Las relaciones con Dora se fueron difuminando como se disuelve el azúcar en el agua, porque sin romper con ella del todo la alejó de su lado. Igual había pasado con María Teresa, la madre de su hija Maya, a quien siguió visitando y amándola siempre. Pero una vez más se demostró que Picasso no podía pasar sin una mujer y no había desaparecido del todo Dora cuando ya había aparecido en su vida la culta Francoise Gilot.

Corrían los años de la Segunda Guerra Mundial y los nazis seguían en París. Un París en el que se hacía cuesta arriba vivir, faltaban ya los alimentos y hasta el pan, y en el que la vida de cada quien dependía de un hilo, ya que la Resistencia no permitía ni un minuto de paz y las represalias, ciegas, de los alemanes, eran horribles, te podían fusilar en cualquier momento «como cómplice» de la Resistencia o mandarte a un campo de exterminio. En esas circunstancias fue cuando el genio conoció a Francoise.

¿Quién era Francoise Gilot?

11-Francoise Gilot

‘La mujer flor’ que le abandonó

«Soy la única mujer que dejó a Picasso, la única que no se sacrificó al monstruo sagrado. Soy la única que aun estoy viva para contarlo» -diría cuando ya había cumplido los 90 años.

Francoise Gilot había nacido el 26 de noviembre de 1921 y era hija de un ingeniero agrónomo, hombre de negocios, y de una pintora. En ese momento el genio tenía ya 62 años y estaba en la cumbre de la gloria, el pintor más caro del mundo y el Rey de la pintura moderna. Un hombre rico, poderoso y lleno de vida que no aceptaba normas, ni barreras ni fronteras. Lo tenía todo y lo podía todo. Su firma valía más que la de los Reyes o Jefes de Estado de Europa. O sea, que le llevaba 40 años justos.

Francoise era ya Licenciada en Filosofía por la Sorbona, en Filología Inglesa por Cambridge y estudiante de Derecho. Aunque por encima de sus carreras universitarias ella quería ser pintora y había decidido dedicarle su vida al Arte… y como necesitaba un profesor no lo dudó y se fue a ver a Picasso. Naturalmente cuando Picasso vio a la bella joven y comprobó el nivel cultural que tenía a sus pocos años no lo dudó y se ofreció para enseñarle todo lo que él sabía. Y cuando acordaron ya eran amantes. Fue una relación de 10 años justos (1943-1953) y con la que tuvo dos hijos: Claudio, en 1947 y Paloma, en 1949.

Pero, llegados aquí bien podemos ver cómo fueron aquellas relaciones siguiendo la obra que ella misma escribió (Mi vida con Picasso).

«Soy Francoise Gilot. A Picasso le di dos hijos. Compartí mi vida con él 10 años y queriéndole con locura, fui la única que lo abandonó».

«Yo sabía que seguía con Dora y que también veía clandestinamente a María Teresa, pero a mí eso no me importaba, porque yo sabía ya que Picasso no era un hombre de una sola mujer y que el amor era para él la mayor fuente de inspiración». («La vida sin amor, no es vida -me diría un día-, pero el amor es sexo, lo que quiere decir que si no hay sexo no hay amor»).

«Sí, era un buen amante, pero cuando quería. Necesitaba mucho sexo, ese impulso primario era parte de su constitución. Es más cuando no estaba enamorado se hundía, era otro hombre… y no era polígamo, más bien lo contrario, pues sabía delimitar a la perfección las relaciones con sus amantes». Francoise escribe que todas las sesiones de pintura terminaban en una relación sexual. Un día le escribió estos versos:

«Mira Francoise; un Minotauro guarda a su lado a muchas mujeres y las trata siempre muy bien, pero reina sobre ellas por el terror. Así que ellas terminan alegrándose de que este muerto. Un Minotauro no puede ser amado por sí mismo, eso cree él. Le parece que eso es imposible. Tiene cara de pensar que ella no puede amarle sencillamente porque es un monstruo»

«Pablo era una persona maravillosa para estar con él. Era como un fuego de artificio. Asombrosamente creativo, inteligente y seductor. Si estaba de humor para fascinar, era capaz de hechizar hasta a las piedras. Pero también era muy cruel, sádico y despiadado con los demás y consigo mismo. Todo debía ser como él decía. Una estaba allí a disposición de él: él no estaba a disposición de nadie. Pablo creía que era Dios, pero no era Dios ¡y eso lo irritaba! Fue el amor más grande de mi vida, pero había que tomar medidas para protegerse. Yo lo hice: me fui antes de terminar destruida. Las otras no lo hicieron, se aferraron al poderoso minotauro y pagaron un precio muy alto».

«Mi relación con Picasso fue un romance de época de guerra, las circunstancias extremas nos unieron de una manera que nunca se hubiera dado en épocas de paz. Era la Segunda Guerra Mundial, en el París ocupado por los alemanes, una época de gran peligro y desastre absoluto. Picasso era un héroe para mi generación: había pintado Guernica y era un símbolo de resistencia contra el fascismo y el régimen de Franco. Implicaba gran coraje de su parte quedarse en París en vez de escapar a América. En cualquier momento podían arrestarlo, pero ésa era su manera de decirle no a la opresión».

«Sólo tuve un único Picasso, La Femme-Fleur, pero lo vendí hace años, porque sentí que me traía mala suerte. Nunca acepté más pinturas, porque Picasso hubiera dicho: ‘¡Ah, ya ves, eres igual que todas las otras!’. Así que no acepté nada, seguí siendo independiente. Además, sabía que si una le aceptaba cosas a Picasso, quedaba en deuda con él y había que pagarla de otra manera. Él quería que yo fuera sumisa, como las otras mujeres, pero nunca fui sumisa».

«Pablo tenía la cruda curiosidad de un niño que toma un reloj y lo destruye para ver lo que tiene adentro. Hacía lo que se le antojaba en cualquier momento, sin pensar en las consecuencias”.

“Una vez le pegunté a Pablo por qué era tan malo con Sabartés, su leal secretario, que lo veneraba. Picasso respondió: Sólo soy malo con la gente que amo. Con la gente que no me importa, soy amable».