Aquel caudillo musulmán que quiso ser rey, intentando fundar su propia dinastía, relegando para ello al califa legítimo Hixen II. Fue con Abu Amir Muhammad ibn Abi Amir al-Mansur, cuando el califato de Córdoba alcanza las cotas más sobresalientes, cuando más crece, cuando más poderoso es, más tributos se le pagan y cuando más le temen. Pero también este personaje histórico, al que apodaron el Victorioso, fue el responsable máximo de que el «faro» de Córdoba se apagase y nunca más volviese a resplandecer con la fuerza de antaño.

Aparte de la ampliación de la Mezquita que ordenó labrar, la presencia de Almanzor en la Córdoba del siglo X la podemos rastrear todavía en dos inmuebles, en dos casas que, según la tradición, fueron alcázares y palacios donde residió: la llamada Casa de las Cabezas y las conocidas precisamente como las Casas del Rey Almanzor.

Respecto a la primera, dice la tradición cordobesa que este inmueble, situado en el número 18 de la calle de las Cabezas, fue un alcázar de Almanzor que sirvió de prisión a Gonzalo Gustioz, padre de los Siete Infantes de Lara, siendo el escenario en el que se desarrollaron los capítulos más trágicos de aquel cantar de gesta castellano. Allí fueron presentadas al padre las cabezas seccionadas de los desdichados Infantes, para luego ser colgadas de los arquillos del callejón adyacente, arcos que, hasta hoy, se conservan en número de siete, manteniendo viva la tradición centenaria.

Transcurrido aquel episodio sangriento, según cantaban los trovadores, Almanzor se apiadó del señor de Salas y le perdonó la vida; éste siguió viviendo en esta bella casa, hoy abierta al público como casa -museo, en compañía de una hermana de mismo Almanzor con la que tuvo a un hijo, al que llamaron Mudarra.

Es esta una tradición medieval aireada a finales del 1500 por el cronista Ambrosio de Morales. Seguramente ya fue conocida por los cristianos nada más conquistar Córdoba en 1236, de boca de los antiguos pobladores musulmanes o de los mozárabes que emigraron con las revueltas que acontecieron tras la caída del Califato.

Aquellos hechos permanecieron en el imaginario popular fuertemente arraigados, y esa fuerza se acredita por el hecho de que la calle fuese conocida desde un principio con su nombre propio, es decir, como calle de las Cabezas, cuando lo habitual era nombrar a todas las vías de la misma forma, como calle del Rey o calle Real. También, el sustantivo «cabezas», se convirtió pronto en sobrenombre para ciertos moradores de la calle e, incluso de la propia casa, para finalmente convertirse en apellido.

Citar, por ejemplo, el caso de un arcediano de nombre Ibáñez, que terminó llamándose don Ibáñez de las Cabezas. Otro caso sería el del jurado y judeoconverso, Juan de Córdoba de las Cabezas o su hija, Inés de las Cabezas, protagonistas indiscutibles de los macabros autos de fe que celebra la Inquisición en Córdoba a principios del 1500, instigados por el terrible inquisidor Lucero.

Pero el recuerdo del caudillo también quedó impregnado en otra casa -palacio, conocida desde antiguo como las Casas del Rey Almanzor.

Por desgracia, la desgana y la desidia han terminado prácticamente con aquel recuerdo que, a la postre, ha quedado reducido a un escueto título en el callejero cordobés: calle Almanzor, reza el letrero; tan sólo esto. Así pues, en pocos años se ha perdido otra bonita tradición cordobesa.

Según la cual la residencia del caudillo coincidiría con unas casas y edificios situados en la parte oriental de lo que hoy es la facultad de Filosofía y Letras, antes hospital del Cardenal Salazar. Nos informaba sobre estos particulares Bartolomé Sánchez de Feria en su obra Palestra Sagrada, de 1772.

Decía el autor que la residencia, de la que quedaban restos de fortaleza, tenía una gran extensión, partiendo desde la calle Almanzor y dando la vuelta por toda la calle Judíos hasta llegar hasta la inmediaciones de la Puerta de Almodóvar. Añadía que este palacio disponía de su propia mezquita, reconvertida en los siglos siguientes en la iglesia de San Bartolomé, que aún conservamos, templo que fue erigido por Almanzor y su esposa Fátima, como se infería de cierta epigrafía traducida en su época por un viajero árabe. Por último, manifestaba don Bartolomé que, en su época, la casa contaba con dos grandes túneles que se dirigían a la Mezquita y a los Alcázares respectivamente.

¿Pero desde cuando existía esa tradición en Córdoba? ¿Era de origen medieval, y pudo también pasar de los habitantes musulmanes a los cristianos?

