El verano de 1894 Don José Ruiz Blasco, el padre del genio consigue por una permuta con el profesor de la Escuela de Bellas Artes de Barcelona, Román Navarro, su traslado a la capital catalana y allí se establecerá la familia Picasso. Pablo sólo tiene 13 años, pero ya apuntaba tan alto que hasta su propio progenitor le cede en un acto simbólico sus pinceles y su paleta. Pero, antes de trasladarse a Barcelona la familia decide viajar a Málaga, su tierra natal, y reencontrarse con los suyos y sus amigos de la infancia. Camino del Sur, don José hace un alto en Madrid porque quiere enseñarle a su hijo el Museo del Prado y, ¡oh Dioses!, el joven e ilusionado pintor conoce a los grandes maestros de la pintura española: Velázquez, Goya, El Greco, Zurbarán, Murillo, Rivera y queda tan deslumbrado que ya nunca más se olvidará de ellos, y la luz de Velázquez, la imaginación de Goya y la descomposición de las figuras de El Greco influirán en toda su obra futura. En esos meses pinta Retrato del viejo pescador, una obra de corte realista en la que ya se atisba, sin embargo, su extraordinaria capacidad para reflejar la psicología de los personajes.

Al final del verano de 1895 la familia se instala definitivamente en Barcelona, primero en unas habitaciones alquiladas cerca del puerto y después ya en una casa situada en el número 3 de la Calle de la Merced. Naturalmente Pablo ingresa rápidamente en la Escuela de Bellas Artes de la Loja, donde el padre es profesor. Aunque el consejo de su padre («Pablo, si quieres ser alguien en el mundo del arte no tienes más remedio que irte a París») no se le va de la cabeza y muy pronto, coincidiendo con la Exposición Universal de 1900, allí se va. Sería su primer viaje a la capital que tanto le marcaría en su vida («Si Málaga fue mi cuna -diría en una ocasión- París fue mi cama»). No iba solo, sino acompañado por los amigos que había conocido en la cervecería Els Quatre Gats de Barcelona, un grupo de poetas y pintores que como él luchaban por encontrar su personalidad y el triunfo. Son los años del Modernismo, con Santiago Ruiseñor, Ramón Casas y Miguel Utrillo al frente.

El carisma de Picasso atrae a muchos jóvenes representantes de la burguesía catalana: los herederos Ángel y Mateu Fernández de Soto, el poeta Jaime Sabartès, el dandy Carles Casagemas, las familias Reventós y Pichot. Todos ellos son testigos de un crecimiento cultural sin precedentes… En ese periodo Picasso afina su capacidad para capturar las diversas tipologías humanas a través del descubrimiento de la caricatura. Incluso dedica una poesía a la capital catalana: «Barcelona, esa bella e inteligente [ciudad] en la que he dejado tantas cosas en torno al altar de la alegría y a la que ahora añado un poco de melancolía del color del cuello de una paloma».

En enero de 1901, Picasso vuelve a Madrid, no se ha olvidado del Museo del Prado. Es su segunda etapa de bohemia madrileña y la aventura de Arte Joven, una revista que subvenciona su amigo y escritor Francisco de Asís y Soler y que ilustra el malagueño. Sólo vio la luz unos meses, entre el 10 de marzo y el 1 de junio, pero en su Redacción conoció e ilustró los artículos a José Martínez Ruiz (todavía no era ‘Azorín’), Silverio Lanza, Salvador Rueda, Santiago Rusiñol, Jacinto Verdaguer, Miguel de Unamuno y los hermanos Baroja. Don Pío le recordaría así en sus Memorias:

«Yo conocí a Picasso en 1901. Luego le vi en París tres o cuatro años más tarde, en el estudio Durrio. […] Se veía que era un hombre de inteligencia. Probablemente quedará en la historia del tiempo como un tipo raro. […] Picasso tenía de joven un aire atrevido y genial. En el poco tiempo que estuvo en Madrid, en su estudio aparecieron treinta o cuarenta cuadros, hechos casi todos de memoria, algunos muy bonitos. Era, sin duda, hombre muy bien dotado, con posibilidades de hacer cosas extraordinarias. De los artistas que yo he conocido jóvenes creo que era de los que tenían más condiciones y más talento literario. […] Picasso es un hombre que ha intrigado al mundo entero durante mucho tiempo. Es un divo. Es posible que la suya haya sido la habilidad del hombre que sabe que sin disfraz no va a conseguir el éxito, y va tomando todas las mascaras que va tomando al paso».

En Arte Joven Picasso se encuentra con los exponentes del anarquismo intelectual de Madrid y con la iconografía del Desastre del 98. «En aquel círculo -escribe Javier Herrera- se fraguaron formas de disidencia intelectual que pueden entenderse como partes de una preconceptualización del posterior patrimonio de la modernidad estética: libertad creadora, mesianismo, antiautoritarismo político, filosofía de la denuncia, de la anticipación, etc. La recomposición de las afinidades de Picasso con ese horizonte del pensamiento español de la época permite curiosear en el fondo de la maleta que acompañó después al pintor a París, donde, como es sabido, no se instalará definitivamente hasta 1904».

En el editorial del primer número, y por sugerencia del propio Picasso, aparecía esta nota:

«Hacer un periódico con sinceridad es cosa que parece en nuestras días imposible. Pues bien: Arte Joven será un periódico sincero. Sin compromisos, huyendo siempre de lo rutinario, de lo vulgar y procurando romper moldes, pero no con el propósito de crear otros nuevos, sino con el objeto de dejar al artista libre en el campo, libre completamente para que así, con independencia, pueda desarrollar sus iniciativas y mostrarnos su talento. No es nuestro intento destruir nada: es nuestra misión más elevada. Venimos a edifica. Lo viejo, lo caduco, lo carcomido ya caerá por sí solo, el potente hálito de la civilización es bastante y cuidará de derrumbar lo que le estorbe».

En total fueron 24 dibujos los que publicó, ya con su firma de Picasso, antes firmaba como Ruiz, y algún artículo. En uno de ellos dedicado a la guitarra escribiría: «La guitarra es un símbolo del alma popular y un símbolo del sentimiento. Quizás por eso tiene forma de mujer». Pero la estancia en Madrid, una vez más, duró poco. Picasso vuelve a Barcelona y hace una exposición en la gran Sala Pares. Los pasteles expuestos presentan diversas y originales técnicas de composición y de utilización del color: la ligereza y luminosidad de los tonos, el uso del soporte como fuente de color, la singularidad y la fuerza de las composiciones caracterizan dibujos como Mujer ante el espejo y El abrazo.

Pero tampoco aguanta mucho en Barcelona y rápidamente se va otra vez a París, donde le aguardan ya momentos decisivos para su actividad artística. Una actividad en la que dominará el color azul. Será la Época Azul del genio, con obras como La habitación azul, El funeral de Casagemas o Mujer con brazos cruzados o La bebedora de absenta. Una nueva forma plástica aparece ya en sus cuadros, en los que aparecen la miseria del ser humano, la soledad y la pobreza de la vida moderna. Los rasgos fundamentales de esta Época Azul son la sencillez y la esencialidad de la representación, unidas a la melancolía de la mirada y los gestos de los personajes retratados.

Pero de la Época Azul hablaremos en el siguiente capítulo.