Desde que arranca el mes de diciembre, las calles se iluminan, los comercios se engalanan y la estética navideña lo inunda todo. Sin embargo, pocas veces somos conscientes del significado de los símbolos que nos rodean en esta época. Fíjese por ejemplo en ese árbol que, si no lo ha hecho aún, está a punto de montar en su salón. ¿Le ha colgado ya las bolas y guirnaldas? ¿Ha colocado la típica estrella en su cima? Pues sepa que, aunque a menudo no somos conscientes, este conjunto de símbolos plasma un lenguaje de imágenes que conecta directamente con los estratos más profundos de nuestro subconsciente.

El árbol simboliza la vida. Las leyendas cristianas remontan su origen como icono de la Navidad al siglo VIII, cuando San Bonifacio derribó un roble de un puñetazo, y al caer destrozó todos los arbustos cercanos excepto un pequeño abeto, milagrosamente salvado porque su forma triangular recordaba a la Trinidad. Otras versiones nos hablan de un monje inglés, que una Nochebuena taló un roble considerado sagrado por las religiones paganas, y en su lugar nació un abeto que desde entonces fue identificado como símbolo navideño. Pero realmente, la tradición proviene de la cristianización de un rito nórdico, que consistía en adornar un árbol en honor a su dios de la fertilidad. Conecta con el arquetipo del Árbol de la vida, una metáfora utilizada en la antigüedad para explicar el Universo, según la cual todos los planetas penden de las ramas de un gigantesco fresno sagrado.

Más allá del propio árbol, sus adornos también esconden un significado muy distinto al que parece evidente. Por ejemplo, las bolas que le colgamos simbolizan las manzanas del Paraíso, en recuerdo al pecado original. Al principio era esta fruta la que se colocaba en el abeto, pero a finales del siglo XIX los fabricantes de cristal de Bohemia motivaron que se sustituyeran por bolas de colores. Por su parte, las piñas representan la glándula pineal, un pequeño órgano endocrino con forma de piña situado en nuestro cerebro.

Desde tiempo antiguo, los filósofos han pensado que en ella es donde se ubica el alma humana, y que por tanto, es la parte del cerebro que permite al hombre conectar con Dios. Las velas -hoy en día sustituidas por tiras de lucecitas led- simbolizan la luminosidad, que disipa las tinieblas y ahuyenta las fuerzas oscuras. A veces también se colocan coronas, que representan el ciclo anual, la regeneración periódica del Cosmos. Y por último, todo árbol se corona con una estrella, similar a la que guió a los Reyes Magos, cuyo análisis simbólico merece un capítulo aparte.

(*) El autor es escritor y director de Córdoba Misteriosa. Puede seguir su trabajo en www.josemanuelmorales.net