Al estudiar la vida de Picasso se ve claro que el genio además de genio fue hombre y como tal tuvo las pasiones inherentes al ser humano; vicios y virtudes, ilusiones y desilusiones, miserias y grandezas, amores y odios, humildades y vanidades, ambiciones y desengaños.

En este capítulo quiero detenerme en sus mujeres legales y en sus amantes-compañeras y en sus amoríos. ¡Difícil tarea!, teniendo en cuenta que su vida fue un camino lleno de rosas y espinas y que su inmensa obra como pintor estuvo íntimamente ligada a sus mujeres, ya que tras cada etapa y cada cuadro aparece siempre un amor con nombre de mujer. Él mismo lo confiesa cuando ya transitaba por la última curva de su vida: «No se puede crear nada si no se está enamorado o se odia». Él siempre estuvo enamorado, desde aquella niña de Galicia, Ángela Méndez, que con 13 años le llevó a sus primeros dibujos hasta la Jacqueline que le cerró los ojos el 8 de abril de 1973, cuando iba a cumplir los 92 años. «Ángela fue mi primer amor. Era una galleguiña regordeta, muy morena, cosa rara en Galicia, que me volvió loco y que con su boca y sus pechos me hicieron descubrir el cielo… De ella apenas si recuerdo más, pero fue ella la que me inspiró La muchacha de los pies desnudos. Fue la primera mujer, solo tenía 15 años, dos más que yo, que vi desnuda. Sucedió un día que nos escapamos y nos fuimos a bañarnos al mar».

«Para amar a algunas mujeres me bastó con unas horas e incluso con unos minutos… Es mucho más largo el desamor y la ruptura», dijo en cierto momento.

Aquí vamos a repasar por riguroso orden las mujeres que compartieron con él su largo peregrinaje artístico, las legales y las ‘compañeras’ ocasionales, comenzando por sus primeras ‘novias’ parisinas, aquellas que le amaron cuando era sólo un ‘soñador’ muerto de hambre, que como diría Guy Schwinge, «buscaba el sexo gratis para olvidar que ese día no había comido».

(Las palabras que van entrecomilladas en las notas dedicadas a cada una de sus mujeres están recogidas de la obra inédita aún de mi viejo amigo y compañero de Pueblo Antonio D. Olano, el periodista al que Picasso le abrió las puertas de su casa, los archivos y la memoria durante los últimos años de su vida).

1. LOUISE Y GERMAINE

(las musas de la “época azul”)

«Louise era la amiga de Germaine y a las dos las conocimos una tarde que Carles y yo salimos a pasear por la orilla del Sena. Carles se prendó de Germaine en cuanto la vio y yo me tuve que quedar con Louise. Carles Casagemas era mi mejor amigo y juntos nos habíamos ido a París desde Barcelona en busca de la fama y la gloria… aunque de momento, en cuanto se nos acabó el poco dinero que llevábamos, en realidad lo que encontramos fue hambre y desconsuelo, tanto que nuestros paseos más que paseos literarios o artísticos eran una manera de engañarnos, porque lo que buscábamos era ver escaparates llenos de quesos y embutidos.

Louise fue mi primera novia en París y con ella recorrí los primeros caminos del sexo. Era más ardiente que yo y a mí me parecía una experta en el arte de hacer el amor… además hablaba hasta por los codos y eso me vino bien para perfeccionar mi incipiente francés. Pero “lo bueno” acabó muy pronto, pues no habían pasado cuatro meses cuando se la llevó un viejo (al menos a mi me lo pareció y no tendría ni 40 años) y ahí se acabó nuestro romance. A partir de ese momento yo salía solo en compañía de Carles y Germaine y eso me permitió conocer mejor a la novia de mi amigo, que ya eran pareja. ¡Ay!, pero enseguida descubrí que ella no era feliz con Carles y la muy cabrona se me insinuaba descaradamente. Esto fue desesperando a Carles que estaba ciego con ella, y sin darse cuenta se fue entristeciendo y desesperanzando, tanto que un día me dijo que se volvía a su Málaga natal, mi Málaga también, y yo que también estaba ya desilusionado con París me volví con él.

