Cuando hablo de cuadernos de cocina me refiero exactamente a eso, a cuadernos, no a libros. Y especifico que son los cuadernos escritos a mano por las amas de casa, donde reseñan las recetas que ponen en práctica en sus cocinas. Tengo muchos: los que he ido recopilando de mi familia y los que, de propiedad ajena, conociendo mi afición, me han prestado para que los fotocopie. Estos cuadernos, también tengo el mío, suelen empezar con las recetas dictadas por las madres o las cocineras -donde las hubiese- a las futuras casadas, para facilitarles el inicial desenvolvimiento culinario; después se van enriqueciendo con recetas de invención propia o las que se toman de vecinas y amigas. Comprobarán que hablo en femenino, porque los cuadernos que tengo están escritos por mujeres, ya que en sus tiempos -algunas tiene más de un siglo- la cocina era competencia femenina.

Mis hijos, que también viven sus tiempos, me han pedido las recetas de las comidas que les gustan, pero no los he visto apuntarlas en ningún cuaderno; si acaso, en el móvil y no de manera ortodoxa, pero cuando guisan ellos, lo hacen bien y tienen sus puntitos de refinamiento. En cuanto a mí, cultivo y respeto el contenido y la autoría de los cuadernos de tal manera, que cuando hago alguna receta tomada de ellos, suelo citar la procedencia: el asadillo de pimientos de mi tía abuela Encarna, los callos de mi tía abuela Lola, los calabacines rellenos de mi abuela Tina, el cocido de mi abuela Lola, las alcachofas de mi tía Emilia, el lomo en aceite de mi tía Rosario, los rollos fiambres de Navidad de mi madre o el arroz campero y los rabos de toro de mi padre. Sí, dos recetas de mi padre en medio de tanta aportación femenina.

En esto de las recetas hay que contar con la creatividad de cada cual; casi nadie sigue las instrucciones al pie de la letra. Y hay quienes simplifican con una facilidad pasmosa. Una amiga mía de juventud, la primera de la pandilla que se casó, tenía unas opiniones muy propias acerca de las recetas que le dictaba su madre. Cuando le preguntábamos cómo le iba con la cocina, respondía tranquilamente: «Pues bien. Esto es un misterio, porque a todo se le echa los mismo y todo sabe de distinta manera». También a mí, que tenía todavía menos experiencia que ella, me resultaba misterioso. Comprendo ahora que se refería a los sofritos, imprescindibles para los platos de cuchara.