Piense un momento en su escritor favorito. ¿Qué cree que está haciendo ahora? Probablemente se lo habrá imaginado leyendo, escribiendo, reflexionando o realizando cualquier otra actividad exenta de riesgo. Sin embargo, hubo un tiempo en el que los literatos blandían la espada y se jugaban el pellejo a diario. Autores ilustres del Siglo de Oro como Miguel de Cervantes -que no se quedó manco empuñando precisamente una pluma-, Francisco de Quevedo o el Inca Garcilaso de la Vega tuvieron vidas plagadas de peligros y sobrevivieron a decenas de aventuras. Aunque todos ellos merecen un artículo, hoy me centraré en el último, debido a que en estos momentos se celebra una exposición en su honor en la Mezquita Catedral de Córdoba.

De Garcilaso sabemos que está considerado el príncipe de los poetas del Nuevo Mundo, y el primer mestizo americano de trascendencia universal. Conocemos su obra, sobre todo los Comentarios Reales de los Incas, donde recuperaba los recuerdos de su infancia. Pero poco se ha hablado de su increíble biografía, que me propongo rescatar en las siguientes líneas. Gómez Suárez de Figueroa nació en Cuzco (Perú) en 1539, hijo de una princesa inca y de un noble extremeño emparentado con el poeta Garcilaso de la Vega. Sin embargo, su padre no le cedió su apellido, lo que complicó bastante su adolescencia. Su doble ascendencia hizo que su familia estuviera siempre en medio de las batallas entre nativos y conquistadores españoles, provocando que en cierta ocasión cañonearan su casa y tuviera que escapar por el tejado.

A la muerte de su padre, éste le dejó suficiente herencia como para intentar emigrar a España, lo que en aquellos tiempos suponía una auténtica odisea. Con veintiún años navegó hasta Panamá, donde el barco naufragó y salvó la vida por los pelos. Luego atravesó el istmo centroamericano y parte de Colombia a lomos de un burro hasta alcanzar Cartagena de Indias, de donde partió hacia Cuba. Desde La Habana emprendió el gran viaje hasta Lisboa, haciendo escala en las Azores, donde un marinero portugués le rescató de una muerte segura. Una vez en la península ibérica, se dirigió a Extremadura para encontrarse con su familia española y reclamar a la corona algunos derechos que se le debían. Pero Felipe II rechazó sus peticiones, y a Gómez Suárez no le quedó otra alternativa que empuñar las armas y seguir su carrera como militar. Entonces tomó el apellido de su padre, convirtiéndose en el Inca Garcilaso de la Vega, y llegó a luchar con rango de capitán en la Rebelión de las Alpujarras de 1568. Vivió un tiempo en Montilla, donde conoció a Miguel de Cervantes, que por entonces ejercía como recaudador de impuestos, y a Luis de Góngora. En 1591 se trasladó a Córdoba, donde daría cuerpo y forma a sus creaciones literarias más brillantes e inolvidables. En 1612 Garcilaso compró la Capilla de las Ánimas de la Mezquita Catedral, donde descansan sus restos desde 1616.

Poco antes de morir encargó al platero cordobés Juan Bautista de Herrera la elaboración de un cáliz de plata dorada con piedras preciosas para ser expuesto junto a la urna de sus cenizas. Pero durante el saqueo de 1808 por parte de las tropas napoleónicas, en el marco de la Guerra de la Independencia, la extraordinaria pieza de orfebrería desapareció. No sabemos si fue uno de los innumerables tesoros usurpados por los franceses o si, por el contrario, algún cordobés avispado se apropió del mismo aprovechando la confusión y el caos que reinaba en las calles. Lo que sí conocemos es que la copa reaparecería casi un siglo después en una subasta de Londres, donde un particular la adquirió para volver a perderle el rastro de nuevo. Así permanecería desaparecida varias décadas más, hasta que hace apenas unos años, el estado español la localizara de nuevo y se hiciera con ella para exponerla en el Museo Nacional de Artes Decorativas de Madrid.

Ahora, varios siglos después, esta especie de Santo Grial cordobés ha regresado a Córdoba para quedarse un par de meses. Hasta agosto, en la Mezquita Catedral se puede contemplar esta destacada pieza de orfebrería cordobesa labrada hace nada menos que cuatrocientos años. Desde aquí les animo a aprovechar la ocasión y acercarse a disfrutar de la exposición «El Cáliz del Inca: símbolo de la platería de Córdoba», sobre todo ahora que conocen su historia y la de su aventurero propietario.

(*) El autor es escritor y director de «Córdoba Misteriosa». Puede seguir su trabajo en www.josemanuelmorales.net