Aunque a la Historia pasó como La Argentinita, en realidad se llamaba Encarnación López Júlvez. Nació en Buenos Aires el 3 de marzo de 1895 y murió en Nueva York el 24 de septiembre de 1945. Era hija de emigrantes españoles y su padre, don Félix López, un andaluz emprendedor, nada más llegar a Argentina abrió un negocio de telas que prosperó rápidamente. Sin embargo, una epidemia de escarlatina que azotó la capital de la Plata y causó la muerte de dos de los hijos del matrimonio hizo que, sin pensarlo, se volviera a España, cuando Encarnación era todavía una niña, aunque ya con tan sólo 4 años había destacado por su voz y su sentido del baile. Tanto que su padre, gran amante del flamenco, le puso enseguida una profesora llamada Julia Castelaou que la inició y le enseñó los géneros del flamenco. Su primera actuación en público fue con 8 años en el teatro-circo de San Sebastián. A partir de ese momento se la conoció por La Argentinita, por haber nacido en Argentina y porque ya circulaba también por el mundo del flamenco Antonia Mercé, con el nombre de La Argentina…. Y como niña prodigio recaló en Madrid, después de recorrer media España, y le llovieron los contratos. Durante varias temporadas trabajó en el Teatro La Latina, en el de la Comedia, en el de la Princesa, en el Apolo y en el Príncipe Alfonso. Según los críticos conjugaba mejor que nadie el flamenco, el tango, las bulerías y los boleros, en una suerte de mezclas que resultaron una novedad en su época.

En 1919, cuando ya era superfamosa, dado que había triunfado también en París, Berlín y Londres, conoció a Joselito, que a esas alturas ya era el ‘Rey de los toros’ indiscutible. Al parecer se conocieron la noche de la corrida de la Cruz Roja en Madrid que el de Gelves había toreado con Juan Belmonte. Pero, en realidad el romance entre ambos comenzó en los San Fermines de Pamplona de ese año, donde Joselito toreó 5 tardes seguidas, con su inseparable Juan Belmonte y algunas con Domingo Dominguín, como compañeros de terna. La Argentinita actuaba también en un teatro de Pamplona los 7 días de las fiestas y por lo que dicen fue un amor lleno de pasión.

Manuel Machado la describiría así: «Era como una pluma en el aire… fue preciso que la vida lastrara su corazón con el peso del gran amor y su cuerpo delicioso conociera el valor estatutario de la línea y el secreto del abandono femenino y del hondo dolor humano para que la hiciera reposar sobre el suelo y la convirtiera en la intérprete de los cantaores hondos y las danzas flamencas y le diera una voz cordial, aterciopelada y penetrante, sin estridencia y una maravillosa expresión dramática en el baile y en la copla».

Por aquellos años escribiría sus primeras crónicas el famoso Hemingway para el Toronto Star. De la primera recojo este párrafo: «En Pamplona, donde tienen 6 días de toros cada año, desde el 1126 de la Era Cristiana, y donde los toros corren por las calles de la ciudad a las seis de la mañana, con la mitad de la población corriendo delante de ellos y donde los hombres y jóvenes se vuelven toreros amateurs… y donde hay una lista de accidentados por lo menos igual que unas elecciones en Dublín».

Pero el romance fue más allá y los dos, ella y él, La Argentinita y Joselito, se volvieron locos de amor. Según su primo y cuñado El Cuco, Joselito encontró en la cantaora-bailarina el remedio a la profunda pena que le había dejado la muerte de su madre: «Encarna, como la llamaba él, cubrió en su corazón el hueco que dejó la Señá Gabriela». Tanto que esos meses, al parecer, hasta se olvidó de su Guadalupe y casi se olvida de los toros. Sin embargo, ¡ay! los toros se impusieron y Joselito no tuvo más remedio que cumplir con el compromiso que había adquirido en Perú… y hacia Perú partió desde el puerto de Gijón el 14 de noviembre de 1919, en el trasatlántico de lujo Infanta Isabel. Con él embarcaron el torero valenciano Isidoro Martí Flores, gran amigo, y su picadores Camero y Farnesio y sus primos Almendro y El Cuco, y allí en el muelle entre los cientos de aficionados de toda España que habían ido a despedirle estaban Encarnación y su cuñado Ignacio Sánchez Mejías, que le habían acompañado desde Madrid.

(Capítulo aparte, aunque sea muy resumido, se merece su estancia en Lima, la capital peruana, donde llegó a torear hasta nueve corridas entre ellas un mano a mano con Manolete padre. Joselito fue recibido por las autoridades, la alta burguesía y por el pueblo como un dios. Como nota curiosa resalto la coplilla que le dedicaron los limeños y con la que en forma de octavilla cubrieron hasta los tendidos de la plaza: «Los ojos de las limeñas/ hacen pecar a un bendito,/ a Belmonte lo casaron/ ¡Ten cuidado, Joselito!»… y esto porque con una limeña se había casado meses antes su competidor y sin embargo amigo, Juan Belmonte).

Pero durante su estancia en Perú y en la lejanía tuvo tiempo de pensar y meditar sobre su futuro, porque en Lima se había dado cuenta que los toros ya no le emocionaban como antes. ¡Ay! pero en las muchas horas que pasó sólo, según su cuñado, hasta hablaba con su madre. Un día, incluso, le confesó unas palabras que su madre le había dicho al cumplir los 20 años y estar ya en posesión de un buen capital que no había olvidado: «Hijo, si algún día te casas, y debes casarte, elige una mujer que sea de nuestra tierra y que conozca tu mundo, el mundo de los toros y que, por encima de todo, sepa ser ama de casa y madre de familia».

Y entonces en su mente resucitó su Guadalupe, el amor de su niñez y juventud, que entró en guerra con Encarna. Y la duda inundó su alma… y así regresó a España y así llegó hasta Sevilla, donde ya tenía apalabrada su primera corrida de la nueva temporada para el 4 de abril, con Belmonte, Chicuelo y Sánchez Mejías de compañeros.

Según El Cuco, su confidente en el largo viaje de regreso, Joselito pisó Sevilla y se hincó de rodillas ante su Virgen de la Esperanza con una obsesión: ¡Tenía que ver a Guadalupe y hablar con ella! Lo cual no resultó fácil, porque el padre, Don Felipe de Pablo Romero y la familia se opusieron otra vez a que se vieran los enamorados. A pesar de ello y según contaría muchos años después, Ignacio Sánchez Mejías, su otro cuñado, Joselito y Guadalupe, no sólo se vieron, sino que reanudaron su relación amorosa y ella le confesó estar dispuesta a todo por casarse con él.

Pero, justo al día siguiente de su reaparición en Sevilla toreaba en Madrid y, naturalmente, se vio con Encarna, La Argentinita. Pero, al parecer, y siempre según la versión interesada de Sánchez Mejías (que muerto Joselito la hizo su amante y convivieron durante 10 años, o sea hasta también su muerte en Manzanares el año 1934), algo se había roto entre ellos y el amor que parecía eterno se había diluido… y más cuando volvió a Sevilla a torear las cuatro corridas de la Feria de Abril. Y así le llegó el fatídico 16 de mayo de 1920 y el toro Bailaor que le quitó la vida. Encarna López Júlvez, La Argentinita viviría hasta 1945.