Llevamos ocho años escuchando que se acerca el invierno, y mañana, por fin podremos decir que ha llegado. No me refiero, como ustedes pueden imaginar, a la bajada de temperaturas que hemos sufrido en las últimas semanas y que no ha hecho gracia a casi nadie. Sino al desenlace de uno de los mayores fenómenos televisivos desde Twin Peaks. En la pequeña pantalla, en las marquesinas de las paradas de autobús, navegando por la red… Durante los últimos tiempos, cada vez que se acercaba el estreno de una nueva temporada de Juego de Tronos, la serie de fantasía medieval de HBO, podíamos encontrarnos con el famoso eslogan hasta en la sopa. Absolutamente a todos, seamos o no seguidores de la saga, nos suena el famoso lema que la casa Stark nos ha ido inculcando con el paso de los episodios. Y ahora que el serial toca a su fin, llega el momento de desvelar uno de sus mayores enigmas: ¿qué significa la dichosa frase?

Seguramente nunca se lo haya planteado, pero el vaticinio guarda un mensaje profundo, poco evidente a primera vista. Para descifrarlo, debemos comenzar analizando a su creador. George R. R. Martin es un escritor estadounidense de literatura fantástica que en 1993 comenzó a escribir una trilogía ambientada en un mundo medieval ficticio, titulada Canción de Hielo y Fuego. Cosechó tal éxito a principios de los 2000 -aupado por el triunfo en taquilla de la adaptación al cine de El Señor de los Anillos, otro clásico del género- que su saga pronto se acabó convirtiendo en una heptalogía. En el 2006, la cadena de cable norteamericana HBO compró los derechos para comenzar a desarrollar la serie de la que ahora todos hablan.

Pero lo más interesante de Martin lo encontramos en su faceta familiar. Su padre poseía ascendencia italo-germana y su madre tenía antepasados irlandeses. Esas raíces europeas fueron las que le llevaron a interesarse desde muy joven por nuestra Edad Media, y a fascinarse con las creencias y leyendas de los pueblos escandinavos germanos. Es ahí, en la mitología nórdica, donde halló la inspiración necesaria para concebir ese combate que intuimos que se producirá en el desenlace de la última temporada. Concretamente en la profecía del Rägnarok o Destino de los Dioses, la apocalíptica batalla con la que los antiguos poemas nórdicos pronosticaban el fin del mundo. Según dichos textos, este Armagedón vendrá precedido por el Fimbulvetr o Invierno de Inviernos, descrito como tres años consecutivos de frío, sin ningún verano de por medio. Y tras ello se desatarán en la Tierra multitud de conflictos y guerras intestinas que enfrentarán a todos los hombres entre sí, causando la extinción de la humanidad.

No es casualidad por tanto que en Juego de Tronos se advierta constantemente que se avecina el invierno más largo y crudo que se recuerda, o que desde su primer capítulo no hayan cesado los enfrentamientos entre clanes. Y resulta evidente el paralelismo entre dicha profecía y un acontecimiento que realmente tuvo lugar en la historia de Europa, denominado la Pequeña Edad de Hielo. Consistió en una etapa de enfriamiento que abarcó desde comienzos del siglo XIV hasta mediados del XIX, alcanzando su punto álgido en 1816, conocido como el año sin verano. Las crónicas aseguran que fue un periodo nefasto para la agricultura, con heladas y nevadas en el Viejo Continente en pleno mes de julio. En Córdoba se tradujo en periodos de lluvia intensa alternados con otros de sequía, provocando numerosas inundaciones. Todo esto ocasionó una terrible escasez de alimentos, y en consecuencia, hambrunas y epidemias.

Por eso George R. R. Martin en su universo relaciona el frío con el mal, con la muerte. «Se acerca el invierno» es una metáfora, una especie de advertencia, que insinúa la proximidad de esos muertos vivientes que provienen del hielo, los caminantes blancos, que representan la mayor amenaza para los humanos. Durante mucho tiempo, nuestros antepasados temieron al frío casi tanto como los habitantes de Poniente temen a esos gélidos espectros. Y por eso también, en esta Canción de Hielo y Fuego los dragones simbolizan el bien, ese calor que en su justa medida ha sido durante siglos el gran aliado de nuestros antepasados para poder alimentarse y sobrevivir.

Después de todo esto, sólo puedo concluir el artículo con una sentencia: ¡Valar Morghulis!

(*) El autor es escritor y director de «Córdoba Misteriosa». Puede seguir su trabajo en www.josemanuelmorales.net