el actual Ateneo de Córdoba, llamado en sus inicios Ateneo Casablanca de Cultura Popular, nació en 1984 en el Polígono Guadalquivir, barriada de clase obrera cercada por el paro, la indigencia y la mala leche de dos burócratas socialeros que cambiaron de chaqueta, y hasta la sotana frankista uno de ellos, para tener despachos de ordeno y mando. En aquellas circunstancias el nombre Ateneo de Córdoba sonaba utópico y fuera de lugar. Los inicios fueron un colectivo infantil de teatro que se llamó La Fiambrera, por el protagonismo que el popular utensilio adquirió, sobre todo a la hora de la merienda, en los desplazamientos que aquellos entrañables críos, 32 niños y niñas con edades entre los 7 y 12 años, hicieron por Córdoba y su provincia con más de cien representaciones de cinco obras de teatro entre 1984 y 1988, gracias a la Diputación cuya junta de gobierno supo valorar la importancia de las actividades culturales. Lo que hacía La Fiambrera no era teatro para niños, sino de niños. También en 1984 surge en la misma barriada el colectivo Acracia, 22 jóvenes entre 15 y 20 años, entre los que no hubo un acratilla basto ni fino. Con palabras del gran poeta Juan Bernier: «Si los chiquillos del colectivo infantil La Fiambrera fueron flores delicadas nacidas en un pedregal, los de Acracia eran plantones de olivos recios con raíces de futuro». Ninguno de los dos colectivos mereció el triste final al que las administraciones públicas, exceptuando la Diputación, los condenaron. Los del Acracia eran hijos de trabajadores, con esa dignidad y educación tan necesaria en su clase social, no se amilanaron ante la invasión de las navajas que se daba en el barrio, favorecida por la impunidad que la pasiva actitud de los poderes públicos ante muchos abusos proporcionaba. Desde el momento en que sus familias ocuparon las primeras viviendas estuvieron atentos a todo cuanto ocurría en su nueva barriada y sabían lo que «entraba y lo que salía». Y defendieron en muchas ocasiones, incluso con violencia, frente a la gente del lumpem o frente a la Policía, la dignidad de un barrio pobre pero con los mismos derechos que los más ricos. Muchos trabajaban y mantenían contacto permanente con amigos de sus antiguos barrios, colaboraron con los críos de La Fiambrera, a quienes trataron como hermanos menores, en la primera plantación de árboles que realizaron con ayuda de la Diputación Provincial.

Cuando llegue septiembre estas fantasías se completarán con el relato de la creación de secciones tan importantes para el Ateneo como las de poesía, flamenco, conferencias y debates, cine, teatro. No puedo terminar sin lamentar la muerte de José Molina Baena, vecino de la avenida del Corregidor, trabajador honesto y padre de una admirable familia. Seguidor del Ateneo de Córdoba como lo fue Agustín Ortega, vecino también y profesor del IES Séneca.