El 31 de mayo de 1976 Televisión Española estrenó Doña Luz, un capítulo perteneciente a una serie de adaptaciones televisivas de clásicos de la literatura española y universal llamada Los libros. Este episodio recreaba la obra homónima del escritor egabrense Juan Valera, y la mayoría de los interiores fueron grabados en Lucena, concretamente en el Palacio de los Marqueses de Torreblanca, actual Casino y sede del Círculo Lucentino. Uno de los extras, al que llamaremos Felipe para salvaguardar su identidad, era un vecino del pueblo que entonces contaba con unos veinticinco años. Vestido con un esmoquin negro y camisa blanca, se encontraba en el salón de los espejos del hermoso edificio, preparado para participar en la recreación de un baile del siglo XIX, cuando la directora del capítulo Josefina Molina le presentó a la que sería su pareja de baile. Se trataba de una elegante dama de insólita belleza, cuya mirada triste y seductora cautivó al muchacho con su primera caída de ojos. Durante la grabación de la escena, él y su acompañante debían realizar infinitos giros al son que tocaba la orquesta, mientras la cámara seguía por todo el salón los pasos de la pareja protagonista. A Felipe le llamó poderosamente la atención la blanca tez de la chica, poco habitual por estas latitudes, y la ligereza con la que se movía, pues según él, más que bailar parecía que «levitaba». Trató de hablarle, pero ella siempre respondía bajando la mirada y esbozando una ligera sonrisa.

Una vez terminado el rodaje, el chico quiso invitar a la taciturna dama a tomar algo. Tras cambiarse rápidamente el atuendo en el camerino de hombres, Felipe se colocó en la puerta del de las mujeres para esperar a que la chica saliese. Tardaba un poco, pero él pensó que estaría retocándose, lo cual aumentó sus expectativas. Durante unos largos minutos no pararon de salir vecinas de Lucena que habían participado en la grabación. Entonces el muchacho, un poco nervioso, paró a unas amigas suyas cuando abandonaban el citado camerino para preguntarles cuántas chicas faltaban aún por salir; y para su sorpresa, respondieron que ellas eran las últimas y que dentro no quedaba nadie más. Desconcertado, Felipe decidió entrar al tocador, y un escalofrío recorrió su espina dorsal al descubrir el siguiente mensaje, escrito con pintalabios rojo, en uno de los espejos: «Eternamente agradecida por esta mágica velada, en la que he podido pisar de nuevo mi palacio».

Este inquietante testimonio de un vecino de Lucena, que conocí hace varios años gracias a la historiadora y guía local Mayra Parejo, nos lleva a preguntarnos por la identidad de esa misteriosa bailarina, cuyo conmovedor mensaje de despedida nos conduce a los anteriores dueños del edificio, los marqueses de Torreblanca. Su historia, documentada en El último testamento de la marquesa de Torreblanca (1856), nos asegura que el noble D. Gabriel Curado y Barradas fue asesinado en plena calle por un desconocido que ocultaba su rostro bajo una capucha. El principal sospechoso del crimen era Manuel Montalbo y Aguilar, amante de Doña Constanza Curado y Barradas, hermana de la víctima y única heredera de la fortuna de los marqueses. Gracias a la compra de falsos testigos, Montalbo fue absuelto, y un tiempo después contrajo matrimonio con Doña Constanza. Acto seguido, la convenció para que le nombrara heredero de la riqueza de los Torreblanca si a ella alguna vez le pasaba algo. Este matrimonio aumentó enormemente su popularidad entre los vecinos, llegando a convertirse en alcalde de Lucena en 1828. Y mientras Montalbo acudía a innumerables fiestas y se rodeaba de mujeres mal afamadas, Doña Constanza pasaba sus días hastiada e inapetente en la soledad de su palacio. Eso sin mencionar el trato vejatorio que recibía cada vez que su marido regresaba al domicilio después de una larga jornada de excesos etílicos.

Finalmente, la duquesa de Torreblanca despertó de su letargo y cayó en la cuenta de que Montalbo había planeado la muerte de su hermano para apoderarse de la riqueza de su familia, y que probablemente, ella sería la siguiente ficha del macabro dominó. El 5 de abril de 1830 acudió en secreto a un notario para modificar el testamento y nombrar como nuevo beneficiario de su herencia a su sobrino carnal D. José Torreblanca Roldán. Ni de contárselo tuvo tiempo, porque tan sólo tres días después, el cuerpo sin vida de la pobre marquesita era hallado en las estancias del actual Casino de Lucena. Finalmente, Manuel Montalbo no logró salirse con la suya, puesto que el sobrino se enteró, y después de un lustro de pleitos, acabó recuperando los bienes de su familia.

Llegados a este punto surge la duda razonable, ¿era esa misteriosa bailarina que apareció fugazmente en televisión Doña Constanza de Torreblanca? ¿Fue el espíritu de la marquesa el que regresó de la tumba para disfrutar de un suspiro de felicidad, sentimiento del que fue privada en sus últimos años de vida?

(*) El autor es escritor y director de ‘Rutas Misteriosas’. Puede seguir su trabajo en www.josemanuelmorales.net