Que un negocio cumpla 50 años ya es motivo de celebración. Y si encima es una popular taberna cordobesa, que ha sido y es un referente para un barrio emblemático como es Ciudad Jardín, más aún. Un logro que si bien sería exagerado calificar de épico, sí que tiene connotaciones literarias y hasta científicas, ya que ese peculiar confesionario que es la barra de todo bar, en medio siglo del San Cristóbal da para un estudio de historia, sociología y antropología.

Así, José Salcedo, a sus 16 años, ya llevaba 3 trabajando en el local de su padre, en los Olivos Borrachos, cuando se abrió un día de febrero de 1967 la taberna en la calle Rodolfo de Ciudad Jardín, un barrio con aún solares y calvas donde construir, el más ‘moderno’, confortable, de anchas aceras y de vida más agitada de una ciudad que, después de cinco siglos, salía de los límites de sus murallas medievales.

Ya en aquel 1967 se intuía que solo las viviendas del patronato de San Rafael quedarían con unos arriates testimoniales que justificaran el nombre del barrio de Ciudad Jardín. Precisamente de estas casas llegó el mismo día de la inauguración de la taberna José León, que no dejaría de faltar ni un solo día desde entonces al San Cristóbal… hasta que hace solo tres años marchara a esa otra taberna donde todos estamos invitados a un eterno medio.

Otro parroquiano de la taberna que ya entonces se hizo asiduo y que aún hoy no falta a su visita diaria es Rafael Calvo, auténtica memoria viva del barrio, que recuerda cómo en aquella época «el pino de Costa Sol medía metro y medio y no había fuente. La calle Damasco, que se llamaba prolongación de José María Herrero, solo tenía una casa construida».

José y Rafael Salcedo, un chavalote de 11 años cuando se abrió el San Cristóbal, fueron creciendo en una taberna que seleccionaba con mimo los vinos de los pagos de Moriles que vendían. Hasta 3.000 arrobas de vino se llegaron a despachar algún año desde el mostrador de zinc, en una época donde no se concebía aún pedir una caña de cerveza en un bar. Terminaban los años 60 y Ciudad Jardín tomaba su configuración actual, con la nueva plaza de toros de Los Califas fijando su límite más occidental (se inauguró el 9 de mayo de 1965), un recinto que determinaría también el carácter de la taberna como lugar de tertulias taurinas antes y después de las corridas, al ser lugar de paso para los aficionados del resto de la ciudad en su peregrinar hacia el coso cordobés cruzando Ciudad Jardín.

Sería en los años setenta cuando José y Rafael pasaron de mozos a jóvenes, casi como le ocurría al propio barrio. José se casó con María Luisa Pérez en agosto de 1973, que se incorporaría a la cocina del establecimiento. A los pocos años comenzaban a corretear también entre toneles los pequeños José Luis, Pedro y Alberto. Los dos primeros continuarían la tradición familiar en la taberna.

Po entonces, haciendo la más grandiosa inversión de la historia del negocio y de mayor impacto social en el barrio (y no es una exageración) el San Cristóbal compró en Alemania… ¡Una tele en color! Y eso casi dos lustros antes de que el Mundial del 82 de Naranjito popularizara esos aparatos en los hogares.

Era la época en la que los estudiantes de Veterinaria, llegados de toda España al reclamo del prestigio de la Facultad, con ciertos posibles para permitirse una breve cena y una copa, llenaban el San Cristóbal para ver en color los capítulos de estreno de El Hombre y la Tierra. Aún hoy vuelven algunos de aquellos estudiantes, ya convertidos en veteranos profesionales y hasta alguno con hijos que también han estudiado Veterinaria, para volver a probar y recordar cómo sabían los populares medallones del San Cristóbal que eran el colmo de lo sibarita en sus vidas de de estudiantes.

Los años 80 y 90, de la mano de los universitarios y de muchas parejas jóvenes, confirieron su especial carácter a Ciudad Jardín, bullicioso tanto de día como de noche, que fue madurando, cuando no envejeciendo a veces hasta de mala manera, con el abandono de los pisos de estudiantes, la marcha de los universitarios de Veterinaria al Campus de Rabanales en 1996 o al quedar el barrio rodeado por la expansión de la ciudad impulsada por el PGOU de 1984 y, sobre todo, del 2001.

Tiempos de madurez, y también de celebración, con la llegada de los hijos de José Luis y, después, de los de Pedro o con aquella designación de María Luis como Señora de las Tabernas del 2008. Años en los que los estudiantes de Erasmus se incorporaron a la fauna estudiantil de un barrio al que la inmigración le proporcionó un sello multicultural. Eso sí, ya con unas calles que necesitan una profunda remodelación y en donde hasta la palmera de la glorieta de la calle Felipe II tuvo que ser sustituida al morir de vieja.

Ahora, la quinta generación de insignes taberneros crece en el San Cristóbal, con José Salcedo ya semijubilado (para no abandonar el establecimiento desde el que ha vivido e interpretado Córdoba durante medio siglo) y con Rafael camino de ser pensionista, mientras sus nietos crecen. Serán la quinta generación de taberneros (si es que siguen la tradición familiar) en un barrio donde se ultiman planes de peatonalización y de mejoras, con un Rectorado en lugar de la antigua Facultad de Veterinaria y un parque de Juan Carlos I que ya permite llamar a Ciudad Jardín con este nombre sin faltar a la verdad.

Un barrio con todo el futuro por delante y con una barra de una taberna desde la que se seguirá viendo, charlando y discutiendo sobre los cambios de la vida y del barrio. Que no es poco.