En italiano se dice Strade Statali 38 y en los mapas aparece como SS38. Es el segundo paso de montaña más alto de los Alpes y se construyó en 1825 para conectar Austria con Milán.

Atraviesa el Stelvio.

En apenas 24 horas he subido el Stelvio por dos caras y lo he bajado por una tercera. Solo y con Pepe. Con lluvia y con sol. Con alforjas y sin alforjas. Embalado y parando. Con ruido y sin ruido. Con fotos a color y con un carrete en blanco y negro. Fácil y duro. Continuamente sobrepasado por sus más de 120 curvas vertiginosas. La bajada a Bormio dibuja un meandro verde que me parece imposible describir. Son paisajes que sabes que no caben en ninguna cámara y que no merece la pena retratar, pero aún así lo haces, y efectivamente, nunca salen.

Miro atrás, veo esas curvas y, simplemente, suspiro.

La SS38 es de las carreteras más espectaculares que jamás he visto, pero el incesante paso de motoristas la convierten en un infierno para los oídos. Por eso, poco antes de llegar a Bormio, me desvío hacia Torre di Fraele y por fin me lleno de silencio.

Torre di Fraele es como un mini Stelvio por sus cuatro kilómetros de herraduras, pero sin bullas. Arriba solo esperan cuatro ciclistas, un lago y el final del asfalto. Sigo por un camino de tierra. Aparece otro lago, lago di Cancano, y ahí sí, me paro y contemplo una relajante puesta de sol, hasta que me da un poco de frío. Entonces caigo en la cuenta de que estoy a dos mil metros de altura y en manga corta.

Pienso que el día siguiente va a ser un auténtico bajón, tras tanta conmoción paisajística, pero de la SS38 sale otra carretera milimétrica, por momentos hecha añicos, que llega a Ponte di Legno cruzando el Paso de Gavia, un puerto que logra algo complicado: sorprenderme cuando aún tengo al Stelvio en mi cabeza.

Gavia es como la chica que te hace olvidar a un amor terrorífico.

Y aún queda algo: El Mortirolo. El nombre asusta. De chico, cuando jugaba al Tour con las chapas en el patio de mi abuela, simulaba que el Mortirolo era la cuesta que estaba al lado del pozo porque era la más bestia y empinada. Muchas chapas se iban para atrás. Alguna se cayó al pozo. Con mis amigos, calificábamos como «Mortirolo» aquello que era imposible de subir. Ahora estoy aquí, delante de él, pero lo asciendo con tanta comodidad que no me lo puedo creer. ¿Se rompe el mito? ¿De verdad era esto? Error. Al bajarlo, descubrimos que el Mortirolo tiene dos caras, y que la mítica, la que cuesta incluso bajar, es la que nace de la SS38, de Mazzo Valtellina.

Pepe se echa la siesta en un césped. Yo estoy intranquilo; sé que me voy a arrepentir si no lo subo. Así que cojo la bici y vuelvo a la vertiente auténtica: 1300 metros de desnivel en 12 kilómetros. Cuando voy por el tercero, pienso que esto no es real, que no voy a llegar a la cima, y me retuerzo mientras recuerdo cómo las chapas de los ciclistas caían al pozo de mi abuela.