Monarquía, y es para poner por encima de todo a su patria, que es pocilga de los pretorianos y sus asistentes y furrieles. Pero no; la religión por encima de todo. La nuestra, estudiantes, es la del estudio, la de la investigación, la del examen, la de verdad, cuya libertad es la justicia, por encima de la Patria. No puede haber mentiras patrióticas, sino en la caverna, -no patria-, de los tiranos, ladrones y embusteros (...).

Estáis amaestrando a vuestros profesores, enseñándoles a ser maestros y ciudadanos. Despreciad a esos cuitados de ellos, ganapanes de la enseñanza, que aceptan, siervos del destino y del escalafón, comisarías regias para administrar la Universidad y seguir royendo los mendrugos del pan de munición. Profesan la servilidad. Algunos se dicen profesores de Humanidades. Necesitan de un maestro de Humanidad. Un poder, no gobierno, de verdugos erigidos en jueces (....), un poder de odiadores de la inteligencia y de la libertad, de ladrones, sobre todo ladrones, quiere robarnos lo más precioso, vuestro porvenir de ciudadanos españoles libres.

Que nos roben -ya lo está- el dinero; que entreguen a España a la explotación de compañías extranjeras; que se repartan acciones liberadas; que vendan la justicia: que subasten el favor, que arruinen a sus censores; que mantengan meses en la cárcel, sin proceso, a inocentes; que restauren la inquisición y la tortura, pero que no nos roben vuestra alma, el porvenir, la juventud de España (...).

Salvad a España, estudiantes, salvadla de la injusticia, de la ladronería, de la mentira, de la servilidad y sobre todo de la sandez. Más que otras infamias criminales, está degradando a nuestro país el que le dicte tiranía ese dechado de majadería que atrae sobre él la burla del mundo entero. Salvadla, hijos míos, e iré cargado de años y de recuerdos a descansar en una tierra que habréis hecho hogar espiritual de Libertad, de Verdad y de Justicia. Y hasta pronto.

En Hendaya, el Domingo de Pasión de 1929».

Y así hasta que estalla la Dictadura y la Monarquía prepara sus maletas. Unos van y otros vienen. Es el destino de esta España que nunca aprende. Don Miguel volvió el 13 de febrero de 1930.