Yo creo que Cervantes se equivocó al titular su inmortal obra como El Ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, porque el bueno de Alonso Quijano era de todo menos ingenioso. Estoy seguro de que si Don Miguel hubiese conocido al personaje del que vengo hablando en estas páginas el título habría sido El ingenioso hidalgo Don Miguel de Unamuno porque no ha habido nadie en la literatura española con tanto ingenio (lo de la sabiduría, la consecuencia o la sinrazón son añadidos) como el rector de Salamanca... y como para muestra vale un botón les reproduzco el comienzo de sus Recuerdos de niñez y mocedad:

«Yo no me acuerdo de haber nacido. Esto de que yo naciera - y el nacer es mi suceso cardinal en el pasado, como el morir será mi suceso cardinal en el futuro-, esto de que yo naciera es cosa que sé de autoridad y, además, por deducción. Y de ahí cómo del más importante acto de mi vida no tengo noticia intuitiva y directa, teniendo que apoyarme para creerlo, en el testimonio ajeno. Lo cual me consuela haciéndome esperar no haber de tener tampoco en lo porvenir noticia intuitiva y directa de mi muerte. Aunque no me acuerdo de haber nacido, sé, sin embargo, por tradición y documentos fehacientes que nací en Bilbao, el 29 de septiembre de 1864».

El caso es que Don Miguel nunca dejó de ser niño y lo tenía, incluso a gala. Las verdaderas ideas -dirá un día- son las que se tienen de niño y de joven, las que llegan después no pasan de ser cachivaches que solo sirven de pábulo a las congénitas.

«Nuestros primeros años -escribe- tiñen con la luz de sus olvidados recuerdos toda nuestra vida, recuerdos que aun olvidados siguen vivificándonos desde los soterraños de nuestro espíritu, como el sol que sumergido en las aguas del océano las ilumina por reflejo del cielo». «El niño al nacer llora y al abrir los ojos a la luz sonríe; el soplo duro de la tierra le causa dolor y la luz que ilumina al mundo le recrea. Aquel primer vagido al aire y aquella primera sonrisa a la luz alimentan toda su vida. Podrá llenar de representaciones y conceptos el almacén de su cerebro, siempre aquel sollozo, aquella sonrisa y aquella ojeada servirán de tronco al árbol de su alma».

«La idea que, en cierto modo, traíamos virtualmente al nacer, las que encarnaron como vaga nebulosa en nuestra primera visión, las que fueron viviendo con nuestra vida y de nuestra vida hasta endurecer sus huesos y su conciencia con los nuestros, son las ideas madres, las únicas vivas, son el tema de la melodía continua que se va desarrollando en la armoniosa sinfonía de nuestra conciencia. La demás ideas o no pasan de cachivaches almacenados en la sesera o sirven sólo de pábulo a las congénitas».

Y aún hay más y es que tiene más aliento y eficacia la santa idea de nuestra infancia enterrada en la conciencia que no la que actualmente se agita turbulenta en ella y parece dominarla».

Un día le preguntaron, cuando era joven, su opinión sobre las mujeres y el feminismo y respondió:

«He llegado hasta el ateísmo intelectual, hasta imaginar un mundo sin Dios, pero ahora veo que siempre conservé una oculta fe en la Virgen María. En momentos de apuro se me escapaba maquinalmente del pecho esta exclamación: Madre de Misericordia, favoréceme. Llegué a imaginar un poemita que un hijo pródigo, que abandona la religión materna. Al dejar este hogar del espíritu sale hasta el umbral la Virgen y allí le despide llorosa, dándole instrucciones para el camino. De cuando en cuando vuelve el pródigo su vista y allá, en el fondo del largo y polvoriento camino que por un lado se pierde en el horizonte ve a la Virgen, de pie en el umbral, viendo marchar al hijo. Y cuando al cabo del tiempo vuelve cansado y desecho encuentra que le está esperando en el umbral del viejo hogar y le abre los brazos, para entrarle en él y presentarle al Padre».

«María es de los misterios el más dulce. La mujer es la base de la tradición en las sociedades, es la calma en la agitación, el reposo en las luchas. La Virgen es la sencillez, la madre de la ternura. De mujer nació el Hombre Dios y de la calma de la humanidad y de su sencillez. Se oye muchas veces blasfemar de Dios y de Cristo y mezclarlos a sucias expresiones, contra la Virgen no se oye nunca blasfemar».

Y dice que los juegos infantiles son la semilla del hombre adulto:

«Recuerdo muy bien que en eso de inventar disparates yo era un genio. Era, como digo el novelero del colegio, y esto a pesar de mi simplicidad. Simplicidad que me valió no pocas cuchufletas el día que, a la edad en los más de los niños saben más de lo que le enseñaron los mayores, dije, y sostuve muy serio, que los hijos nacen de la bendición sacerdotal y que todo lo demás que se cuchicheaba no era sino pecado o invención de los chicos de la calle…se ha comparado a los niños con los salvajes y a las asociaciones infantiles con las sociedades primitivas, y corren por ahí al respecto libros llenos de noticias acerca de las costumbres y lo juegos de unos y de otros, cotejándolos mutuamente. Dice, tal vez con razón, que así como en la semilla se ve ya el germen el árbol adulto, así hay quien en los juegos de la infancia llega a ver la complicada trama de la sociedad».

Señores, este es Don Miguel de Unamuno. Mejor dicho, así era Don Miguel de niño y joven. Uun hombre sincero, rebelde, serio, a veces antipático, pero siempre un escritor ingenioso. Termina sus Recuerdos diciendo: «Y es que acaso no haya concepción más honda de la vida que la intuición del niño, que al fijar su vista en el vestido de las cosas sin intentar desnudarlas, ve todo lo que las cosas encierran, porque las cosas no encierran nada, siente el misterio total y eterno, que es la más clara luz, toma a la vida en juego y a la creación en cosmorama. Acaso el más hondo sentido se encierra en aquellas palabras de Homero en su Odisea: ‘Los dioses traman y cumplen la destrucción de los hombres para que los venideros tengan algo que cantar’. Pero no, no; hay un misterio, un más allá, hay un dentro. Mas solo conservando una niñez eterna en el lecho del alma, sobre el cual se precipita y brama el torrente de las impresiones fugitivas, es como se alcanza la verdadera libertad y se puede mirar cara a cara el misterio de la vida».