Poco a poco, Fuengirola se va llenando de veraneantes, y digo que se va llenando, porque esto todavía no está todavía ni al cincuenta por ciento de como suele estar y estará en agosto, cuando mover el coche es casi heroico, porque aunque tengas plaza de aparcamiento en el lugar donde resides, encontrarla en el lugar de destino es imposible, a no ser que se trate de una gran superficie o que tengas suerte y encuentres hueco en algún parking. Si se puede, lo mejor es desplazarse en autobús, donde puedes subir en compañía de tu perra -en mi caso- que paga -tú en su nombre, porque sola no puede ir- setenta céntimos; al menos, eso pagaba el año pasado.

Por cierto, durante el paseo mañanero que damos para recoger el periódico y comprar el pan, Kira aprovecha, entre otras cosas, para olisquear con entusiasmo a diestra y siniestra. Casi diariamente nos encontramos con una vecina inglesa, que se queja del calor -Ay, qué risa. Sabrá ésta lo que es calor-. Ella es veraneante perpetua, es decir, que vive aquí en invierno y en verano. «¡Con lo bien que estarías tú -le digo sin empacho- con tu gabardina, tu paraguas y tu pañuelo en la cabeza, paseando por los verdes y húmedos caminos de tu tierra!». La supongo poseedora del célebre humor inglés, pero no capta mi humorismo español y me contesta seriamente: «No puedo. Lo vendí todo para comprar mi casa aquí. Nadie me espera allí.» Me arrepiento inmediatamente de mis palabras, mientras me alegro de que ella no haya entendido la mala intención que llevaban. Para hacérmela perdonar -ella, totalmente ajena a todo este lío que ronda mi cabeza- decido dedicarle un poco de atención, que es lo que realmente necesita, y empiezo a hablarle de recetas refrescantes, de comidas que se digieren pronto y fácilmente, es decir, de cocina ligera.

ENSALADAS, PICADILLOS...

Y así, hablamos de ensaladas, ensaladillas, huevos rellenos, picadillos, salpicones, gazpachos blancos y rojos, pipirranas y asadillos. Una de mis amigas, Esperanza, de la que hablo con frecuencia, continúa poniendo en verano los mismos platos que en invierno -creo que ya lo he contado- y le importa poco si su marido, hijos, nueras y nietos comen soplando y limpiándose con la servilleta, no la boca, sino los goterones de sudor que les mana desde la raíz del pelo. Cierto que no abusa, pero un par de veces a la semana, caen platos de cuchareteo. De cualquier forma, dice que está harta de guisar para tanta gente, que no puede ni bajar a la playa y que va a vender el piso.