En 1954 la situación amorosa del Genio es compleja. Por una parte, todavía sigue estando Olga, su primera mujer oficial, porque, como madre de su primer hijo, Pablo, se ven de cuando en cuando, aunque no se hablan y se odian, pues no se ha legalizado el divorcio. Por otra, sigue estando sin estar, Francoise, ya que a pesar de haberle abandonado como con ella viven los dos hijos frutos de sus relaciones, también de cuando en cuando se ven… y ya ha aparecido en escena Jacqueline, con la que convive ya pero no se puede casar (cosa que no haría hasta que Olga muere en 1955)… y de pronto aparece Sylvette, una jovencita de 19 años de la que queda embobado nada más verla. Será la última mariposa del Minotauro venido a menos, pues la impotencia sexual consecuencia de una fallida operación quirúrgica, le ha arrebatado su poderío físico, su arma principal de conquista y dominio.

Pues bien, hablemos de Sylvette David.

14-Sylvette David

(‘La chica de la coleta’)

Sylvette David nació en Paris en 1934 en un ambiente artístico, ya que su madre era pintora y su padre un comerciante de obras de arte, por lo que desde muy joven ella misma ya encausó su vida por la senda del arte. Era una chica muy mona en lo físico, aunque muy delgadita y muy estirada (su madre de pequeña la llamaba «mi Junco», quizás porque al andar se cimbreaba con el garbo y la flexibilidad del junco cuando se mueve llevado de un lado a otro por el viento), pero sobre todo eran los cabellos rubios, que ella se ataba en forma de coleta, lo que más llamaba la atención al verla. Coleta, que por indicación de su padre, comenzó a atarse muy alta, cosa que no se hacía en aquellos tiempos en el mundo del peinado… y además era, y lo siguió siendo siempre, una chica alegre, simpática y muy avispada e inteligente.

Cuando conoció a Picasso en Vallauris el pintor tenía ya 73 años y ella apenas 20, o sea que el genio le llevaba 54 años. Fue visto y no visto, porque nadie les presentó ni entre ellos se habló nada en aquella primera visión. Ella había acudido a la alfarería de los amigos de Picasso con su novio Toby Jellinek, que era un joven artista que se dedicaba a hacer muebles futuristas y habían ido a la alfarería buscando ayuda y posibles clientes. Picasso la miró, se acercó al novio para interesarse por su obra y hasta le compró dos sillas. Aquel día no hubo más, aunque los dos artistas quedaron en verse cuando le llevasen a su casa las sillas.

Sin embargo, al día siguiente cuando Sylvette, el novio y unas amigas estaban sentados en la terraza de la vivienda de unos amigos, de pronto se oyó un pequeño ruido y al volver los ojos los presentes hacia el lugar donde provenía el ruido vieron que por el muro se descolgaba un cuadro, era el dibujo que Picasso le había hecho sin decirle nada y sin tenerla como modelo… y más gracioso aún, tras el cuadro apareció la cabeza del genio, que con una gran sonrisa les saludaba con la mano y les invitaba a pasar a su casa (la casa de los amigos de Sylvette estaba justo al lado de la del pintor). Y con aquel cuadro, un dibujo a lápiz que más parecía una foto, se presentó la pareja en casa del genio.

Pero, a partir de este momento me van a permitir que me limite a recoger el relato y las palabras que la propia Sylvette diría muchos años después, cuando Picasso ya había muerto y ella ya había sobrepasado los 70 años de edad, en las entrevistas que le hicieron en el Museo Picasso de Málaga cuando fue invitada el año 2008.

«Yo era una niña de 19 años extremadamente tímida. Tenía miedo de todo, hasta de hablar. Cuando el famoso pintor me pidió que posara para él en abril de 1954, llegué asustada a su taller con un abrigo gris ceñido al cuello. Me quería pagar, pero me negué, temiendo que me pidiera que me desnudara.

Aquel día Picasso nos mostró sus cerámicas y sus cuadros y me preguntó si podía posar para él y en aquel momento no supe que decirle, pero la realidad fue que durante unos meses yo acudí al estudio y posaba. Picasso me dio un beso en cada mejilla. Olía bien, estaba recién afeitado, me pidió con amabilidad que me sentara en una mecedora frente a la ventana y, lo más importante, que me mantuviese siempre de perfil. Picasso fumaba continuamente».

--Señora Corbett (Silvette David había cambiado su nombre y sus apellidos y había adoptado el nombre de Lydia Corbett tras uno de sus matrimonios), me extraña mucho que siendo usted tan bella y tan joven en esa época de la que usted habla el Minotauro, un verdadero devorador de mujeres, se limitara a unas relaciones románticas, ¿seguro que no hubo más? -le preguntó uno de los periodistas--.

--Ja, ja, ja -y Sylvette o Lydia dejó escapar unas risas amplias y sonoras--, pues si le digo la verdad, sí, claro que lo intentó, aunque, eso sí, de una manera muy sibilina. Verá, un día cuando ya llevábamos un buen rato trabajando, se levantó de donde estaba sentado, me cogió de la mano y me llevó hacia dentro de la casa para enseñarme su dormitorio. Pero, nada más entrar lo que hizo fue dar un salto, a pesar de su edad tenía gran agilidad, y comenzó a dar saltos sobre la misma. Naturalmente, yo capté la invitación que me estaba haciendo y tan pilla como él comencé a saltar y a reír, pero sin subir a la cama. Otro día, del mismo modo, me llevó hasta el garaje y abrió las puertas de atrás y me pidió que subiera, era un Hispano-Suiza grande y espacioso, ya dentro se puso a jugar como dándome a entender que íbamos de viaje y con su chófer al volante. Entonces sí, en un momento se atrevió a algo más, me cogió la mano y con ella en la suya tocó mi rodilla. Naturalmente yo me di cuenta enseguida de lo que pretendía y me aparté casi al otro extremo del asiento. No hubo más. Bueno, sí, ahora lo recuerdo. Otro día cuando llegué al Estudio había colgado un cuadro en un caballete y lo había cubierto y me pidió que lo descubriese («aunque si no te gusta -dijo-- me lo dices y aquí mismo lo rompo») y mi sorpresa fue verme desnuda. Pero no dije nada y eso creo que le enrabietó. («¿Qué, no dices nada?». «Bueno, no está mal». «Mi pequeña, ayer tarde cuando te fuiste y me quedé mirando tu retrato se me ocurrió hacer con tu retrato lo que Goya hizo con su Maja vestida. ¿Sabes que Goya después de pintar vestida a la Duquesa de Alba la pintó desnuda?». «No, no lo sabía, pero creo que el artista es libre de pintar lo que pase por su cabeza». «Exacto, es lo que yo digo muchas veces: yo no pinto lo que veo, yo pinto lo que pienso»).

Fue el último sueño del Minotauro Picasso.