Sinceramente lo desconozco, aunque bien pudo ser posterior y tratarse de una invención renacentista, del tiempo del humanismo, de los años en los que la gente noble comenzaba a culturizarse, a leer y a investigar sobre la historia de Córdoba, sus personajes y anticuallas. Así parece desprenderse de diversas hechos y circunstancias. En primer lugar, aquellas casas del Rey Almanzor, en torno al año 1400, eran conocidas como las casas de Juan Ponce de Cabrera y por esa fecha fueron adquiridas por la famosa dama cordobesa doña Leonor López de Córdoba. Desde entonces formaron parte de un importante mayorazgo en el que sucedieron los Hinestrosa y los Guzmanes. Así pues, hasta el siglo XVII no he podido encontrar ninguna referencia al caudillo musulmán en este emplazamiento perteneciente al barrio de Santa María o de la Catedral, pues en los padrones más antiguos el lugar figura, no con el nombre de Almanzor, sino con el nombre de la familia que hereda aquel rancio solar ( Plazuela de los Henestrosa o también, calle de don Francisco Henestrosa) .

El cambio se produce, o al menos yo lo detecto por primera vez, en la segunda mitad del siglo XVII, concretamente en un padrón elaborado en 1671 donde figura la «calle frente a las casas del rey Almanzor»; pocos años más tarde, en un otro de 1691, aparece «Calle del Rey Almanzor». A partir de entonces, ya siempre estará presente el mítico nombre en el lugar. Por ejemplo, en un padrón de 1710 leemos «Plazuela del Rey Almanzor» y en otro de de 1718 figura por primera vez, además de una «calleja -barrera del Rey Almanzor» , las famosas «Casas del Rey Almanzor», detallando el escribano a los habitantes de la misma, la familia Guzmán. Por último, en el mismo sentido se pronuncia el Catastro del Marqués de Ensenada elaborado entre 1752 y 1754, donde se nos informa que don Domingo de Guzmán era dueño de unas «casas principales que llaman del Rey Almanzor, en la plazuela de este nombre, collación de la Catedral, con cuarenta y ocho varas de frente y cuarenta y dos de fondo, arrendada en 1.300 reales de vellón. Confronta con el Hospital General y con don Joaquín de Córdoba y Aguilar».

A pesar de los datos expuestos y pese a no quedar ni rastro de la epigrafía alusiva a Almanzor de la que hablaba Sánchez de Feria, ¿quienes somos nosotros para acabar con estas bellas tradiciones cordobesas?. Las tradiciones son eso, tradiciones, generalmente basadas en algún dato histórico, pero que ya forman parte de nuestro acervo cultural, y por lo tanto, pueden y deben ayudar a fortalecer nuestro rico patrimonio, darle realce y ayudar y reinventar el turismo cultural de Córdoba.

Por último, es preciso referirse a la ciudad palacio mandada construida por Almanzor, Medina Alzahira, la Ciudad Resplandeciente, donde el caudillo trasladó a la corte y altos funcionarios, dejando al califa Hixen en Medina Azahara en una situación que podría calificarse de cercana al secuestro. Nos cuentan las viejas crónicas musulmanas, que aquella ciudad era aún más espléndida que la ciudad de Al Nasir, y que para levantarla, Almanzor no dudó en saquear Azahara, llevándose sus fuentes, columnas, puertas y todo lo que pudiese aprovechar en su ambicioso y nuevo proyecto de ciudad palatina.

Según las mismas crónicas, Medina Alzahira estaba situada al este de Córdoba, en los márgenes del río Guadalquivir. En torno a la misma se fue configurando un importante arrabal al que fue a vivir lo más granado de la sociedad cordobesa de aquel tiempo, buscando la cercanía del poder. Por desgracia, tuvo una vida efímera, de 30 años, siendo arrasada por una muchedumbre de cordobeses en febrero de 1009, con el inicio de las guerras civiles.

Aunque aún no han aflorado sus restos, al menos de forma clara y contundente, Medina Alzahira habría que buscarla en el polígono industrial de las Quemadas, nombre que no es moderno como se pudiera pensar, sino que ya figura en los documentos inmediatos posteriores a la Reconquista. Podemos imaginar que esta denominación tan sugerente, ya fuera puesto por los cristianos o fuese una traducción del musulmán, no fuese en absoluto un nombre caprichoso, sino simplemente el resultado de lo que quedó de aquella Ciudad Resplandeciente tras ser arrasada, es decir, los restos de una ciudad y un conjunto de casas quemadas.

(*) Notario y director de la Casa de las Cabezas.