Siempre que pienso en las aceitunas, no puedo evitar que me venga a la memoria el paso de Lope de Rueda así llamado; e inmediatamente me pregunto si habrá alguna marca de aceitunas de mesa o de aceite de oliva que lleve por nombre el de alguno de los personajes de la obra. ¿Se imaginan un aceite que se llamase Mencigüela o unas aceitunas, Toruvio? Si ya existen, buena elección; y si no, celebraría que alguien tomase la idea en cuenta. También aparecen las aceitunas en El Quijote, por ejemplo, cuando, regresando Sancho de Barataria, se encuentra con su vecino Ricote el morisco y come junto a él y a los compañeros de viaje de éste. «No faltaron aceitunas, aunque secas y sin adobo alguno, pero sabrosas y entretenidas». Ya me contarán si no es lo mejor que puede decirse de las que muchas veces ponen en los bares acompañando a la bebida. En cambio, en las casas particulares y en los peroles es donde se catan las mejores.

Para aceitunas bien aliñadas, las que acaban de regalarme. Indescriptibles. Y como son las primeras de la temporada, las he cogido con gana. Vamos, que me voy a comer el bote de una sentada. Confieso que me encantan las aceitunas en cualquiera de sus versiones, pero no tengo ni chispa de arte para aliñarlas. Y encima tengo la suerte de que alguien lo hace por mi, aunque, eso si, ayudo en los preparativos. Me encanta usar el aparato que sirve para rayar y partir las aceitunas: una tabla perforada con dos orificios de distinto diámetro, uno para las aceitunas pequeñas y otro, para las más gordas. Hablamos de las moradas o maduras, que son las que se rayan; las verdes, se parten o se mantienen enteras, para curarlas con lejía o para el año. Cada orificio tiene en su interior cuatro pequeñas cuchillas --cuidado con las yemas de los dedos, que pueden acabar rayadas de paso-- que dibujan cuatro rayas sobre la piel y la carne de las aceitunas cuando se hacen pasar -una a una, naturalmente- a través del orificio. Las muy gordas tienen que rayarse con la navaja.

En un extremo del aparato hay un receptáculo cuadrado, con una palanca que se mueve hacia delante y hacia atrás; en una de las posiciones parte --machaca-- la aceituna y en la otra, la deja caer, ya partida al cubo que se le pone debajo. En el otro extremo, sobresale una tabla lo suficientemente larga como para poder sentarse encima. Ignoro el nombre auténtico que tiene el aparato, si lo tiene. En el mercadillo me lo vendieron llamándole machacador. No obstante, hay quien prefiere usar las técnicas clásicas: la navaja para rayar y la piedra o la base de una botella para partir.