Bueno, la cosa fue que al poco tiempo volvimos a París y Carles una tarde se fue con unos amigos, Max Jacob y Apollinaire, y con Germaine al café L’Hippodrome. De pronto sacó una pistola e intentó matar a Germaine y al no conseguirlo volvió la pistola sobre sí mismo y se pegó un tiro en la sien y allí mismo murió. Naturalmente, aunque yo no estaba ese día con ellos, la muerte de mi amigo me impresionó de tal manera que no pude resistir y nada más enterrarlo en Saint-Ouen, me volví a Barcelona. Pero, superada la crisis, mi crisis, volví a París y allí me encontré de nuevo con Germaine… y pasó lo que tenía que pasar, mejor dicho lo que ella quería y quiso que pasase. Así que nos liamos y durante un tiempo fuimos amantes. Entonces supe que mi amigo Carles era impotente y que esa fue la causa del rechazo de Germaine. Pero, al final tuve que abandonarla, por mi conciencia, pues cada vez que hacía con ella el amor se me aparecía con un dedo acusador mi amigo Casagemas.

Ellas, Louise y Germaine y Casagemas, fueron las musas de mi época azul. A Louise le dedique mi obra El abrazo y a Germaine, El beso.

2. FERNANDE

(la musa de la ‘época rosa’)

«A Fernande Olivier, que en realidad era Amelie Lang, la conocí cuando era pareja y modelo del escultor Devienne en Montmaltre y enseguida le propuse que fuese modelo también para mí. No tengo que decir que era guapísima y las cosas llegaron rodadas, porque desde el primer día se entregó a mí. Pero Fernande además de guapa era temperamental y eso me gustaba. Así que, en realidad, vivimos una luna de miel. De pronto mi mundo triste, negro y azul, se fue llenando de luz y de color. Con ella comenzó mi ‘época rosa’. Tan feliz me hacía que un día la cogí del brazo y me la llevé a Horta de San Juan (Tarragona) y hasta le propuse que nos casáramos, cosa que no pudo ser porque ella no se había divorciado aún de su primer marido. Y además con ella llegó también la fortuna, ya que mis cuadros comenzaron a venderse muy bien y mi situación económica cambió. Confieso que era una mujer extraordinaria y que junto a ella viví momentos, días y noches y hasta siete años largos alegres y esperanzados. Fernande además se transformó en mi mejor crítica y en mi inspiradora, tanto que gracias a sus comentarios mis pinceles fueron descubriendo nuevos horizontes y gracias a ella me adentré en el cubismo y pude realizar Las señoritas de Avignon. Por cierto que en una de aquellas ‘fiestas’ que organizábamos en mi casa conocí a Romero de Torres, que había venido a París expresamente a conocerme, el cordobés fue uno de los primeros que vieron el cuadro de mis ‘señoritas’. Desgraciadamente aquel amor se fue difuminando con el tiempo y antes de que rompiera con ella apareció Eva».

Muchos años después Fernande publicaría unas Memorias y en 1956 Picasso le pagó 1 millón de francos a cambio de que no publicase más sobre sus relaciones, al menos mientras viviese uno de los dos. «Fui su compañera fiel en los años de pobreza cuando él no era nadie, pero no supe serlo en los años de prosperidad».

3. EVA

(el amor que se llevó el cáncer)

«Eva era amiga de Fernande y a través de ella la conocí. Yo creo que la mandó a mi lado para espiarme cuando aun vivíamos juntos, porque sus celos eran tan grandes como los míos. Quizás fuesen los celos los que pusieron fin a nuestro largo romance… y Eva acabó enamorándose de mí y yo de ella. Pero, Eva era todo lo contrario que Fernande, era una mujer sencilla, de carácter afable, cariñosa y hasta sumisa que incluso se adelantaba a mis deseos, también en la cuestión del sexo. Llegó a ser para mí como ese perro fiel que siempre está a tu lado y a tus pies haciéndote carantoñas. Yo no podía abrir los ojos sin verla a mi lado. Tal vez por ello la lloré tanto cuando murió, porque de Eva, a los cuatro años de vivir conmigo, se apoderó un cáncer que en meses la llevó a la tumba».

4, 5, 6 y 7. GABRIELLE, ELVIRA, IRENE Y EMILLENNE

(el interregno del Minotauro)

«¡Ay! Pero a pesar de mis lágrimas no pude evitar el contacto con otras mujeres y así llegaron Gabrielle, Elvira, Irene y Emilienne. Aunque ‘aquello’ sólo fue el ‘desahogo’ que vivió el salvaje sexual que yo era a mis 34 años. Fue una etapa tonta de mi vida, aunque pinté más obras que nunca, quizás porque mi firma era ya una mina de oro y del cubismo me fui pasando al surrealismo. Fue el interregno del Minotauro. Durante dos años no hice otra cosa que pintar y hacer el amor… aunque de ellas sólo recuerdo bien a Irene, tal vez porque estando casada, cuando se metía conmigo en la cama era una pantera».

8. OLGA

(la primera mujer oficial y musa del ‘Arte Efímero’)

«Conocí a Olga en Roma, cuando el ruso Diaghilev me contrató para realizar los decorados y el vestuario de la obra Parade que iban a estrenar los Ballets Rusos, ya triunfantes en otras ciudades europeas. Arte efímero. Olga era una de las 60 bailarinas que componían el cuerpo de baile, pero aún así llamaba la atención. Era bella, y como pude comprobar después, ambiciosa, empecinada, melancólica, frágil, desprejuiciada, intransigente, elegante, alegre, atlética, aristócrata y sensual como un felino… y enseguida nos enamoramos. Tanto que a partir de ese momento me olvidé de todas y me entregué a ella en cuerpo y alma. Y con ella me casé al año siguiente (1918) y tuve mi primer hijo (1921), Paulo. Recuerdo que cuando volvimos a París y entramos por primera vez en mi casa se plantó y me dijo: ‘Esta casa huele a demasiadas mujeres y yo quiero una casa para ti y para mí solos…’ Y es que Olga tenía la virtud de decir siempre lo que pensaba, incluso de mis obras. Cuando no le gustaba algo lo decía a la cara y eso sucedió cuando le hice el primer retrato de estilo cubista. ‘No me gusta, amor, a mí no me gusta tener que buscar mi imagen entre cubos, cuadrados y manchas…’

Y yo que me había dejado cautivar sin darme cuenta, fui tornando al Neoclasicismo. Pero, pasaron unos años y de pronto sentí que aquella paz, tranquilidad y felicidad, ¿por qué no decirlo?, estaban acabando con el Picasso que yo quería ser (si hasta quiso que dejara de fumar). Y ahí comenzó nuestro desamor. Yo la quería, pero no estaba dispuesto a sacrificar mi obra. Fueron años difíciles, pues ella, percibió que me iba alejando, se volvió celosa y cada vez más absorbente, hasta el punto de que intentó apartarme de mis viejos amigos de la bohemia. En esas circunstancias un día cuando entraba en las galerías Lafayette me topé con una jovencita rubia y preciosa que de golpe despertó mis deseos: ‘Señorita, tiene una cara interesante, me gustaría hacerle un retrato, creo que vamos a hacer grandes cosas juntos, soy Picasso’. Aquella era María Teresa Walter, otro de mis grandes amores».

Olga fue su mujer legal hasta que murió trastornada y demente en 1955… Pero no tardarían en llegar María Teresa, Dora, Françoise, Jacqueline.